Por: José Mendoza Angulo (*)
Con el propósito de no someter a un
brusco esfuerzo a una memoria que ya muestra señales de
cansancio ni de exigir a la razón llegar a límites que pudieran ser
extenuantes, revisamos papeles recientes y viejos para preparar estas palabras.
Volvimos a leer, por ejemplo, casi todos los ejemplares de la estupenda revista
AZUL, órgano divulgativo de la Universidad de Los Andes, fundada en 1981 y que
tuvo como director al arquitecto Juan Astorga, como redactor jefe al periodista
Roberto Giusti y como consejo directivo a los universitarios Jorge Paredes,
Rafael Cartay, Luis Hernández, Gerardo López y Francisco Gaviria.
En el número
26, correspondiente a diciembre de 1983 (hace 34 años), se publicaron dos textos
que tienen relación con los antecedentes
del acto en el que hoy participamos.
El primero, una entrevista concedida por
el Arzobispo Metropolitano de Mérida para la época, Monseñor Miguel Antonio
Salas, anunciada bajo el título siguiente: “No hay antagonismo entre la Iglesia
y la Universidad”.
De los interesantes asuntos tratados en ese encuentro del
equipo editor con Monseñor Salas y ante una pregunta tal vez impertinente de
los entrevistadores formulada en estos términos “¿Qué políticas tiene
planteadas la Iglesia para penetrar la comunidad universitaria y para hacer
frente a esa ideología marxista materialista que según usted ha penetrado en la
Universidad?”, el Arzobispo respondió así, citamos: “Nuestra política no es
penetrar la Universidad, pero sí atender al estudiantado en la medida de
nuestras posibilidades. La mayoría de nuestros estudiantes son de formación
católica y ameritan de nuestra atención pastoral. Precisamente, una de las
actividades encomendadas a nuestro Obispo Auxiliar es la organización del apostolado
universitario…”, fin de la cita. El Obispo Auxiliar que había recibido esta
encomienda era en ese momento, y desde hacía muy poco tiempo, el joven Monseñor
de 39 años de edad Baltazar Enrique Porras Cardozo, el mismo al que hoy se le
discierne en su condición de Académico, de Arzobispo Metropolitano y de
Cardenal el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Los Andes.
El otro texto publicado en el número 26 de AZUL era la Resolución del
Consejo Universitario de la Universidad de Los Andes, aprobada el 4 de octubre
de 1983, mediante la cual se declaraba todo el año 1985 como año bicentenario
de la institución y se llamaba a celebrar con la mayor solemnidad el 29 de
marzo de ese año pues ese día se cumplirían “doscientos años de la creación de
la Casa de Estudios que antecedió al Real Seminario de San Buenaventura, origen
de lo que es hoy la Universidad de Los Andes”. Se designaba en la Resolución
una presidencia colectiva de la cual formaba parte el Arzobispo Metropolitano,
y un comité directivo integrado entre otras personas por el Obispo Auxiliar y
el Rector del Seminario. El recipiendario de hoy había sido ordenado Obispo
Auxiliar del Arzobispo Metropolitano el 17 de septiembre de 1983 y cinco días
después de su ordenación episcopal, el 22 de septiembre, había atendido
invitación del máximo organismo de gobierno de la Institución para participar
en reunión del Consejo Universitario. Con las palabras del Rector, las del
Obispo visitante y el respetuoso intercambio de saludos y de buenos deseos entre
el Auxiliar y los integrantes del Consejo comenzó la ya larga andadura de una nueva y entrañable relación entre la
Mitra merideña y la Universidad que hoy hace
un alto para mirar el tramo recorrido, reconocer lo que por justicia
merece ser reconocido, tomar una bocanada de aire renovado y continuar.
