Por: Roberto
Rondón Morales.
Miradas Múltiples. Junio 2017
En Mérida se acuñó la expresión: “Los merideños
bostezan para protestar” por la aparente pasividad frente a la energía y fuerza de los
otros andinos, sobre todo en reclamos al
gobierno.
Pero, a la vez, entendíamos que pensadores laicos y eclesiásticos siglos atrás, plantearon poner límites al absolutismo para evitar el despotismo, y si éste ocurría se justificaba la desobediencia.
Pero, a la vez, entendíamos que pensadores laicos y eclesiásticos siglos atrás, plantearon poner límites al absolutismo para evitar el despotismo, y si éste ocurría se justificaba la desobediencia.
Mérida fue sólo paso de tropas en la Independencia y
no se afilió a la ambición y brutalidad de caudillos militares en las guerras
civiles. No tuvo una conflictividad
social y política como en ciudades petroleras,
mineras o industriales. Giraba en torno a la Universidad de Los Andes.
Muerto J.V. Gómez, hubo protestas de los
estudiantes divididos por la continuación del rector o su sustitución. Una fórmula intermedia como el Dr. Florencio Ramírez duró semana y media. Lo sucedió el Dr. Pedro
Guerra Fonseca, quien presidió una manifestación contra el gobierno el 11 de
junio de 1936, y estuvo sólo dos meses.
En el golpe adeco militar contra Medina
Angarita en 1945, hubo escaramuzas en
favor de uno y otro, y las protestas estudiantiles se orientaron a sus mejoras.
El nombramiento
del rector Renato Esteva Ríos en 1951, marabino no profesor de la ULA, generó
conflictos universitarios con toma del rectorado y ofensas, lo que provocó
expulsiones de estudiantes. En la dictadura desde 1952, hubo ocasionales
protestas y refriegas con la policía.
En 1952, el
régimen dictatorial instaló una Asamblea Constituyente espuria por
desconocimiento del órgano electoral y de los resultados obtenidos en elecciones
convocadas. Aprobó una Constitución Nacional para soportar la tiranía. Se
contemplaban elecciones presidenciales al cabo de cinco años. Los
corifeos del régimen, sicarios de la Constitución de entonces, plantearon que el dictador llevara al Congreso
Nacional incondicional, el 4.12.57 la
proposición de un burdo plebiscito por
el cual los venezolanos y extranjeros con más dos años en el país seleccionaran
una tarjeta azul como el “sí” y una roja como el “no”. En protesta, hubo pintas
en las paredes. Desde noviembre de 1957,
y con la petición de respeto a la
Constitución Nacional y rechazo al
continuismo, hubo protestas y
manifestaciones de jóvenes
universitarios y liceistas con enfrentamiento callejeros con la policía,
y detenidos, lo que inició una pérdida
continua del control del país. El plebiscito se llevó a cabo el 15.12.57, con
resultados evidentemente manipulados por una Junta Electoral subordinada. Pérez
Jiménez se proclamó Presidente de la República hasta 1963.
Contra este atropello a la Constitución y los
desmanes represivos del gobierno a civiles y también a militares,
el 1 de enero de 1958 hubo un alzamiento militar comandado por el Coronel de la
aviación Martín Parada. A pesar de esto y del descontento popular creciente, el gobierno nacional informó de la normalidad
en el país, y ordenó al rector de la ULA y al director del Liceo Libertador,
único en la ciudad, reiniciar las actividades docentes el 7 de
enero de 1958. No obstante, el 10 siguiente, los estudiantes de la ciudad
reiniciaron las manifestaciones. La farsa electoral motivó la unión de la
oposición y la creación de comandos
políticos para este rechazo y una insurrección popular. Esta situación acentuó
la represión por el organismo policial político, la Seguridad Nacional, con un
aumento exagerado y creciente de
detenidos, pero a la vez con una mayor participación estudiantil en las
protestas, obviamente con una despiadada
represión policial y de la guardia.
