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LA UNIVERSIDAD CREATIVA, LIBRE Y AUTONOMA
Jesús Rondón Nucete
Vivimos una época de grandes transformaciones, que se han acelerado en las últimas décadas. Hace ya varios siglos (en Occidente, desde el final de la Edad Media) la sociedad se hizo dinámica, sujeta en forma permanente a cambios. Desde entonces nunca el “presente” fue igual al “ayer”. Cada día era – y es – distinto. La liberación de los espíritus hizo posible la ampliación del saber, lo que se tradujo en pequeños y grandes descubrimientos científicos que modificaron – y mejoraron – la forma de vida de la humanidad. Y también la ampliación de la libertad del hombre y el reconocimiento de sus derechos, lo que provocó la aparición de nuevas formas políticas (con la participación creciente de las mayorías). Ahora mismo, asistimos a una nueva fase de ese proceso impulsada por la llamada revolución del conocimiento.
En gran medida todas aquellas transformaciones fueron resultado de la “búsqueda del saber” llevada a cabo en las universidades, instituciones de alta enseñanza y de cultivo de las ciencias, surgidas en la Europa de la Baja Edad Media[1], a las que, en verdad, antecedieron centros de estudios – algunos muy antiguos – en otras partes del mundo. Pero esas mismas transformaciones, en acción sobre sus orígenes, produjeron cambios de significación en aquellas casas: se hicieron más libres y más abiertas, más universales (y también más exigentes y rigurosas) en sus cátedras e investigaciones. Por eso, ciertamente, las universidades son hoy distintas a las de los primeros tiempos o a las de los inicios de la época moderna o, incluso, a las de hace apenas unas décadas. Y lo serán más aún en el futuro (en formas y actividades que pretendemos adivinar actualmente).
En efecto, las instituciones universitarias enfrentan nuevos retos en un mundo cambiante y globalizado, en el que tiene lugar la revolución del conocimiento. Y al tiempo de dar respuesta a las crecientes demandas de las sociedades sobre los nuevos problemas e inquietudes que les preocupan, deben facilitar el acceso a sus programas (de enseñanza, investigación y extensión) al mayor número de personas. Todo para, en palabras de Antonio Luis Cárdenas,[2] “cumplir su misión de conservar, incrementar, transmitir y usar el saber o los “saberes”, como lo diría Don Alfonso el Sabio”. Así, la esencia de la universidad se mantiene. Aún se la puede definir como una institución dedicada a crear y transmitir el saber necesario al bien común. Sin duda, han variado – y variarán aún más – los saberes, los métodos empleados en su búsqueda y su transmisión y sobre todo el uso que se hace de ellos. Y, por supuesto, la estructura, el funcionamiento y los recursos de la institución, así como el énfasis que se pone en alguna de sus tareas. Por eso conviene precisar el concepto de universidad y sus elementos esenciales; como también su relación con la sociedad y el estado (al que corresponde la promoción del bien común). Estas notas pretenden contribuir a tal propósito para mejor encauzar el debate sobre las reformas que se requieren; pero, en ningún caso – debe aclararse – constituyen un intento de formular una teoría sobre la esencia o la misión de la universidad.
Referencia histórica necesaria
En todas las civilizaciones antiguas existieron centros de altos estudios. De otra manera no podríamos explicar sus realizaciones, muchas de las cuales todavía nos sorprenden. Debió haber en ellas un sistema de transmisión de conocimientos que permitió la formación de los sabios (astrónomos asirios o ingenieros egipcios, por ejemplo). Lamentablemente, poco conocemos de los mismos. Sabemos sí, que centros de ese tipo funcionaron desde los más remotos tiempos en China e India. El primero que registra la historia parece ser Shang Hsiang (Escuela Superior), fundado por el emperador Shun (2.257 – 2.208 a.C.) de la era Yu. Hubo muchos otros posteriormente.[3] Consta igualmente la existencia de algunos de esos centros en la antigua India.[4]
También en Occidente funcionaron escuelas de estudios superiores. Hipócrates enseñaba en el Asclepeion de Cos (S. V y IV a.C.). Platón fundó la Academia (387 a. C) y Aristóteles el Liceo (336 a. C.). La Biblioteca de Alejandría, creada por Ptolomeo I Soter (305 – 285 a.C.) fue por siglos un centro del saber. En Roma, durante la dinastía de los Flavios (69 – 96) se establecieron cátedras públicas de retórica. La primera se encomendó al gran maestro Quintiliano.[5] Pero, ni en la capital del Imperio ni en sus provincias existieron propiamente instituciones organizadas de varios maestros; y todas las cátedras desaparecieron durante la decadencia. Justo por entonces, en 425 Teodosio II (408 – 450) fundó en Constantinopla el Pandidakterion para la enseñanza de las diversas ciencias.[6] Algunos lo consideran el más importante centro de estudios de la antigüedad; y el de mayor influencia, pues sus maestros y alumnos – que se dispersaron por todo el Oriente – contribuyeron a la formación de las escuelas sirias, persas y árabes que están en el origen de las universidades modernas.
