Desde tiempos coloniales la plaza mayor de Mérida (hoy Plaza Bolívar) era el lugar de mercado
los días lunes. Allí acudían pobladores de los campos
vecinos con sus cargas y cosechas a lomo de bestias. La plaza se convertía, cada lunes, en un potrero donde pastaban con toda
libertad no solo vacas, burros y mulas sino que “por
todas partes se conseguían marranos, perros, gallos,
gallinas, pizcos, patos y demás”, como afirma la crónica de la época. No era solo potrero, sino también circo de toros en los días
de fiesta nacional. El aspecto de la plaza era tan lastimoso (embostado y
enlodado) que la comunidad solicitaba la construcción de un mercado o la mudanza de aquel a un lugar más apropiado.
La municipalidad había previsto desde 1.876, bajo
el gobierno regional de José Muñoz Tébar, trasladarlo a lo que había sido el Convento de santa Clara –destruido por el terremoto de 1.812- y que ocupaba toda la
manzana comprendida entre las avenidas 2 y 3, entre calles 21 y 22. En mayo de
1.874 el presidente Guzmán Blanco expropia los bienes
de la Iglesia y por ende el Convento de las Clarisas, que para entonces se había reconstruido parcialmente.