Humberto Ruiz
Orlando Albornoz
tiene 53 años siendo profesor de la Universidad Central de Venezuela. Sociólogo
de profesión ha trabajado en sociología de la educación, desde que egresó de
esa casa de estudios. Realizó un PhD. en The London School of Economics and
Political Science. Tiene una extensa labor como docente en universidades
del exterior, así como de conferencista
y consultor de gobiernos y organismos internacionales.
El pasado 3 de
mayo fuimos invitados para hacer la presentación de Albornoz y de su más reciente obra, publicada por La
Fundación “Simón Rodríguez” de la Lotería del Táchira, que lleva como título: Las
múltiples funciones de la Universidad: crear, transferir y compartir
conocimiento (2012). Mérida, El Portatítulo, 613 pp.
Podría haberme extendido
ampliamente para destacar la labor académica y los logros alcanzados
por Orlando Albornoz a lo largo
de su vida profesional, pero dado que la presentación fue realizada en el
Núcleo de la Universidad de Los Andes de San Cristóbal, no lo consideré
necesario. Sólo destaqué un
reconocimiento internacional: El Premio Interamericano de Educación Andrés
Bello que otorga la OEA y que recibió Albornoz en 1997. Reconocimiento que comparte con
otros tres venezolanos: Luis Beltrán Prieto Figueroa, Ruth Lerner de Almea y
Félix Adam. He tenido la suerte de conocer personalmente, a casi todos ellos y
además, a César Chávez Taborga (1964) a quien también se le otorgó el referido premio. A los
dos primeros solo los conocí muy tangencialmente mientras al último de ellos le
debo gran parte de nuestra formación universitaria y la preocupación por los
temas de la formación docente universitaria.
Por esta última
relación, Chávez Taborga, fue que llegué hasta Orlando
Albornoz. Era un joven profesor
instructor de la ULA cuando comentamos su trabajo: “Recursos Humanos en
Educación”. Ya no recuerdo qué fue lo
que más me interesó, solo sé que ahora
está presente en nuestra memoria que allí destacaba Albornoz el daño que, en el
análisis de la educación de quienes estudiaban en la UCV –y en general en las
escuelas de educación de las universidades
autónomas- estaba ocurriendo por usarse desmedidamente una exclusiva perspectiva
teórica para ello: el materialismo histórico. Y, en consecuencia, desconocerse e
incluso desecharse, por ser mal vistas, otras escuelas de pensamiento sociológico y psicopedagógico como el funcionalismo, el estructuralismo, el conductismo, la gestalt o el
constructivismo. Recuerdo en especial las discusiones contra el conductismo en la educación y algunas otras aberraciones como tildar el uso de la estadísticas de funcionalismo y negarse a usar bibliografía de autores norteamericanos, por aquello de ser literatura del imperio. Proceder lamentable en una institución que se preciara de ser universidad.
Muchos años
después, cuando concluyó sus estudios el primer grupo de profesores-instructores
de la ULA, el curso del Programa de Actualización Docente (PAD), logré que invitaran a Albornoz para cerrar ese
ciclo con una conferencia suya. Dije en ese momento que alargo de los dos últimos años, esos profesores habían estudiado temas educativos,
conceptuales y prácticos; habían intercambiado experiencias académicas con colegas
en cátedras y laboratorios donde se enseñaba e investigaba las asignaturas que
dictaban. Experiencia última que no solo se cumplía en universidades del país sino
también del exterior. En fin, luego de un complejo proceso para cumplir, con el mayor conocimiento posible, su la labor de docentes universitarios,
en donde se privilegió que su practica docente debía estar vinculada con
la investigación, iban a escuchar a
Orlando Albornoz. Al presentar al conferencista recorde aquello en lo que se
había insistido sobre la práctica de un profesor universitario y la relación
con la investigación. Pude asegurar que Albornoz era uno de los profesores que lo habían hecho a lo largo de muchos años.
Pasó mucho tiempo y en ocasión de celebrase algún aniversario importante de su vida
profesional me pidieron que escribiera un
artículo sobre Albornoz y su obra. Tres
cosas recuerdo de ese trabajo. Primero, que tuve que destacar la inmensa cantidad de publicaciones y en especial de libros
publicados. En segundo lugar, expliqué uno de los aportes realizados al
descubrir en escuelas de San Fernando de Apure y Margarita lo que él llamó el vector cero. El concepto en
concreto se podía sintetizar en que lo que se
aprende en la escuela es minimizado por lo que se aprende en la calle y en la familia. En tercer lugar,
para agregar un elemento novedoso e incluso original le pregunté ¿cuál era la obra que aún no había realizado? Nos contestó que siempre había querido
saber cuáles eran los factores que
hacían que la universidad venezolana fuera como era: con una actividad académica casi subterránea y con escasísima capacidad de producción científica y no se
diga tecnológica.