Apenas unos meses después del momento al que estamos haciendo referencia,
el 29 de marzo de 1984, con motivo de la conmemoración del 199 aniversario de
la Universidad y con ocasión de la ofrenda floral ante la estatua de Fray Juan
Ramos de Lora, en el patio central del Rectorado, de paso para esta misma Aula Magna
en que nos encontramos hoy, invitado a decir unas palabras, el Obispo Auxiliar
Porras Cardozo se sintió animado a evocar en los siguientes términos un pasado
que todo universitario ulandino debe tener siempre presente, citamos: “…a solo
un mes de haber llegado a la sede episcopal, el Obispo Ramos de Lora decreta
las Constituciones del Colegio Seminario y pone en marcha un proyecto que no
las tenía todas consigo. Sin local, un viejo y destartalado convento
franciscano le sirvió de asiento. Sin renta, la no muy abundante mesa episcopal
hace de fiador. Sin concesión regia, se suplica y obtiene la Real Cédula
correspondiente. Sin profesores, borlados de Santa Fe y Caracas le darán
prestancia. Sin alumnos, el propio Obispo los busca y selecciona. Era una obra
de titanes. Y el viejo franciscano andaluz sacó energía del rico bolso de su
experiencia y la regó con la esperanza de su fe inquebrantable. Y logró una
obra de arte”. Termina entonces Monseñor Porras su breve intervención con
palabras de Mariano Picón Salas: ’Y el artista es fundamentalmente adivino.
Abre sobre la compacta realidad, sobre el ciego mundo, aquella grieta y chorro
de luz que permite explorar lo inadvertido’”, fin de la cita.
EL
PERSONAJE
Como Obispo Auxiliar y como
Arzobispo, el Cardenal Porras ha dado cumplimiento a la encomienda que le trazó
su guía más próximo, Monseñor Salas, de organizar el apostolado universitario.
Los testimonios de este empeño son muchos pero el logro mayor es haber conseguido
remplazar el aire enrarecido de los prejuicios mutuos acumulados durante años
por la atmósfera fresca y limpia de la confianza y el respeto de dos
instituciones que, sobre todo hoy y de cara al mañana, no tienen más
alternativa que convivir en armonía. Por supuesto que mucho ha tenido que ver
en este desenlace el talante personal de Monseñor Porras, pero no podríamos
dejar de mencionar otras dos circunstancias que completan la explicación
de los resultados. La primera, que Su Eminencia
Reverendísima es un intelectual. Como ha tenido oportunidad de recordárnoslo el
Rector Emérito de esta Universidad
profesor Genry Vargas Contreras en la semblanza que leyó del Cardenal, cuando
llegó a Mérida apenas habían pasado seis años de haberse doctorado en Teología
Pastoral en el instituto madrileño correspondiente de la Universidad Pontificia
de Salamanca, Institución en donde también se había licenciado en Sagrada
Teología en 1966. Venía con la sed insaciable de las lecturas, de la escritura,
de la investigación y de los libros. Además de los asuntos dela religión y de
la Iglesia, la Universidad era su otro medio ambiente natural. Razón y visión
había tenido Monseñor Miguel Antonio Salas. Hace tres años, en el Aula
Académica del Palacio Arzobispal de Mérida,
en ocasión de presentar ponencia “acerca del lugar que le corresponde en
el tiempo al trabajo cumplido hasta ahora por Monseñor Baltazar Enrique Porras
Cardozo a la cabeza de la Mitra merideña” expresamos un criterio que nos parece apropiado subrayar en este momento: el hoy Cardenal Baltazar
Enrique Porras Cardozo ha sido, en los 232 años de vida episcopal merideña, el
más ilustre e ilustrado prelado que ha tenido esta Iglesia. Pero es que,
además, ha sido un intelectual y un líder religioso con pensamiento de avanzada
que cuando cierre su ciclo merideño va a dejar una Iglesia renovada, rejuvenecida
y con un alto nivel de formación profesional de sus ministros, un verdadero
acicate para la Universidad.