En efecto, al ser expulsados del Imperio (en 489), los sirios cristianos (o nestorianos), con sus comunidades de maestros (alumnos de los de Constantinopla, muchos de ellos), se refugiaron en Persia, donde formaron o dieron notable impulso a la Escuela de Medicina de Gondishapur. Esa Escuela atrajo estudiosos de todo el mundo. Trasladada a Bagdad por los árabes, dio origen al Bayt al Hikma, la “Casa de la Sabiduría" del califa Al – Ma’mun (813-833). Allí se amplió el objeto de los estudios y se tradujo las obras científicas de médicos y filósofos griegos. Surgieron después, entre otros, los centros de Fez (al-Karaouine, 859), El Cairo (Al-Azhar, 988) y Damasco (1158); y en España el de Córdoba, establecido por el califa omeya Abderramán III (929 – 961). La mayoría contaba con escuelas de medicina que se vincularon con hospitales, lo que les permitió grandes avances.[7]
Cuando comenzó la decadencia de las prestigiosas escuelas árabes (por el fin de los poderes que las mantenían o por la regresión religiosa) surgieron las primeras universidades de Europa occidental (que sin duda recibieron muchos aportes – en hombres sabios y conocimientos – de aquellas). Por entonces, las naciones europeas en formación requerían mejorar las antiguas escuelas (monásticas, catedralicias y palatinas), establecidas según los decretos carolingios del 787, [8] limitadas a la enseñanza elemental.[9] Las primeras de aquellas universidades fueron: Salerno (Escuela Médica, del siglo IX), Bolonia (1088), Paris (1150), Oxford (1167), Regio (1188), Cambridge (1208) y Montpellier (1220). La de Palencia (1208) fue la primera de España, pero la de Salamanca (1218) tuvo continuidad.
Rápidamente se establecieron en toda Europa: para 1400 ya existían 52.[10]
Aquellas universidades – pequeñas y atadas a un pensamiento – evolucionaron con el tiempo. Siguieron a la sociedad que se hizo dinámica (en la expresión de Arnold J. Toynbee). Hubo, primero, adiciones al cuerpo de los conocimientos que se enseñaba. Y más adelante – como resultado de la rebelión de los espíritus (s. XVI y XVII), el progreso de las ciencias (s. XVIII al XIX) y el ascenso de las masas (s. XIX y XX) – ampliaron su campo de acción y sus objetivos. Dejaron de ser institutos para la educación de pequeños grupos de las elites dirigentes, para convertirse en centros del saber, libres y abiertos a un gran número de estudiantes. Hoy las universidades, al tiempo que aspiran formar profesionales de alto nivel, se dedican a la reflexión y la investigación para dar respuesta a los problemas que plantea la sociedad.[11] (11). Por supuesto, existen varios modelos, según hagan énfasis en alguno de sus objetivos.[12]
Concepto de Universidad
El término “universidad” deriva del latino “universitas” que utilizó Cicerón (106 – 43 a.C.): primero para designar el todo, el universo; y luego a la totalidad de los elementos que conforman un determinado conjunto. Los juristas, tal como lo hacía el Digesto (o Pandectas) de Justiniano (del 533), lo usaron para referirse a una colectividad y más propiamente como sinónimo de comunidad. A partir del siglo XI se aplicó a los gremios o asociaciones, entre los cuales se contaron desde el siglo XIII los de escolares (universitas studentium) y de maestros: (universitas magistrorum), que transmitieron sus nombres a las universidades que crearon. Que se sepa, en su sentido actual, el término se empleó por primera vez en 1252 en el Statuit Universitas Oxoniensis.
