Humberto Ruiz
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Foto: F. Rivera |
Era ya una adolescente cuando, desde el Magdalena medio, llegó al Colegio de las Bethlemitas de Pamplona para ser educada. Para sacarle cualquier demonio que pudiera haber heredado de sus ancestros, pontificó el cura del pueblo. Los mal pensados podrían adivinar que se enviaba a la remota institución, enclavada en la cordillera andina, para ocultar el pecado juvenil del párroco de otro perdido pueblo selvático. Pilar había crecido y con velocidad se aprestaba a dejar atrás la niñez. Su físico y la chispa poética la hacía cada vez más parecida al cura y maestro. Y por supuesto, su cuerpo era ya una versión mejorada del que su madre tuvo en el pasado y que cautivó a tantos criollos, con y sin hábitos. Sin embargo, sus años de feliz inocencia estaban por terminar.