Cartel titulado: Reine de joie (1892) de Toulouse Lautrec |
Hace ya algunas décadas, quienes hacían militancia política en Mérida, escuchaban decir a los curtidos dirigentes políticos regionales y locales que, quienes venían del liderazgo juvenil universitario muchas veces les faltaba "un poquito de burdel".
La afirmación resultaba un poco grotesca, pero era interesante. Expresaba un mundo social complejo, entre la vida política y las tradiciones sociales más íntimas. La experiencia del burdel no solo implicaba visitar asiduamente los lenocinios, sino aficionarse a los servicios sexuales de sus trabajadoras. Pero, no era sólo ello. Se agregaban otras prácticas y destrezas sociales: ir a peleas de gallos, echarse palos (1), formar tumultos y caerse a puñetazo limpio, por quítame ésta pajita del hombro.
En la conducta rigurosamente política lo del burdel se completaba con ser capaz de ofrecer prebendas de las que se estaba seguro nunca se podrían honrar. Mentir descaradamente para lograr el apoyo de cualquier sector o grupo en elecciones, sin el menor rubor y hacer trampa en los eventos políticos internos o externos al partido. Eso era tener burdel.