La universidad moderna – que deriva de la Universitas magistrorum et scholarium medieval – se define aún como una comunidad espiritual, por la concurrencia de dos elementos:
1. Comunidad de maestros y escolares. Se trata según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, de un “conjunto de personas vinculadas por características o intereses comunes” Ese interés común no es otro que “la búsqueda del saber”. Ya D. Alfonso el Sabio (1221 – 1284) fijó en la Segunda Partida, Titulo XXXI, Ley 1: es un “ayuntamiento de Maestros, e de escolares que es fecho en algún lugar”. “Ayuntamiento” escribió el Rey de Castilla: o sea “acción o efecto de ayuntar” que es “unir unas cosas con otras” y “reunión de personas para tratar algún asunto”. Mucho más cerca, Karl Jaspers (1883 – 1969) la identificó así: “comunidad de hombres doctos y de estudiantes dedicados”.[13] No puede, pues, la universidad confundirse con un lugar o con el ente o empresa que la mantiene o con los servicios (administración) que requiere para funcionar.
2. Por su objeto esa comunidad es esencialmente de orden espiritual (o intelectual). El estudio es “fecho – según el Rey sabio – con voluntad e entendimiento de aprender los saberes”. O para utilizar los términos de Jaspers: sus miembros están “dedicados a la tarea de buscar la verdad”. Conviene insistir en que su objeto no es:
a. moral: como muy bien lo precisó el Cardenal J. H. Newman (1801 – 1890) del Trinity College (Oxford);
b. político: como lo pretendieron grupos revolucionarios del siglo XX (para los que era un “instrumento” útil para la conquista del poder);
c. económico: como parecen entenderlo empresarios de épocas recientes. No obstante, se debe señalar que la comunidad requiere de recursos para cumplir sus fines.
Resulta conveniente advertir que su objeto se ha ampliado desde sus orígenes medievales. Entonces se tenía a las Universidades como casas para la transmisión de conocimientos. Y así fue, esencialmente, hasta la fundación (1809) de la Universidad de Berlín como un centro de investigación, por Wilhelm von Humboldt, Johann Gottlieb Fichte, y Friedrich Schleiermacher Para este último,[14] la misión de la Universidad es “cultivar las ciencias” – y también las humanidades – en su más alto nivel y al mismo tiempo formar profesionales con sólida base científica y filosófica (lo que los diferencia de aquellos que se dedican a una aplicación mecánica de conocimientos). Esa concepción encuentra antecedente en la Universidad de Göttingen, fundada en 1734.[15]
3. Comunidad finalista, aspira tener permanencia en el tiempo, para lo cual se dota de una organización. No es una reunión transitoria de personas que se disuelve al cumplirse el objetivo que las convoca ni una asociación establecida por un período de tiempo determinado o de corta duración. Es una institución que perdura (y la historia muestra que pocas de su tipo desaparecieron). Y se sustenta en una organización, que debe ser apropiada a sus fines y a la época en que desenvuelve su acción. Conviene, en consecuencia, que pueda transformarse cuando lo exijan las circunstancias. La institución, pues, es permanente, no así su estructura sujeta a cambios.
Este es el concepto que recoge nuestra Ley de Universidades (1970) en su artículo 1: “La Universidad es fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre”. Y también el que adoptó en fecha reciente (1997) la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO): las universidades son “comunidades de especialistas que preservan, difunden y expresan libremente su opinión sobre el saber y la cultura tradicionales y buscan nuevos conocimientos sin sentirse constreñidos por doctrinas prescritas”.[16] Ese organismo precisó: “La búsqueda de nuevos conocimientos y su aplicación constituyen la esencia del cometido de esas instituciones”.[17]
Características de la Universidad
Por su propia naturaleza la Universidad es:
1. Una comunidad natural: aunque es creada en un momento determinado por un acto volitivo, surge de la vocación trascendente del ser humano, llamado a la verdad y al saber,[18] para cuya consecución está dotado de facultades (que por tanto le son inherentes). Entre ellas está la de asociarse y constituir instituciones, de múltiples formas. Unas le son inmediatas (familia, escuela, ciudad), otras globales porque comprenden a todos (estado y comunidad internacional). Aquellas (llamadas sociedades o cuerpos intermedios), entre las que se cuenta la universidad, son autónomas de las últimas, que deben protegerlas y respetarlas.
2. De carácter universal (y de allí su nombre): “estudio general” se la llamó en las “Partidas”, para diferenciarla de los dedicados a un saber o ciencia “particulares”. Ofrece un medio para el estudio y la reflexión – con visión global – sobre cualquier campo que interese al ser humano. Por lo demás, la búsqueda del saber no reconoce límites, como no sean los que imponen la dignidad del hombre y los valores que asume como “criatura” de Dios.
