Foto HRC (*) |
La
rabia no es enfermedad infecto-contagiosa, pero cunde entre nosotros. Verdad que
aturde, que duele tanto o más que otras, porque es dolor de muchos y temor de
todos. Porque las víctimas que genera tal dolencia nunca aliviarán su dolor, ni
tendrán consuelo para su desamparo; no habrá remedio para la soledad que a
muchos siempre ha de acompañar: la de los niños en orfandad eterna, el
desconsuelo de quienes no pudieron comenzar a construir hogar, y el temor de
aquellos que confiaban que el suyo era seguro; en fin, los sueños y el mañana
de muchos truncados para siempre. ¿A
qué viene todo esto?
A que las muertes violentas y en particular los
homicidios, muchos de ellos cometidos con la mayor crueldad, se cuentan entre
las primeras cinco causas de muerte de los venezolanos. La mayoría de ellos
entre los 18 y 25 años; además, dolorosamente niños y adolescentes son también
víctimas de este flagelo, que no dudo en asociar con la rabia, la cual incitada
en las más diversas formas, termina por convertirse en odio. Por eso no
sorprende que estudios rigurosamente conducidos, presenten a Venezuela como uno
de los países más inseguros del mundo. Obscuro expediente de la ruina moral de
nuestro país. Entonces: ¿Será posible en tales condiciones construir la tan
anhelada sociedad de paz y bienestar para el disfrute de generaciones presentes
y futuras? Ésta y muchas otras interrogantes deberían ocupar la mente de
quienes nos gobiernan. La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que
todo país que registre una tasa mayor de 10 homicidios por cada 100 mil
habitantes, sufre una epidemia. Venezuela registra un valor cinco veces mayor
al establecido por la OMS. Además, al recrudecimiento de la malaria, el dengue
y otras endemias, se suma la rabia, como nueva epidemia a la cual todos estamos
expuestos. Sin vacuna efectiva para controlarla.
¿Cuáles
las causas de este triste escenario de violencia en que se transformó nuestro
país en la última década? Son diversas las que convergen en torno al mismo.
Sociólogos, psicólogos sociales y criminólogos se han ocupado en el análisis de
este problema. No cabe la menor duda que es la sumatoria de muchos factores,
dos de ellos fáciles de constatar: cambios indeseables en el comportamiento de
grupos humanos, condenados a la convivencia en los “guetos” en que se han
transformado “soluciones habitacionales espontáneas” e insalubres, a lo cual se
suma la ausencia de una educación en valores y saberes. Otro factor nada
despreciable es el falso mensaje conciliatorio, que en los más altos niveles
del gobierno convierten en arenga que enardece a la multitud. Seguramente para
hacer valer aquello de que “así es como se gobierna”.
Entonces,
¿no será la rabia el mal mayor que carcome nuestra sociedad? Rabia que no dudan
en alimentar quienes manejan un discurso que cautiva a quienes siguen
manteniendo en otra dimensión de la pobreza, negándoles educación como arma
fundamental para su dignificación; pobreza mediante la cual pretenden generar
una lucha de clases, la cual termina en enfrentamientos estériles, para
terminar amenazados todos como estamos, con una de las armas más letales del
totalitarismo: la desconfianza y el odio
entre nosotros. Es así como sin calcular riesgos, sólo cuenta para quienes
detentan el poder, el fortalecimiento de una ideología, que lejos de
protegernos, socava fundamentos esenciales para la convivencia. Queda mucho
espacio para las dudas y para las respuestas, pero tengamos presente que en las
grandes epidemias, contados son quienes se salvan. Por eso, el único remedio
para tan seria amenaza que se cierne sobre nosotros, es buscar sin demora el
necesario reencuentro de los venezolanos, para curar en sus raíces a nuestro
herido y gravemente enfermo tejido social.
Mérida, 16 de enero de 2014.
Nota
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(*) Debo confesar a nuestros lectores que colocar una imagen en este texto me costó pues no tenía nada que permitiera expresar visualmente la rabia. Finalmente, coloqué la foto que acompaña al escrito que no es otra cosas que la imagen de un recipiente con agua hirviendo. Espero que cumpla el cometido.
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