César Chávez Taborga (*) |
Con motivo de los 55 aniversarios de la Escuela de Educación de la ULA (Venezuela), pronuncié unas palabras en el acto de apertura de su semana de celebración. El discurso es largo para colocarlo
aquí. Quiero, sin embargo, hacer
referencia a uno de mis profesores que
recordé en esa oportunidad, quien con sus enseñanzas y discusiones influyó de manera determinante en mi como profesor universitario.
Tenía una formación profesional muy sólida pues había estudiado postgrados en Chile y en Francia,
en este último país, en la École Normale Supérieure de St.
Cloud de París. Pero además, tenía una preparación erudita como pocos, en temas no
sólo de formación docente. De hecho había sido rector de la Normal Superior de
La Paz Bolivia y había estado exiliado en Uruguay, antes de llegar a
Mérida.
Como si se tratara de un parto apresurado, me contrataron en
la ULA en junio de 1974 y concursé en abril de 1975. Gané el cargo de profesor ordinario que,
hasta ahora en condición de jubilado, ostento. En ese cortísimo lapso, desde
septiembre de 1974 hasta abril de 1975, conocí
a ese extraordinario maestro. Una de las cosas que me dio la medida de
su valía fue que, en cuanto le comenté mis clases de oratoria de liceísta, que insistían
en cuatro aspectos; impacta, desarrollo, ejemplo y conclusión, me dijo: “esa es la estructura del discurso, según
Aristóteles”. Ahora, muchos años después, nosotros completamos, que es
también la estructura del discurso docente.
No fue la única sorpresa que me dio éste sabio y generoso
docente. Con él reaprendí a escribir –y coste que había aprendido a
leer con Doña Dolores de Calderón en primer grado de primaria-. Con él supe que la docencia, cualquiera sea su
nivel, sólo cumple su naturaleza si logra persuadir a los alumnos que estudien
y aprendan por sí mismos. Que ninguna clase deja huella si el profesor no sabe
qué quiere que aprendan sus estudiantes y lo más importante, para qué se
aprende. Y que toda la información que
se repite en una clase se termina olvidando, hasta para el profesor,
afortunadamente.
En una época signada por la moda intelectual de objetivos
conductuales, él insistía que los contenidos eran más importantes
como tema educativo y auspiciaba que los profesores supieran cuál era la naturaleza
de la asignatura que enseñaban y
lo que hoy se denominan las competencias, que deben
desarrollar los estudiantes, como resultado
del proceso docente.
Por su erudición y profundidad de pensamiento puesta dadivosamente
al servicio de mi formación lo recordé para mis oyentes en el acto de apertura
de la semana aniversario de la Escuela de Educación.
En fin, por las reflexiones que me planteó para introducirme
en la docencia universitaria y las
muchas horas dedicadas a nuestra preparación como profesor contratado y
posteriormente como instructor, quise evocar su memoria en ese momento. César
Chávez Taborga fue un maestro que vino desde Bolivia, exiliado por un régimen
militar que cubrió de ignominia a su país y se asentó por catorce largos y fructíferos años entre nosotros. Ya desafortunadamente no está entre nosotros. Muchos de mis logros como
profesional de la docencia se los debo a él. Maestros eruditos y generosos hacen falta en las aulas de Venezuela… ¡y del mundo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario