El gobierno venezolano es un caso, en la ciencia política, aparentemente extraño. Tiene los males de los populismos caudillistas del siglo XIX, con rasgos de una democracia “posmoderna” de fines del siglo XX y con la fuerza que le da la hiperpresencia mediática, tan característica del siglo XXI. No es un tema sencillo, saber a ciencia cierta: ¿qué es? Dejemos esa tarea a los politólogos.
Lo que si no hay dudas es que el presidente venezolano es un caudillo, más que político, mesiánico, cuasi religioso, para amplias capas sociales del país. Dos figuras de su basta legión de seguidores son suficientes para mostrar cómo incide en dicho sectores sociales. La primera fue sin duda Lina Ron, lamentablemente fallecida. La violencia contra los opositores o contrarios al proceso y el amor con que asumía su relación con el Presidente y la Revolución Bolivarista fueron emblemáticos.