EL
AMBIENTE PROPICIADOR
Hablar de la segunda
circunstancia nos demandará una
explicación previa más amplia. Por esa condicionante intelectual de la que no
podemos desprendernos quienes hemos sido formados dentro de las coordenadas de
los estudios históricos y a quienes, además, la actuación pública nos ha dejado
marcas, creemos necesario referirnos, así sea con brevedad, a los momentos que
han servido de marco a la historia que estamos contando. Nosotros estábamos
concluyendo las tareas que el Claustro Universitario nos había encomendado en
1980, tareas que se habían vuelto difíciles, pesadas y a veces francamente muy
poco gratificantes. La administración y el manejo de la Universidad habían
entrado en un camino tortuoso. Los universitarios, supuestamente formados en
buscarle explicación racional a los fenómenos y a los problemas, escondían su
sorpresa ante lo que estaba pasando en la Universidad en la línea de menor
resistencia de atribuir las incomodidades que los afectaban a
errores o incompetencia de la dirección institucional antes que pensar en que
lo que ocurría tenía su origen o podía ser explicado en el cambio que se estaba
operando en la realidad socio-económica y política del país. Por cierto, y
porque nadie escarmienta en cabeza ajena, a la sociedad venezolana le pasó lo
mismo un quinquenio más tarde. Seguramente también el espíritu del joven
prelado que era en 1983 nuestro doctorando de hoy estaba dominado por sentimientos asimilables a los de los
universitarios como por ejemplo la ilusión de la misión que le había trazado el
Arzobispo Salas en la Universidad de Los Andes, el entusiasmo de ser el Rector
del Seminario Mayor Arquidiocesano y muy probablemente hasta el natural temor
de no saber aprovechar a cabalidad todos los aspectos y detalles del exigente
aprendizaje que lo llevaría a ser más adelante la cabeza de la Iglesia
merideña. Lo cierto es que durante los años 1977 y 1978 del siglo pasado,
Venezuela había entrado en barrena en lo que nosotros hemos llamado otra crisis
histórica general de fin de siglo, en este caso entre los siglos XX y XXI, de
la que todavía, hoy, 39 años después y a
17 de haber comenzado la nueva centuria, nos cuesta comprender sus causas y de
la que tememos estar distantes de salir. Por eso nos atrevemos a sostener que
la maduración intelectual del hoy Cardenal Porras Cardozo ha tenido lugar en
medio de la dura pero rica combinación
de fuerzas, tendencias y circunstancias que configuraron la realidad venezolana
de los años que han enmarcado su ejercicio episcopal en Mérida, que lo
perfilaron como la indiscutible figura nacional que es hoy y que,
como telón de fondo, permitieron que se expresara la armadura espiritual con la
que había sido dotado y preparado en los primeros 39 años de su vida.
LA
MADURACION INTELECTUAL
Creemos que puede decirse que lo que hemos llamado el proceso de
maduración intelectual del Cardenal Porras siguió tres caminos interconectados:
su trabajo dentro de la Iglesia una vez ordenado Obispo; la carrera académica
posterior a su doctorado en Teología, y su conversión en la notable figura
pública que es en estos momentos en Venezuela. Nuestra observación de esos caminos se hizo desde dos miradores. Uno, la perspectiva de ser nosotros actores y testigos de la vida
pública venezolana de este tiempo en sus manifestaciones más diversas. El otro,
más cercano, la del trato próximo
condimentado por la amistad y el afecto recíprocos, y la del ambiente crítico
de “La Tertulia de los Martes”, grupo plural para el examen de los asuntos
públicos del país y de la Universidad
animado por cuatro exRectores de esta Casa de Estudios al que Su Eminencia le
ha acordado su generosa amistad y un reconocimiento que todos los contertulios
tenemos en la más alta estima.
Cuando después de su ordenación como Obispo Auxiliar se incorpora a las
labores de la Conferencia Episcopal de Venezuela y al poco tiempo es designado
Secretario de esta Institución no faltó quien pensara benévolamente, como
decimos coloquialmente entre nosotros, que ese primer paso representaba el pago
de su noviciado como obispo. A esa responsabilidad se asoció al poco tiempo otra
trascendental, la de ser Presidente de la Comisión Organizadora de la visita de
Su Santidad Juan Pablo II a Venezuela.