Para cumplir con su objeto, la universidad debe ser:
1. Creativa (como en el modelo alemán: de investigación) y por tanto transformadora. Algunos pretenden mantenerla dentro de un modelo “reduccionista” (solo dedicada a la formación de profesionales, lo que por supuesto también debe hacer). Caben distintas posibilidades: puede estar formada por docentes–investigadores o por profesores dedicados unos a cada una de las áreas y otros a ambas. En todo caso, la investigación permite renovar el saber y la enseñanza. E igualmente cumplir una tarea transformadora de la sociedad (para lo cual utiliza también la extensión). La escuela y el liceo transmiten valores y el saber necesario. La Universidad transmite, cuestiona y crea.
El papel de la universidad en la transformación de la sociedad (especialmente en los últimos dos siglos) ha sido plenamente reconocido. Más aún, hoy se admite que existe una relación entre desarrollo económico y social y el nivel de las instituciones académicas. Por eso, se considera que la universidad es un instrumento de gran valor para los países menos desarrollados (en el camino de la superación de sus condiciones). El asunto es de tanta importancia que es el tema del ensayo que sigue a estas notas.[19]
2. Libre (tanto en la enseñanza como en el aprendizaje) y, en consecuencia, plural. La libertad en la enseñanza superior[20] es manifestación de derechos del individuo (el de recibir educación para aumentar el campo de sus conocimientos y el de impartir educación para transmitir valores y saberes de la más alta importancia social) derivados del derecho fundamental a la libertad. Pero, también es un instrumento que sirve para hacer progresar el conocimiento del saber (las ciencias) y para permitir su divulgación, sin limitaciones.
2.a. El derecho a la libertad personal, entendida como el derecho “al libre desarrollo de la personalidad” (de la “individualidad” en la Constitución Alemana de 1949) exige la libertad en la enseñanza. Aunque es condición para el ejercicio de la docencia, protege esencialmente los intereses de los estudiantes. Garantiza, en efecto, el derecho del individuo a desarrollar libremente su “originalidad”. No lo podría lograr si se le impone un modelo determinado (como el del “hombre nuevo”, que pretenden algunos regímenes totalitarios). Es tema, pues, que atañe a derechos del hombre (que deben ser siempre respetados), más que a privilegios otorgados a una institución importante. Adquiere así mayor valor: la libertad en la enseñanza se coloca ahora entre los derechos inalienables e imprescriptibles del hombre.
2.b. El avance de la ciencia, necesario para atender las demandas de la sociedad en todos los aspectos, exige también la libertad en la enseñanza y la investigación. Tiene, pues, razón de ser en la utilidad social. Asegura el progreso de la sociedad al impedir que se pueda entorpecer por cualquier autoridad (aún la más alta) el libre desarrollo de la investigación o de la especulación, así como su divulgación. En la decisión del caso Sweezy vs. New Hampshire (1957) la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos declaró (según el Chief Justice E. Warren): “es obvio que la libertad es indispensable a las universidades. … Imponer camisas de fuerza a los conductores intelectuales de nuestros colegios y universidades equivaldría a comprometer el futuro de nuestra nación. Ninguna gama de estudios ha sido explorada por la inteligencia humana a tal grado que no surjan nuevos descubrimientos para aclararla. … La ciencia no podría prosperar en una atmosfera de desconfianza y sospecha. Los profesores y los estudiantes deben tener en cualquier momento la libertad de informarse, de estudiar y de formular conclusiones, de otra manera, nuestra civilización se estancará y marchitará”.
2.c. La libertad implica pluralidad. Es decir, posibilidad de distintas alternativas. No se es libre cuando se está obligado a adoptar una orientación o una posición. El ser humano goza, por naturaleza de “libre albedrío”, de elegir y tomar sus propias decisiones, de escoger su propio camino. En consecuencia, la Universidad debe ofrecerle y garantizarle un ambiente de pluralidad, que asegure su libertad. No puede, pues, ella misma obligar – ni estar obligada – a adoptar un pensamiento único (religioso, cultural o político).
3. Autónoma (tal como fue reconocida casi desde sus inicios). La autonomía garantiza la creatividad y la libertad, como lo sostienen muchas instituciones y personas.[21] Es una prerrogativa – que se tiene frente a diversos poderes – que asegura el cumplimiento de sus fines. La intervención del Estado no estimula ni puede estimular su consecución y “lejos de ello – escribió W. Humboldt – su injerencia es siempre entorpecedora; que sin él las cosas de por si marcharían infinitamente mejores”. La autonomía consiste – según la UNESCO – en “el grado de autogobierno necesario para que las instituciones de enseñanza superior adopten decisiones eficaces con respecto a sus actividades académicas, administrativas y afines”. Comprende, pues, distintos aspectos: gubernativo, organizativo, académico y financiero. Como un complemento se agrega el privilegio de la inmunidad de la sede.
