Hace poco unos amigos que llegaron del exterior me contaron una anécdota, sobre la que según ellos y nosotros también, muestra fehacientemente el sentido de “solidaridad venezolana”, en especial en algunos aspectos mundanos. Veamos.
Viajaban el matrimonio amigo nuestro de regreso a Venezuela, luego de una larga temporada en casa de sus familiares en el exterior. Entre las muchas cosas que se trajeron, con mucho cuidado, estaban dos botellas de whisky, pues ambos, gustan de tomarse sus “traguitos”, una que otra tarde. Cosa que ahora es prohibitivo para quienes viven de su jubilación en los devaluados bolívares, que ya han cambiado tanto de nombre: fuertes, soberanos y que ahora, deberíamos llamar depreciados.
La anécdota es que en los dos trayectos que debieron tomar, antes de llegar a Maiquetía, la aerolínea ofreció refrigerio y bebida. En cada caso ofrecieron licor y los amigos pidieron su respectivo whisky. Ella con hielo y soda y él con ”mucho hielo” y “mucho whisky”. En el caso de éste último la azafata lo miraba con indiferencia y alargaba –muy displicentemente- la dosis de licor, pero no mucho tampoco.