Si alguien llegó a tener alguna, esta misión no dejaba dudas. Las tareas
encomendadas no era el pago de un
noviciado sino el primer gran reconocimiento de una personalidad que desde el
interior de la República, desde bien adentro de la Iglesia, sin tener que darle
codazos a otros, se hacía un espacio en la colectividad católica nacional y más
allá de nuestras fronteras. Después de su preconización como VI Arzobispo de
Mérida y de la toma de posesión correspondiente, acontecimiento del que ayer,
por cierto, se cumplieron 26 años, y de coordinar la segunda visita de Juan
Pablo II al país, el Obispo Porras Cardozo se convirtió, como Secretario,
VicePresidente, Presidente y Presidente Honorario, tal vez en el más constante
integrante de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal de Venezuela;
descolló en tareas latinoamericanas y universales de la Iglesia, hasta que el
19 de noviembre del año pasado, por decisión del Papa Francisco, fue
incorporado al Colegio Cardenalicio de la Iglesia Católica como sexto Cardenal
venezolano y primero en la condición de Arzobispo de Mérida y Metropolitano de
una buena parte de la Venezuela católica.
Su carrera académica ha continuado
después de su ordenación episcopal pero desde una perspectiva que no se
concentra en lo personal. El Cardenal Porras Cardozo, además de su producción
bibliográfica y de su actividad en la Asociación de Cronistas de Venezuela, de
haber sido incorporado a la Academia de Mérida, a la Academia de Historia del
Táchira y a la Academia Nacional de la Historia; de haber recibido los
doctorados honoris causa de la Universidad Católica Andrés Bello, de la
Universidad Nacional Experimental del Táchira y de la Universidad Católica
Cecilia Acosta de Maracaibo, se ha impuesto la tarea de lograr que la calidad
académica sea parte de las estructuras y de la curia arquidiocesana. El archivo
de la Arquidiócesis, fundado hace alrededor de un siglo, ha dejado de ser el
cementerio de infolios de la Iglesia merideña para convertirse en un organismo
vivo, abierto a los investigadores, promotor de publicaciones y organizador de
eventos científicos. Y el Seminario y la formación intelectual de los
sacerdotes de la Iglesia Merideña se han convertido en preocupación y pasión
constante del Arzobispo.
EL HOMBRE
PUBLICO
Ahora bien, sin desmerecer la importancia de los dominios que terminamos
de mencionar, el Cardenal Porras Cardozo ha pasado a ser, desde los
acontecimientos políticos del año 2002, parte del grupo de venezolanos de cuya
opinión y acción depende, en buena medida, la suerte futura de nuestro atribulado
país. Cuando, como escribe en sus memorias,
el 12 de abril de 2002, faltando 30 minutos para la una de la madrugada,
recibió llamada de Miraflores del atribulado Presidente de la República y este
le dijo, cito, “perdóneme todas las barbaridades que he dicho de usted. Lo
llamo para preguntarle si está dispuesto a resguardar mi vida y la de los que
están conmigo en Miraflores….lo que quiero es salir del país…le pido a usted
que me acompañe hasta la escalerilla del avión o incluso que me acompañe si es
el caso” (fin de la cita), e independientemente de los sucesos que siguieron,
el prelado Baltazar Enrique Porras Cardozo, Arzobispo de Mérida y hoy Cardenal
de la Iglesia Católica, se convirtió en una referencia nacional para todos los
venezolanos y en un testigo de excepción para la opinión mundial acerca de lo
que pasa en nuestro país. En buena parte de los documentos emitidos durante los
últimos años por la Conferencia Episcopal de Venezuela, institución que se ha
convertido en estos comienzos del siglo XXI en el más importante núcleo
orientador de la conciencia nacional, está el pensamiento del Cardenal
Porras. No corremos ningún riesgo si
afirmamos que en las determinaciones del Papado sobre Venezuela se ha escuchado
la opinión del Cardenal Porras. Y somos testigos de las intermediaciones del
Cardenal Porras sobre los grandes diferendos existentes en la sociedad
venezolana y de los comparativamente de menor cuantía que han afectado o
afectan a nuestra Universidad.