Debe decirse que la autonomía de las universidades no siempre fue reconocida. En efecto, muchos Estados modernos pretendieron regular sus actividades y su organización, por lo que aparece muchas veces como una conquista reciente de los universitarios. En Venezuela, se eliminó en 1883 y solo fue restaurada en 1958. En los últimos tiempos contra la autonomía se alega la conveniencia de incorporar los institutos de investigación y de estudios superiores a la consecución de los objetivos de los planes nacionales de desarrollo. Sin duda, los mismos deben colaborar en la elaboración de planes y proyectos y en la formulación de políticas.
Tal participación, sin embargo, puede lograrse sin que los órganos gubernamentales impongan las decisiones (que más bien deben ser resultado del trabajo de todos los sectores interesados).
Elementos Constitutivos de la Universidad
Dentro de la universidad se distinguen tres elementos distintos:
1. La Academia: que integran profesores (pensadores, investigadores y docentes) y estudiantes (de pre y posgrado). La Academia crea, enseña y difunde el saber. Es la esencia de la Institución. El primero de sus componentes (el claustro académico) es permanente y está comprometido con ella en el cumplimiento de sus fines. El otro sólo se mantiene en las aulas por un tiempo; no obstante es objeto principal de la obra universitaria, que tiene en la formación de los jóvenes una de su razones últimas.
2. La Administración: que integran directivos, administradores y funcionarios (empleados y trabajadores). Hoy en día no se concibe una universidad sin una Administración eficiente. De manera que su trabajo es necesario y valioso, en cuanto asegura el cumplimiento de los objetivos de la Universidad. Entre nosotros se confunde la dirección académica con la administrativa. Pero, en muchas universidades del mundo se establece una clara distinción entre ambas, hasta el punto que la última se confía a expertos en la materia (que, incluso, pueden no pertenecer al claustro académico). La reforma de 1970 de la Ley de 1958 (vigente) pretendía, entre otras cosas, transferir el manejo de las funciones administrativas a un funcionario de alto rango (y por tanto de elección); sin embargo, esa intención ha sido desvirtuada por prácticas de dudosa legalidad (como la creación o la adscripción de organismos administrativas en despachos de otros funcionarios)
3. El Entorno: que no es otro que la sociedad, cuya transformación o mejoramiento se busca. La acción de la universidad se proyecta sobre ella – la gran beneficiaria – a través de tres mecanismos:
3.1. La formación de profesionales: el más visible y de resultados inmediatos. Como ya se dijo, muchas universidades reducen su misión a esa tarea.
3.2. La investigación (con su capacidad técnica y científica) de problemas de diverso tipo a objeto de ofrecer soluciones.
3.3. La extensión: para transmitir directamente a la sociedad (y especialmente a quienes no tienen acceso directo a los claustros), mediante diversas acciones, el conocimiento y los valores que guarda y para incorporar la sociedad a los claustros universitarios. Por cuanto este mecanismo es menos conocido, se desarrolla en texto anexo.[22]
La UNESCO ha señalado que la enseñanza superior se orienta hacia el desarrollo del individuo y el progreso de la sociedad.[23]
Por encima de todo, la universidad cumple un papel orientador, de guía de la sociedad: discute problemas y ofrece opiniones (y soluciones). Es esa, decía el gran maestro J. Ortega y Gasset,[24] en famosa Conferencia pronunciada en Madrid hace ya ochenta años, la “misión de la Universidad”. Atribuía a su incumplimiento la situación de Europa, sobre la cual, por encima de los dictados de la inteligencia, se impondría pronto la voluntad de fuerzas brutas (muy poderosas), lo que provocaría una gran catástrofe mundial. Y Jacques Maritain, poco después al reflexionar sobre la educación en ese “momento crucial” señalaba que “en la medida en que una función de primera importancia le ha sido confiada, la Universidad está obligada en conciencia a sentirse responsable para con la comunidad entera y a tener cuenta las exigencias del interés general”.[25]
ANEXOS
Anexo I
Libertad Académica
Por “libertad académica” se entiende hoy la facultad de los profesores e investigadores, de los estudiantes y de las propias instituciones de actuar, en la búsqueda y trasmisión del saber y/o del conocimiento, con entera libertad, sin sujeción a doctrinas instituidas y sin interferencia indebida por parte de algún ente público o privado. Comprende, según los lineamientos de la Recomendación relativa a la condición del personal docente de la enseñanza superior del 11 de noviembre de 1997 adoptada (tras 40 años de deliberaciones) por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO):
1. La libertad de la institución para actuar y para expresarse sobre cualquier asunto que pueda interesarle. Según la Bakke decision (1978), dictada por la Suprema Corte de los Estados Unidos, la libertad de las universidades (que se fundamenta en ese país en la XIV Enmienda de la Constitución), comprende “cuatro libertades esenciales”: “determinar por si misma quién puede enseñar, qué puede enseñarse, cómo puede enseñarse, y quién puede ser admitido a estudiar (salvo en las escuelas profesionales) ";
2. la libertad de profesores y estudiantes para enseñar y recibir educación, respectivamente, y para debatir;
3. la libertad de llevar a cabo investigaciones y difundir y publicar los resultados. Tanto ésta como la anterior se ejercen sin censura o sujeción a doctrinas instituidas y sin temor a sufrir por ello discriminación alguna o represión por parte del Estado o de cualquier otra instancia ;
4. el derecho de los integrantes de la comunidad universitaria de expresar libremente su opinión sobre la institución o los sistemas que ella adopte; y
5. el derecho de los integrantes de los institutos de educación superior de participar en órganos de co-gobierno y en organizaciones representativas.