En esta
confrontación, el gobierno esgrimía un apoyo
popular que no demostraba, sino que por el contrario, aumentaba la actividad
antigubernamental. Renovadas manifestaciones callejeras en ese mes de enero, trajeron
brutalidad y ensañamiento con reforzada represión y allanamientos de hogares
sin orden judicial, en un proceso que lejos de un control gubernamental, crecía
el descontrol del orden público en
Mérida y en el país; por lo que el 20 de enero, el gobierno reconoció la
situación en medio del lanzamiento de piedras y consignas por los estudiantes y
algunos obreros, hasta que el 23 de enero el dictador huyó al exterior, y fue entonces
cuando se vieron masas de merideños celebrando la victoria en las calles que se
acompañó del apresamiento y fuga cobarde de funcionarios públicos represivos.
No hubo saqueos, salvo en una empresa vendedora de autos ubicada cerca de la
Plaza Bolívar, centro de los acontecimientos, cuyo gerente cerró las puertas a
estudiantes que se replegaban de la
represión policial y militar, por lo que fueron apresados. Los partidos
políticos, ahora en escena, constituyeron
un Frente Cívico, luego un Frente Cívico
Estudiantil y un Comité Sindical para la defensa de la democracia renaciente
(J. Rondón N).
Cuando los militares retiraron el apoyo a
Marcos Pérez Jiménez como consecuencia de la inconstitucionalidad del plebiscito,
la represión inhumana y el
comprometimiento de la institución castrense
en toda esta trágica realidad, no reconocieron a ningún caudillo como
había ocurrido hasta entonces y no surgió un elegido sino que se tomó en cuenta
sólo las comandancias que se ejercían y la antigüedad. Además, a la caída del régimen dictatorial, ningún grupo planteó una salida revolucionaria
ni se reclamaron cambios estructurales, no hubo radicalismos y lo acordado
expresa y tácitamente fue el retorno al ejercicio de las libertades, la
restauración de la democracia y elecciones libres, universales y secretas; el desarrollo
económico y la justicia social. Se trató de reimplantar la institucionalidad y
su organización y no proclamar liderazgos, aunque los partidos posteriormente lanzaron a sus dirigentes, salvo URD como forma de
darle cuerpo a su doctrina y a su corporación después de una larga opresión que
los había prohibido y dispersado (R. Velázquez).
De otro lado,
hubo una profusa discusión sobre lo que pudo pasar, podía pasar o podría pasar
según el “Principio de la Esperanza” de
Ernst Bloch, para no actuar silvestremente, y sí uniforme y organizadamente
dentro de organismos libres, separados y equilibrados (D. Bautista U). Ahora se
trata de una democracia compleja porque hay más gente, más retos y problemas,
más exigencias, y quizás no tanto tiempo ni recursos suficientes y oportunos.
En 1987 apareció la protesta estudiantil junto
a ciudadanos de barrios cercanos al centro de la ciudad, sitio de las
refriegas, acompañada de saqueos de casas
comerciales, lo que continuó en posteriores acciones callejeras con participación de la policía y guardias
nacionales, quienes paraban sus patrullas al frente de estas tiendas, y luego
del encontronazo inicial y del repliegue posterior en búsqueda de parapetos, aquellos
rompían las vitrinas, saqueo continuado por ciudadanos comunes tal como se
demostró por una comisión de la Cámara de Comercio y la ULA. Este fenómeno
disminuyó porque las refriegas ocurren ahora fuera de este tipo de área
comercial.
El otro hecho
llamativo lo representaron “las guarimbas” o “barricadas” del año 2014, cuyo
estudio fue encomendado por el suscrito a personas de distinto sexo, sitio de
la protesta, profesión y compromiso
político, con resultados publicados en
el libro “La Academia de Mérida en los 459 años de la ciudad”. Ediciones Academia de Mérida. Editor Roberto
Rondón M. Gráficas El Portatítulo.
Lo actual no puede
simplificarse en una protesta convencional o en una acción desestabilizadora.