EL LUGAR
DE LA CIUDAD
Con lo dicho hasta ahora creemos haber dado cumplimiento al encargo que
nos dio para este acto la señora Decana de la Facultad de Humanidades y
Educación, profesora Mery López de Cordero. Vamos a poner término a estas
palabras, pero por no ser de ninguna manera lo usual, solicitamos la
benevolente comprensión de todos los presentes, y en primer lugar de quien
preside el acto, el señor Rector, para formular lo que sin serlo pudiera
parecer una crítica. En un acto tan solemne, tan trascendente como éste, en
particular por lo que subyace a lo que vemos y oímos, no podemos dejar como una
simple referencia la presencia de la ciudad. La participación de los señores
Alcalde y Presidente del Concejo Municipal del Municipio Libertador del estado
Mérida en este acto compensan el vacío pero no lo colman. En el momento en que
la Universidad honra y se honra al distinguir al más alto representante de la
Iglesia merideña con el otorgamiento honorífico de su más elevado grado
académico, no es posible omitir que la acción que hoy ejecutamos concierne a
dos hermanos, casi de la misma edad, el episcopado merideño y la Universidad,
que nacieron en una ciudad doscientos años más antigua que ellos. A pesar de
que la Universidad nació de una semilla que sembró la Iglesia, nadie ha dejado
de reconocer la impronta de la ciudad, vale decir de los ciudadanos, en su
nacimiento y destino. Mariano Picón Salas, tal vez el más ilustre intelectual merideño
con una visión universal de los hechos históricos, llegó a decir en Las
Nieves de Antaño que al nacer la Universidad “el destino de Mérida se
asocia desde entonces e indisolublemente, al de esta casa universitaria que ha
sido, tal vez, nuestra mayor empresa histórica”. Y el merideño del Páramo y
primer Cardenal de Venezuela José Humberto Quintero Parra, en los años en que
comenzaba a brillar por sus discursos, asentó categórico en una de sus alocuciones que "razón sobrada tiene
Mérida para considerar este Instituto como obra plenamente suya, vinculada a
todos sus gremios y clases, para agradecer en consecuencia, como dispensados a
ella los elogios y beneficios hechos a este Centro Educativo y para tomar
también como inferidos a toda la ciudad los vituperios con que mediocridades
engreídas, pasiones regionalistas, rivalidades estúpidas y envidias
inconfesables han algunas veces apedreado a este sobresaliente baluarte
intelectual de la montaña andina”.
COLOFON
Señor Rector. Señora Decana de la Facultad de Humanidades y Educación. Con la realización de este acto académico la Universidad de Los Andes cierra
un ciclo que la parsimonia institucional había prolongado demasiado. Está
haciendo hoy el reconocimiento merecido a un prelado valiente, a un ciudadano
ejemplar, a una persona sensible que se duele del cuadro de pobreza que asola
al país, a un defensor intransigente del respeto a los derechos humanos, a una
personalidad convencida de la superioridad de la democracia, de la justicia y
de la libertad, a un obispo solidario con la Universidad y abierto a los
universitarios, a un hombre optimista que no cae en el panglosianismo sino que
cree firmemente que el futuro hay que hacerlo con las manos, con el cerebro,
con la fe y con el corazón, a un intelectual de ideas avanzadas que, en un
lugar destacadísimo, honrando sus creencias y sus responsabilidades religiosas,
forma parte en este tiempo de dificultades del liderazgo espiritual
de la nación que encarna la Conferencia Episcopal de Venezuela.
Buenos días.
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