Vino desde la cercana Pamplona, la misma
ciudad de donde partieron los conquistadores españoles para fundar a Mérida,
sólo que ella llegó casi cuatro siglos después. La Hermana República era una
sociedad pobre, en esos tiempo. Pobrísima. No vivían bien ni los que tenían tierras
y menos los que ejercieran profesiones liberales. Sociedad paupérrima, sobre
todo si se la comparaba con la pujante Venezuela de la década de los años
cuarenta del siglo XX. ¡Cómo han cambiado los tiempos!
Se vino a Mérida por que su familia
se había dispersado luego de la muerte de sus padres. Llegó para acompañar a una hermana mayor que
se había adelantado y casado en la ciudad con un joven ingeniero, profesor de la ULA. Con su limitada formación, la escasa primaria de
esos tiempos, leía y escribía con la soltura
que muchos egresados universitarios no son capaces de hacer hoy. Eran
famosas las muchísimas cartas que semanalmente enviaba a sus hermanas y a su hermano que se quedaron
en el terruño natal. Ahora que pienso en ella, creo que quizás éste afán por
contar historias, de escribir, sólo por el gusto de ver las
palabras en el papel y ahora en la
computadora, me viene por ella.
De su voz dulce y cadenciosa escuché
muchas noches los cuentos en prosa y en versos con que aprendio a leer en el colegio de las Bethlemitas. Muchos años después descubrí con
asombro que, aún hoy, los niños
colombianos hacen sus primeras andanzas en la lectura con los Cuentos Pintados de Rafael Pombo
(1833-1912). De tal forma que, los
versos que recuerdo de mi niñez fueron los de Simón el Bobito; Michín, El Gato
Bandido; y La Pobre Viejecita que: “Apetito nunca tuvo / Acabando de comer / Ni
gozó salud completa / Cuando no se hallaba bien…”
La escuela y el liceo hicieron otro tanto para
que la sensibilidad nos diera una noción
de la sociedad a la que pertenecíamos. Leí,
escuché y recuerdo, pero no pude aprenderme de memoria, los versos de Andrés
Eloy Blanco (1896-1955): La Loca Luz Caraballo, Las Uvas del Tiempo y Canto a
los Hijos en Marcha: “Madre, si me matan / que no venga el hombre
de las sillas negras; / que no vengan todos a pasar la noche / rumiando pesares,
mientras tú me lloras…”
Sin embargo, ahora que recuerdo a la joven
guapa que llegó de Pamplona, sólo logro que estén en mi memoria, profunda y
nítidamente, los versos del poeta colombiano.
El mayor deseo de ella fue tener familia y
la tuvo. Sólo por su empeño e inteligencia. Tres hijos tuvo. El primero, fue hijo
único, por ocho largos años. Lapso que
demoró su segundo hijo en llegar al mundo. Dos años después llegó la niña. En
ese largo interregno se convenció que no era bueno tener un solo muchacho. Ese
era el hijo del miedo, decía. Era bueno dividir las atenciones maternas y también las
preocupaciones, entre los vástagos.
Sus palabras tenían la fuerza de su inteligencia y la decisión de hacerlas realidad. Siempre nos contaba que a los pocos días de haber llegado a Mérida vio a un joven muy buenmozo parado en una esquina. Su hermana mayor, quien le acompañaba, le dijo: "es un rompe corazones". Era de temer por sus muchos amoríos. Tanto que lo llamaban "El Diablo". Ella lo miró y sin amilanarse, le dijo a su sorprendida hermana: !con ese hombre, me voy a casar! Y así fue...
Sus palabras tenían la fuerza de su inteligencia y la decisión de hacerlas realidad. Siempre nos contaba que a los pocos días de haber llegado a Mérida vio a un joven muy buenmozo parado en una esquina. Su hermana mayor, quien le acompañaba, le dijo: "es un rompe corazones". Era de temer por sus muchos amoríos. Tanto que lo llamaban "El Diablo". Ella lo miró y sin amilanarse, le dijo a su sorprendida hermana: !con ese hombre, me voy a casar! Y así fue...
Tenía una capacidad infinita para saber
cómo era cada quien. Qué cosa le gustaba
a cada uno y qué podía dar cada persona. Si le hubiera gustado acumular riqueza
hubiera sido una excelente vendedora. Tenía algo que los psicólogos llaman
actualmente inteligencia relacional. Y sus consejos, frases y explicaciones,
ahora las encuentro sabias. No en balde
su nombre era Sofía, como la diosa de la sabiduría
Saludos. Que hermoso saber las historias de las madres una parte muy importante de nuestro ser. Gracias por compartir sus recuerdos.
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