Mérida tiene un legado
socio cultural ligado con “la toga, la mitra y el arado” y en ella, la libertad
y la soberanía son reglas ahora
amenazadas, por lo que se protesta de
una forma distinta al pasado. Hay la
explicación sobre un laboratorio de guerra sucia, pero el merideño y su cultura aprecian un peligro
contra la república, ya que desde el despotismo ilustrado de Federico II “hay una distinción entre el soberano y el
estado, que el soberano es el primer servidor del estado, y que los hombres
eligieron a quien creyeron más justo para gobernar, el mejor para servirles”. “El
soberano lo puede todo pero no quiere más que el bien del estado, lo que es cuidar los intereses de todos, y se preocupa
por mejorar la producción sin perjudicar las situaciones adquiridas”. Ahora no
es así.
En ese legado se
sabe que Rousseau en sus Discursos afirmó
que “el soberano es una voluntad general, es la voluntad de la comunidad y no
la voluntad de miembros que constituyen
esa comunidad. La soberanía del pueblo es la garantía más segura de los
derechos individuales”. “Excluye de la religión civil la intolerancia, y del Estado
a quien no acepte los dogmas de esta religión, entre ellos, la santidad del contrato social y de las leyes”.
Recordamos que el revolucionario francés Antoine de
Caritat Condorcet señaló que “la soberanía, la igualdad entre
los hombres y la unidad de la república son principios básicos de la vida social”,
lo que le costó la vida por sus términos conciliadores.
Aquí en nuestra
tierra, Bolívar en agosto de 1814, escribió que “la soberanía debe ser ejercida
por los ciudadanos tanto en la determinación de la naturaleza del gobierno como
en la conciencia de los gobernantes. El triunfo armado no da derecho a gobernar
ni menoscabar la soberanía del pueblo. Sólo debe ser un instrumento para
restaurar su ejercicio cuando este ha sido perturbado”. Así mismo, Pedro
Briceño Méndez, representante de Mérida en el Congreso de 1811, sin ser miembro
de la comisión redactora afirmaba “que
para asegurar el honor, la vida y la
libertad del ciudadano se debe establecer un senado o un tribunal de censura a cuyo
cargo está la conducta de los magistrados, juzgándolos y residenciándolos en
tiempos determinados. Decía que cuando un poder usurpe las facultades de otro, es una
razón para actuar contra el despotismo de los poderes”.
Creemos que el
soberano tiene acotaciones, y el
despotismo justifica la rebeldía. Charles
de Grassaille en 1538, estudioso de la lista de los poderes generales y particulares
del rey de Francia, escribió: “El rey tiene todo el poder pero no debe abusar
de él, existen límites de hecho e incluso de derecho”. Claude Seysell rechazó
el término absolutismo por compararlo con tiranía. Maquiavello planteó que “El
príncipe, los grandes y el pueblo gobiernan conjuntamente el estado, e insiste
en la importancia del pacto constitucional, aun cuando trata poco los derechos
de los ciudadanos”. Erasmo de Rotterdam en Adagios, contaba con la virtud del
príncipe y basado en la religión y Cristo advirtió “contra las fechorías sanguinarias
y ruinosas del despotismo” y aconsejó “abandonar el cetro antes de cometer una
injusticia”. Un utopista como Tomas Moro no dudó “por el bien de la humanidad,
hacer la guerra para liberar a los demás pueblos oprimidos por la tiranía”.
Vittoria y Bodin, monárquicos absolutistas creyeron que “las monarquías no están
por encima de las leyes, que para ser justas deben obedecer al interés general”.
“Cuando las órdenes del soberano prescriben actos en verdad contrarios a la ley
natural, la desobediencia se convierte en lícita”.
Ahora hay nuevos sicarios de la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela de 1999 que rompen una ideología y una conducta social y
política progresiva por siglos, y proponen un atajo que conduce a un estado
primitivo sin soberanía popular, sin libertad, sin justicia y mandado por el
más poderoso. Creo que este es el fondo
socio antropológico de la protesta, y no una mera desestabilización del
establecimiento.
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