Humberto Ruiz
Los
mexicanos han desarrollado en algo más de 75 años tres zonas turísticas de
playas excelentes, en su inmenso territorio. Primero fue Acapulco en los años
30 y 40 del siglo pasado; luego fue Cancún y la Rivera Maya a partir de mediado de los años 70; y
finalmente, la zona de los Cabos en Baja California Sur, desde hace veinte
años.
La
autopista que recorre la Riviera Maya en la península de Yucatán tiene seis
carriles en ambos sentidos y une a
decenas de sitios de playas y de recreación que hacen de ese lugar un espacio
en donde es difícil aburrirse. Hay hoteles de todo tipo, con inversiones de capital
nacional e internacional. La inversión pública, se ha dedicado a ofrecer la
infraestructura de servicios. ¡Y no hay cortes de energía eléctrica!
La
península de Yucatán tiene la particularidad de no tener ríos superficiales. Su
suelo es calcáreo y por ello, el abundante agua que cae de la atmósfera parecer
perderse en el subsuelo. De cuando en
cuando se encuentran los conocido cenotes que son agujeros en el suelo que, en su fondo muestran zonas
de agua y en muchos lugares han dado paso a sitios de recreación. El agua, por
lo general es limpia y muy fresca, casi fría.
Hace
unos cuatro años se descubrió la entrada a una cueva que permitió localizar un
inmenso río subterráneo que recorre muchos kilómetros en el subsuelo. Río
Perdido como se llama el lugar,
ofrece a los turistas intrépidos, que no sufran de claustrofobia, un hermoso
paseo de dos horas de duración para explorar éste “inframundo”.
Para
acceder al río subterráneo se exige a los visitantes darse una ducha y quitarse
cualquier rastro de cremas y maquillaje.
Luego se les da un traje que le permita resistir el frío del agua, se le
hace colocar un salvavidas, se le dan unos zapatos especiales para no sufrir
cortaduras y un casco con su bombillo para iluminar el camino. Antes se da una larga
explicación, y por enésima vez se pregunta si sufren de claustrofobia, presión
arterial u otra afección. Para los asustadizos eso es suficiente para
abandonar la excursión. Quienes persistan no olvidarán en su vida el paseo que
darán.
Ahora
entiendo el placer de los antiguos mexicas por el subsuelo, por el
inframundo. Pequeños senderos llenos de
estalactitas y estalagmitas, amplios espacios con paredes recorridas por hilos
de agua durante millones de años, han hecho
frescos sobre la roca de formas singulares
y de variados colores. Un silencio que aturde y un rumor permanente de agua que
corre. La sensación es sobrecogedora. En
cierto momento, con mucho sentido del show, se apagan las luces de los cascos,
se hace una oración a la naturaleza a oscuras y luego se encienden las luces
enfocadas hacia el cielo. Entonces, se observan cientos de estalactitas que,
como cuchillas brillantes y afiladas,
nos apuntan.
Por
dos horas, a cada paso, se encuentra el visitante con nuevas e impresionantes formas
hechas por el agua, durante millones de
años.
Los
guías que acompañan a cada grupo son
pasantes mexicanos y extranjeros de diversas carreras universitarias, que de
seguro habr án tenido un entrenamiento académico importante.
Sus indicaciones son muy interesantes y alejadas de la cháchara insustancial
que le toca oír a quienes hacen turismo en otros lugares. Insisten en que nadie rompa, tome o raye nada
de lo que esta viendo, para que permanezca así por siempre.
Si
quiere conocer el “inframundo” antes de morir, le recomiendo dar este paseo. Le aseguro que
no saldrá defraudado.
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