Humberto Ruiz
Con el título que encabeza éste escrito, presentó Rafael Ángel Rivas Dugarte, su discursos de incorporación a la Academia de Mérida el pasado 28 de marzo. Lo acompañó además, con un detallado trabajo titulado: Diccionario de Escritores Merideños, que esperamos verlo publicado próximamente.
Rivas Dugarte es miembro de una honorable y trabajadora familia que formó el extraordinario músico merideño: José Rafael Rivas y Mery Dugarte. Tuvieron seis hijos. Todos los hermanos, salvo uno de ellos, han sido músicos. Incluso Rafael Ángel, comenzó siendo un niño adelantado en música, presentándose en las emisoras de radio de la pequeña ciudad de Mérida. Luego la vida le fue abriendo otros caminos. Estudió Letras en la Universidad de Los Andes (1968) y fue discípulo aventajado de Domingo Miliani. Hizo una maestría en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Texas (1972). Luego se dedicó a la loable actividad intelectual de la docencia universitaria –hoy tan mal remunerada- y en su labor académica es un consumado bibliógrafo, tanto que fue galardonado con el Premio Nacional de Bibliografía “Agustín Millares Carlo” (1981). Además es Miembro de la Academia Nacional de la Lengua y su Bibliotecario.
Su obra académica es amplia e importante. Sólo queremos destacar, por su enorme utilidad, el diccionario: Quienes escriben en Venezuela, que llega ya a su tercera edición. Esa labor le ha ocupado a él y a su esposa, Gladys García Riera, los últimos once años de sus vidas. De más de seis mil escritores registrados en la última edición del diccionario, setecientos autores corresponden a aquellos nacidos en Mérida, que viven o han vivido en el Estado, en donde han producido su obra intelectual. Todo ello representa una cantidad de escritores muy superior a la existente en otras entidades de la república.
Dar cuenta de la actividad intelectual, fundamentalmente en el campo de las humanidades y las ciencias sociales y explicar su razón de ser fue la finalidad del discurso, del ahora Miembro Correspondiente Nacional de la Academia de Mérida. En su palabras buscó dar cuenta: “De… (la) …simbiosis entre el muy particular espacio geográfico, la sociedad y su tradición cultural, la universidad, la inmigración y el bagaje de los que se incorporaron venidos de otras comarcas, (para que haya surgido, HRC) … una notable y caudalosa obra.” Continuó expresando Rafael Ángel Rivas que: “(…) la producción y las ideas de los nativos y foráneos han ido integrando a través de los años un mundo pleno de creatividad y realizaciones, de obras..” Todo lo cual se puede ver en el Diccionario de Escritores Merideños, que consignó en la Academia de Mérida.
Argumentó el conferencista que el origen de esta vocación cultural fue sin duda la presencia de conventos, colegios y seminarios, que desde el siglo XVII se establecieron en la ciudad. El más importante de ellos, sin duda fue el Colegio San Francisco Javier (1628-1767), regentado por los jesuitas que llegó a tener una biblioteca de 1.000 volúmenes. Libros que sirvieron a sus profesores, estudiantes, y a los “vecinos que mostraban inquietudes intelectuales”. Y fue también esa biblioteca el foco que atrajo – a lo largo de sus 138 años de existencia- a más de una centena de sacerdotes que vinieron a Mérida: “unos teólogos y filósofos, otros latinistas, lingüistas, poetas o historiadores.” Desde ese lejano tiempo, al millar de libros del Colegio de los Jesuitas, se agregaron los 617 que donó al Colegio Seminario de San Buenaventura en 1790, Fray Juan Ramos de Lora, primer obispo de Mérida y fundador de la casa de educación que originó el seminario; los 2.994 que trajo de España en 1794 , el segundo obispo de Mérida Fray Manuel Cándido Torrijos. Y, con nuestras pesquisas sobre el tema podemos agregar que no quedó allí la incorporación de importantes cantidades de libros, pues al llegar en 1802 Santiago Hernández Milanés, cuarto obispo de la ciudad, trajo consigo una biblioteca de 544 volúmenes, que también donó al Seminario. Ese es el origen de la relación entre Mérida, los merideños y los afuerinos que se avecindaron en esta ciudad por el interés cultural de ser usuarios y consumidores de ese invento magnífico que han sido los libros. Indispensables en los estudios superiores.