La libertad académica es, en consecuencia, un concepto mucho más amplio que la libertad de cátedra o de investigación. Esta última (Lehrfreiheit) fue reconocida en Occidente desde los inicios de sus universidades. En fecha reciente, sin embargo, se han propuesto normas éticas, sobre el comportamiento del profesor en clase. Por su parte, la libertad académica de los estudiantes (Lernfreiheit), también aceptada en los orígenes, se olvidó por largo tiempo. Después revivió en Alemania, de donde pasó en el s. XIX a otros países. Implica, en esencia, que el estudiante tiene la libertad de elegir su propio campo de estudio en la universidad de su preferencia (siempre que cumpla con los requisitos que se exijan) y tiene la posibilidad de debatir las tesis que se le presentan. La Reforma de Córdoba (1918) insistió en la necesidad de reconocer los derechos del estudiante.
La “libertad de las ciencias” fue reconocida en Alemania por la Constitución de Prusia de 1851. Por su parte, en los Estados Unidos la libertad académica goza de mucha protección, gracias a una serie de decisiones de la Suprema Corte de Justicia que ha desarrollado una extensa doctrina sobre la materia. Alguna data de fecha temprana: Dartmouth College case de 1819. Otras son más recientes: Sweezy v. New Hampshire de 1957 y .The Bakke decision de 1978. Los derechos del estudiante han sido reconocidos en: West Virginia State Board of Education v. Barnette de 1943 y Tinker v. Des Moines de 1979.
Finalmente, defensor de la libertad académica fue S.S. Juan Pablo II (1978 – 2005), quien promulgó las Constituciones Apostólicas “sobre las Universidades y Facultades Eclesiásticas” (Sapientia Christiana) en 1979 y “sobre las Universidades Católicas” (Ex Corde Ecclesiae) en 1990. En ésta última asienta que la Universidad, que es una comunidad académica, realiza su finalidad última – que es la tutela y desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural – mediante el ejercicio riguroso y crítico del pensamiento, a través de la investigación, la enseñanza y los diversos servicios que ofrece a la comunidad local, nacional e internacional. Ahora bien, para "examinar a fondo la realidad" y ser “un centro de creatividad y de irradiación del saber para beneficio de la humanidad”, se debe garantizar a la Universidad y sus miembros la libertad académica, que define en forma precisa.
En efecto, siguiendo la doctrina de la Constitución Pastoral Gaudium et spes (1965) del Concilio Vaticano II señala que la libertad académica “es la garantía, dada a cuantos se ocupan de la enseñanza y de la investigación, de poder indagar, en el ámbito del propio campo específico del conocimiento y conforme a los métodos propios de tal área, la verdad por doquiera el análisis y la evidencia los conduzcan, y de poder enseñar y publicar los resultados de tal investigación, teniendo presentes la salvaguardia de los derechos del individuo y de la comunidad en las exigencias de la verdad y del bien común”.
Anexo II
La Extensión Universitaria
Se acepta hoy que la Universidad cumple sus fines a través de tres funciones: la investigación académica (búsqueda del conocimiento), la enseñanza profesional (transmisión del saber científico y humanístico) y la extensión (relación directa con la sociedad). Así, por ejemplo, lo señala la vigente Constitución de la República (1999). La última fue ya admitida en el Primer Congreso de Universidades Latinoamericanas celebrado en Guatemala en 1949; y su concepto desarrollado en la Primera Conferencia Latinoamericana de Extensión Universitaria e Intercambio Cultural realizada en Chile en 1957.
