Por: Yajaira Freites (')
Acto I
En estos días en Venezuela ocurren situaciones insólitas; les narro lo
que le aconteció a una colega investigadora de un reputado instituto de
investigación del país.
Después de haber realizado los trámites para su respectiva jubilación,
40 años de servicios y firmado su jubilación a finales de octubre del año
pasado, se queda a la espera del pago de sus prestaciones sociales… cuyo monto
no tiene idea por cuanto será por los diversos aumentos logrados por los
investigadores de su centro, a trocha y mocha y siempre en desfase.
Simplemente no le permiten tener una idea
aproximada.
A principios de este año, en enero, es llamada por la oficina de
recursos humanos de la institución y le anuncian que ya sus cheques están
listos y que puede pasar por la caja, pero que debe llevar la solvencia de la Biblioteca
del instituto para poder hacer el retiro efectivo.
Una larga lista de textos que nuestra colega ha retirado para su
consulta le llega por correo electrónico; y comienza a juntarlos y los
devuelve; pero oh, sorpresa, falta uno: un
incunable, calificación que mi propia colega no deja de reconocer. Ella insiste
que no lo tiene y debe ser porque lo ha devuelto…y no está registrado. La Biblioteca sentencia: “sin devolución no hay solvencia”, y la
devaluación se va comiendo el valor de las prestaciones sociales.
Acto II
Y mi colega se pone a buscar en internet y consigue que el incunable
vale 76 euros al precio Dicon del día… y por supuesto ella no tiene ni los
euros ni los bolívares, pues como todo profesional universitario ha pasado a
vivir de la pensión de “vieja” como se refiere a la del Seguro Social
Obligatorio y de la pensión de la institución que afortunadamente desde el principio
le ha llegado puntualmente. Y ya se ha comido los ahorros, y vive acosada arreglando
los chechere de la casa que se le ha ido dañando, pagando el condominio que
sube cada vez y las cuotas extras que no cesan de aparecer.
Les propone a las autoridades de la Biblioteca que le den una solvencia, exonerándola de presentar la obra en
cuestión, y que ella les firma un acuerdo en donde se compromete a devolverlo,
gracias al dinero de las prestaciones sociales. Hay una contraoferta de la Biblioteca
en donde se le indica que podría “subsanar” su pecado contribuyendo a reparar
el ejemplar que queda del incunable en la Biblioteca. Y le envían la lista de
materiales que aparentemente resultan fácil de adquirir, que incluye un metro
de dril para arreglar el maltrecho ejemplar que subsiste.
Pero a mi colega, ya el dinero se le está volviendo escaso, vive a cada
rato revisando sus cuentas en el banco por la internet, va al supermercado y va
adelantando los bienes de acuerdo al total que va marcando la cajera. No tiene
con que sufragar la vía fácil. Se los hace saber a los de la Biblioteca, pero
nada. Se va el mes de febrero.
Pero como diría mi abuela “Dios aprieta, pero no ahorca”. Y a mi amiga
le llegan unos reales extra producto de un préstamo que había hecho a alguien
necesitado en el mes de diciembre. Y con la cantidad de 600.000,00 Bs, ella se siente
aliviada y piensa que a lo mejor podría comprarle el alimento extra a su gata
para el mes o…tal vez algo de la lista
de materiales de la Biblioteca… podría completar dándole otro golpe a la
tarjeta de crédito.
Pasa por una tienda de telas donde anuncia 50% de descuento por un día,
pide que le muestren un metro de dril, la dependiente le pregunta por el color,
y ha continuación le indica que el precio es un millón ocho con 50 céntimos…, pero
como es una de las telas en oferta, tiene un 50% de descuento, el precio
quedaría en 550.425,oo Bs!!!. La compró.
Acto III
Con su dril empacado en una bolsita plástica dentro de su bolso, se
presentó ante el director de la Biblioteca, que la recibió rodeado de sus
colaboradores inmersos en el lio. La reunión comenzó con el jefe dando las
explicaciones de porque no podía dar la exoneración e indicó que había elevado
a instancias del director el asunto. Mi amiga también había recurrido a este
personaje, que cada día le decía que se iba ocupar del problema, pero nada.
Entonces mi colega, tal como me lo contara ufanamente, declaró que el
director tenía mucho de que ocuparse para andar en asuntos como el suyo y sacó
de su bolso el dril, mostrándolo como prueba de su buena fe de solventar el problema
y mostró la factura del costo. Gozó con el asombro de los presentes ante el
costo de lo que se suponía la opción más barata, al mostrar la factura.
Obtuvo su solvencia de inmediato y con ella se presentó en la caja para recoger
sus cheques devaluados, y me comentaba, candorosamente, que su gata por lo menos
tendría su comida para este mes de marzo.
(*) Investigador Jubilada del IVIC
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