Pero, no fue solamente un esfuerzo de religiosos, algunos de ellos ganados por los afanes de la Ilustración, quienes abonaron exclusivamente a este culto y uso de los libros en Mérida. Nos contó Rivas Dugarte que en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX: “Entre las bibliotecas privadas importantes hay que destacar la que fue del abuelo materno de Mariano Picón Salas, Federico Salas Roo… o la también rica de su tío abuelo, el sociólogo y lingüista Julio César Salas… (o la del) etnógrafo José Ignacio Lares en su casa de La Isla…“ Bibliotecas que pudieron consultar los familiares, y también sin duda alguna, profesores y estudiantes allegados de la Universidad de Mérida y de dichos intelectuales. Aporta así mismo, los nombres de Henri Bourgoin, Emilio Menotti Sposito y una pléyade de familias italianas que emigraron a esta región andina, en la penúltima década del siglo XIX, que incorporaron no sólo su amor por los libros y la lectura, sino otras cualidades ya más bien gastronómicas y enológica y también que propiciaron el cultivo en la serrana ciudad de “las artes, las ciencias, la industria y la tecnología.”
Con la introducción de la imprenta en 1845 se inició un cambio fundamental en la ciudad. De simples consumidores, se da inicio a un largo y complejo camino, para convertirse muchos de los intelectuales merideños en productores de periódicos, revistas y libros. Al principio las obras tuvieron impacto y circulación local. Poco a poco se amplió hacia el occidente de Venezuela. Hoy mucha de la producción intelectual de quienes viven o son oriundos de Mérida tienen una incidencia nacional y en no pocos casos buena recepción en el mercado académico hispanoparlante. E incluso, si se considera a quienes producen saber en las llamadas ciencias duras en la ULA, la incidencia es internacional.
A caballo entre el final del siglo XIX y las primeras décadas del XX se encuentran en Mérida eruditos y escritores que dieron lustre al mundo intelectual del país como: “Julio César Salas, Tulio Febres Cordero, Gonzalo Picón Febres, Caracciolo Parra Pérez, Carracciolo Parra León, Mariano Picón Salas, José Nucete Sardi, Oswaldo Trejo Febres y Antonio Márquez Salas.” Y así, nos fue llevando Rafael Ángel Rivas Dugarte, en un suerte de sinfonía de nombres, datos y hechos de la vida cultural de Mérida hasta hoy, para mostrarnos parte de la producción intelectual de este terruño. De los que nacieron aquí y de los que llegaron y se quedaron entre nosotros e incluso los que se fueron, pero su obra se realizó en la Mérida de los Caballeros.
Para agregar al completo trabajo de Rafael Ángel Rivas Dugarte, queremos indicar que actualmente, la significación de la Universidad de Los Andes y de la labor de sus profesores, investigadores y sus pares internacionales, con quienes tienen contacto académico en el mundo del ciberespacio, se puede mostrar un resultado que ninguna otra ciudad venezolana puede evidenciar. Más de 50 millones de descargas en la última década, de trabajos e informaciones, mostrados en el repositorio institucional de libre acceso, que se conoce como Saber-ULA (http://www.saber.ula.ve/).
No todo lo que expresó Rafael Ángel Rivas en su discurso, lo hemos recogido en esta nota. Así como tampoco, dijo unas cuantas cosas que hemos agregado nosotros. Pero, si puedo decir que, muchas de ellas me las sugirió en un almuerzo familiar con su gente, la pasada Semana Santa en Mérida. Otras, simplemente, se nos han venido ocurriendo, luego de esa charla tan amena y esclarecedora sobre la relación entre Mérida y el mundo de los libros, que es determinantes para explicar la producción intelectual del Estado Mérida.
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