Sin embargo, no existe una definición de “extensión universitaria” que sea aceptada en forma unánime. El concepto no solo ha variado en el tiempo sino que difiere de un país a otro (refleja las particularidades de cada uno). Inicialmente hacía referencia a las actividades de proyección de la institución hacia su entorno, tal como lo entendió la UNESCO: “un servicio mediante el cual los recursos de una institución educativa se extienden más allá de sus confines con objeto de atender a una comunidad o a la región que se considere zona propia de la institución”. Pero, hoy se ha superado ese enfoque paternalista Se ha ampliado: su contenido abarca el proceso de interacción recíproca (proyección y participación) que surge de la compleja relación entre Universidad y sociedad, que no se limita a la formación de profesionales y la investigación especializada.
En todo caso, desde la Reforma de Córdoba (1918) se la entiende como una actividad fundamental que deriva de la función social que cumple la universidad, que está al servicio de la comunidad (estudia sus problemas y genera soluciones). Pero, también de una de sus características: la de ser institución abierta que recibe influencias de la sociedad en que actúa. Por eso, desde aquel movimiento se la tiene como mecanismo para lograr la plena integración de la universidad con la sociedad.
Podría definirse como el conjunto de actividades a través de la cuales la Universidad proyecta su acción en forma directa e inmediata a la sociedad, al tiempo que recoge sus problemas e inquietudes. Forma parte de su función orientadora. Ahora bien, resulta muy difícil describir, siquiera en forma general, la gama de acciones, programas y prácticas que se ejecutan a través de la extensión. Con todo, se pueden agrupar en dos grandes áreas: la de la proyección y la de la participación.
Comprende, en efecto, de un lado: la promoción y divulgación del conocimiento científico y humanístico que interesa a todos, así como el estudio de los diferentes problemas de la sociedad para proponer e, incluso, actuar en su solución Y de otra parte: la recepción de aportes e inquietudes de los factores sociales (que pueden ser de gran riqueza), así como la actuación de personas y comunidades en temas y espacios propios de la institución. Comprende, en general, todas las formas de vinculación de la sociedad con la universidad, que con todas esas acciones multiplica su actividad. Su presencia y alcance se extiende aún más en la sociedad, a la que se llama a colaborar, con su dinamismo, en las tareas de la institución.
La extensión tiene como fin último contribuir al desarrollo general de la comunidad y al mejoramiento de la vida de la población (y especialmente de su nivel espiritual e intelectual, mediante la difusión de la cultura). Pero, también, enriquecer la actividad de la Universidad, que puede cumplir mejor sus objetivos. Es, pues, una fuerza transformadora, de cambio, interno y externo. Y, en conclusión, expresión de la misión de la Universidad.
JRN/2011.
Notas
[1] Sobre el proceso de renovación espiritual e intelectual que en la Edad Media dio origen a las Universidades, véase: Edouard Perroy, La Edad Media. 3ª ed., Barcelona, Ediciones Destino, 1967 (Historia General de las Civilizaciones, V. III).
[2] El Concepto de Universidad. Origen y Evolución. Mérida, Universidad de los Andes. 2004.
[3] Como la Academia Central Imperial de Nanking (del 258 d.C.) o la Academia Yuelu de Changsha en Hunan (del 976 d.C.).
[4] En Takshashila (desde el siglo VII a.C.) en el antiguo reino de Taksha; y en Nalanda (desde el siglo V a.C.) en Bihar, lugar de origen del budismo.
[5] Estos maestros formaban para el “cursus honorum”: la carrera en la administración o el gobierno.
[6] Allí 31 profesores (pagados por el tesoro imperial) enseñaban Gramática, Retórica, Derecho, Filosofía, Matemáticas, Astronomía y Medicina.
[7] Durante la llamada Edad de Oro Islámica, que coincide en parte con la Edad Media del Occidente, prosperaron la civilización y la sabiduría. Se cultivaron las humanidades, las ciencias y las artes (y no sólo las del mundo islámico). Y se salvaguardó la riqueza de la antigüedad clásica. En sus grandes escuelas enseñaron, entre otros: el centroasiático Al-Farabi (872 – 950), el persa ibn Siná o Avicena (980 – 1037), el andalusí Ibn Rushd o Averroes (1126 -1198), el árabe Ibn Jaldún (1332-1406) y el judío Moshé ben Maimón o Maimónides (1135-1204).
[8] Inspiradas en la reforma propuesta por el monje Alcuino de York (735 – 804), se habían multiplicado: de 20 en el 900, a más de 300 al comenzar el siglo XI).
