sábado, 12 de enero de 2013

¿Hacer las cosas bien…?



Foto: HRC
Humberto Ruiz 

Los últimos acontecimientos ocurridos en Venezuela son difíciles de comprender para muchos venezolanos y no se diga para los extranjeros. No queremos en esta oportunidad analizar la postura asumida por los poderes públicos, absolutamente controlados por el chavismo: mayoría de la Asamblea Nacional (AN), Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), CONATEL, etc.


El hecho concreto en esta  situación compleja y hasta  absurda que vivimos, ahora y por tiempo indefinido, es tener un gobierno que debía instalarse con la juramentación del Presidente el 10 de enero de 2013,  y que no lo hizo.  Por el contrario,  ha continuado una administración que a debido concluir en esa fecha. Todo ello legalizado por una decisión de la Sala Constitucional  que ahora, para mayor atropello a la ciudadanía,  no tiene derecho a revisión, tal como también lo decidió el TSJ.

No son palabreríos, ni formalismos jurídicos, sino circunstancias muy importantes  que han sido banalizadas por los poderes públicos y que nos pueden abrir un sinfín de dificultades, no sólo jurídicas sino sociales,  tanto para el momento actual como para el futuro.  Y esperamos que esa cualidad de ser uno de los pueblos mas felices sobre el planeta no permita que se pierda el país, que entremos en una conflictividad permanente.

¿Cómo es que una situación así, no haya devenido en estallidos sociales inmediatos? Pues tenemos una teoría: los venezolanos funcionamos con unas máximas  de conducta social que  son distintas a como funcionan otros países.

Por ejemplo, para nosotros es sumamente difícil precisar cantidades, tiempos y circunstancias. Así, es común decirle al amigo cuando quedamos de acuerdo en reunirnos, expresarle: “tráete unas cervecitas”. No precisamos cantidad. O, “nos vemos esta noche o la próxima semana”, sin indicar tampoco hora o día.  Decimos que funcionamos como sociedad con la siguiente máxima: Dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy. Ello ayuda ha explicar nuestra ancestral tendencia a dejar para más adelante lo que se debe realizar ya, dándole tan poco valor a la puntualidad y al tiempo nuestro y el de los demás.

La otra máxima que me llega hoy a la mente para entender lo que ha pasado con  la decisión de la no juramentación del Presidente, legalizada "cantinfléricamente" por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y ejecutada por la Asamblea Nacional, es la siguiente: ¿por qué hacer las cosas bien, si las podemos hacer mal?

No otra cosa parece explicar esto de no encargar al Presidente de la Asamblea Nacional,  de la Presidencia de la República, volver a nombrar  al anterior Vicepresidente en el cargo que ya había designado el Presidente Chávez en el período administrativo que fenece y dejarlo encargado del Ejecutivo Nacional, tal como lo establece el artículo 231 de la Constitución.

Se han argumentado muchas razones. ¿Es solo temor a lo que pueda hacer Cabello? Algo de cierto puede haber, aunque no totalmente. Creemos que lo que ocurre es que éste es un camino sencillo y lo peor para los intereses del chavismo hoy, es expedito. Es decir, rápido. 

El presidente Chávez no se va a recuperar por que su enfermedad es muy grave. Situación empeorada por el esfuerzo hecho para ganar las elecciones del 7 de octubre y por la medicina “revolucionaria cubana”. Lo cierto es que la salud del Presidente Chávez se ha deteriorado a una velocidad mayor a la deseable. Lo ideal para el régimen es que dure el mayor tiempo posible para controlar todos los factores  que puedan impedir o resquebrajar el “status quo”.

Por ello, esto de mostrar ante una parte del país  que están haciendo las cosas mal ayuda para hacer ruido, encubrir el problema de las deficiencias gubernamentales y ganar tiempo.  En particular,  ganar tiempo con una pelea insustancial con una parte o toda la oposición, para acusarla de conspiradora. Pelear con la empresa privada por acaparadora  y con Globovisión por estimular la “angustia de los venezolanos”. En fin, un guión harto conocido, que parece olvidado, por la mayoría de los desmemoriados venezolanos.

Aquí lo que queda hacer es insistir por todos los medios democráticos posibles que el modelo que inspira  al chavismo, con Chávez o sin él, es históricamente ineficiente y fracasado. La revolución cubana, cincuenta años después de haberse instalada,  lo muestra evidentemente, pues ahora vive del financiamiento que le saca al gobierno venezolano, como antes se benefició de la Guerra Fría y de chulearse a la URRSS. 

El papel de la oposición debe ser acompañar y agudizar las exigencias de progreso de la sociedad venezolana y denunciar que los órganos del poder público están groseramente controlados por el régimen, para perpetuarse en el poder,  aun sin Chávez. Régimen seudo-democrático que, solo debemos derrotar electoralmente.  

La mayoría de los venezolanos debemos hacer, esta vez, las cosas bien. Nada de violencia aunque si de resistencia y fortaleza. Nos merecemos un país mejor y eso pasa por dejar que se instale una cultura de la tolerancia, que nos permita progresar con el esfuerzo de todos.

Ya basta de pleitos reales o inventados. Hay que hacer las cosas bien.  Esperemos que otra máxima muy venezolana no se imponga esta vez:    esperar que otros hagan, lo que nosotros debemos hacer.

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