[9] Se ha propagado ampliamente una idea errada sobre la Edad Media del Occidente. Ciertamente, durante los siglos que siguieron a la destrucción del Imperio se impuso la violencia (por la dispersión del poder) y se perdió gran parte del conocimiento adquirido y de las obras producidas durante la antigüedad clásica; pero, no puede considerársela como “la edad de las tinieblas”. Sería ignorar su profunda religiosidad, el desarrollo de las lenguas romances, las creaciones del arte románico y del gótico, el trabajo de los monasterios y el surgimiento de las primeras universidades.
[10] De ellas 29 fueron creadas por los Papas. Unas derivaron de las escuelas arriba mencionadas (exconsuetudine), otras fueron erigidas sin antecedente escolar (ex privilegio). Las había de estudiantes (universitas studientium) como la de Bolonia o de maestros, (universitas magistrorum) como la de Paris. La fecha de fundación que se señala corresponde, en verdad, a la del acto que le dio nacimiento jurídico a cada una; pero en algunos casos los estudios habían comenzado tiempo antes: en París, por ejemplo, Abelardo enseñaba desde comienzos del siglo XII.
[11] Sería un error, sin embargo, creer que en las antiguas Universidades no se practicaron investigaciones. Entre otros, Robert Grosseteste (1175-1253) y Roger Bacon (1214-1294) trabajaron y enseñaron en Oxford, Nicolás de Oresme (1323-1382) en Paris, Nicolás Copérnico (1473-1543) en la Jagelloniana de Cracovia y Galielo Galilei (1564-1642) en Pisa y Padua. Y es muy significativo que ya en 1158 el Emperador Federico I promulgó la “Costitutio Habita” para garantizar el derecho de la Universidad de Bolonia a investigar en forma independiente de todo otro poder.
[12] ) En ese sentido, Antonio Luis Cárdenas distingue seis modelos, según la misión principal que se asigne a la institución: el tradicional (la transmisión de conocimientos), el alemán (la investigación), el inglés (la formación integral del hombre), el francés (la formación profesional) y el estadounidense (el servicio a la comunidad). Véase: El Concepto de Universidad. Op. cit.
[13] The Idea of the University. Boston, Beacon Press, 1959.
[14] En: Antonio Luis Cárdenas, El Concepto de Universidad. Op. cit.
[15] En esa Universidad, abierta a las nuevas ciencias, se quiso unir la enseñanza con la práctica y la investigación. Entre sus dependencias figuraban un hospital, una farmacia, un tribunal y un orfanato. (16) Recomendación relativa a la condición del personal docente de la enseñanza superior del 11 de noviembre de 1997.
[16] Recomendación relativa a la condición del personal docente de la enseñanza superior del 11 de noviembre de 1997.
[17] En 1988 la Carta Magna de las Universidades Europeas (Bolonia 18 de septiembre de 1988), estableció que la universidad “es una institución autónoma que, de manera crítica, produce y transmite la cultura por medio de la investigación y la enseñanza”. Por su parte, la Constitución Apostólica “sobre las Universidades Católicas” (Ex Corde Ecclesiae) de 1990 concibe la universidad como una comunidad académica que de modo riguroso y crítico, se consagra a la investigación, a la enseñanza y a la formación de los estudiantes, libremente reunidos con sus maestros animados todos por el mismo amor del saber.
[18] Tomás de Aquino, De Malo, IX, 1: “Es, en efecto, natural al hombre aspirar al conocimiento de la verdad”.
[19] En América Latina se ha insistido mucho sobre el asunto desde el Movimiento de Córdoba. Uno de los más influyentes expositores del tema fue Darcy Ribeiro (1922–1997), fundador de la Universidad de Brasilia y autor del proyecto de la Universidad Estadal del Norte Fluminense (entre otros textos suyos: La Universidad Latinoamericana. Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1971; y La Universidad conveniente. II Conferencia Latinoamericana de Difusión Cultural y Extensión Universitaria, México, 1972). Su obra La Universidad necesaria fue publicada por la Universidad de los Andes de Mérida en 1969.
[20] Véase anexo 1.
[21] La Iglesia Católica, como otras, ha sostenido en forma reiterada la necesidad de reconocer la autonomía de las llamadas sociedades intermedias, como garantía del desarrollo de la persona.
[22] Véase anexo 2.
[23] Recomendación relativa a la condición del personal docente de la enseñanza superior del 11 de noviembre de 1997.
[24] Sobre reforma universitaria: misión de la universidad. Madrid, Revista de Occidente, 1930.
[25] Jacques Maritain, La Educación en este momento crucial, 2ª ed., Ediciones Desclée de Brouwer, Buenos Aires, 1954.
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