Desde ese último
momento hasta ahora, Albornoz ha venido trabajando en caracterizar a la
universidad venezolana, y fruto de este interés son sus últimas obras en especial las referidas a la libertad académica, así como su interés para entender, las nuevas tendencias y la sustentabilidad de la universidad venezolana
como productora de conocimiento, tema que ahonda y complementa en la obra presentada, en San Cristobal.
No es fácil
asimilar los análisis de Albornoz tanto los de ahora como los de siempre. Sobre todo por que
mueve muy fuertemente muestras tradiciones y certezas. Ya lo expresa Raquel Glazman Nowalski, Profesora titular
del Doctorado en Pedagogía de la Universidad Nacional Autónoma de México
en uno de los prólogos del libro presentado:
“Albornoz no es un investigador complaciente ni un
académico indulgente, su trabajo representa una crítica aguda a la
situación de su país y a las condiciones que rodean el problema que nos ocupa...”[1]
Para expresarlo
en sus palabras, es decir en las de Albornoz, al analizar la universidad
expresa: “…estas instituciones que llamamos universidades son la respuesta de
necesidades de entrenamiento de personas en las profesiones, pero no son centros de la vida intelectual en
sí mismas.”
“La universidad
venezolana tiene características interesantes, en el ámbito mundial de la
educación superior. Es una
institución sumamente rígida y por ello hablar de reforma o revolución de la
misma es a menudo parte de un discurso retórico, irrelevante. Es rígida
por varias razones”
Al tratar el
tema de la gratuidad de la enseñanza universitaria de pregrado, tal como fue
establecido en la Constitución de 1999 (Art. 103), Albornoz destaca en el libro que se presenta que:
“Esto (la gratuidad, HRC) impide que
las universidades puedan recabar fondos propios y de hecho obstaculiza el crecimiento y aumenta la dependencia del Estado.
La gratuidad tiene, por añadidura,
efectos perversos: ya que es un impuesto regresivo, disminuye la
competitividad y genera esa sensación mediante la cual las personas adquieren
hábitos que estimulan la improductividad”
La estabilidad
otorgada a la carrera docente, que en muchos casos se argumentó en el pasado, a partir
de la aprobación de la Ley de Universidades de 1958, que buscaba ser un
mecanismo para estimular la investigación de los profesores, ha terminado por desvirtuarse. Por ello Albornoz
indica:
“… las
universidades venezolanas no acatan
el elemental principio de la rotación de personal. Esto es: una vez que
un miembro del personal docente y de investigación ingresa a una universidad su
permanencia en la misma es independiente de su desempeño.”
“La universidad
venezolana… tiene una enorme vocación
por seguridad social de su comunidad, más que aquella de exigencia académica.
Un horario laxo y sin los contrapesos de castigos: tan sólo de premios.”
La crítica va
más allá de lo meramente individual, para ir hacia la función
primigenia de la institución:
“En términos
generales la universidad venezolana
carece del ambiente académico que protege el cultivo de la vida intelectual.
Es, de hecho, una institución académica en una sociedad no-intelectual
–acentuado ello cuando los propios gobernantes asumen el anti-intelectualismo
como un credo y especialmente cuando quienes gobiernan provienen de los cuadros
militares, cuya postura intelectual es antinómica, por definición, a las
necesidades académicas –estas últimas que consideran dos elementos
fundamentales e indispensables: la autonomía de las universidades y su
correlato la libertad académica.”
Para concluir
esta simple introducción, para motivar la lectura del
libro, podríamos indicar que Albornoz señala en el libro que presentamos hoy al público:
“Finalmente, (la
universidad venezolana, HRC) es rígida porque refleja fielmente la propia rigidez estructural de una sociedad con
nivel de movilidad vertical y espacial moderada. Universidad y clase
social se mantienen rígidas en esta sociedad, a pesar de los esfuerzos para
democratizar el acceso.”
Ya para concluir
nuestra presentación, debo manifestar que: en los últimos
tiempos hemos estado muy cercanos y me complace
que hubiera sido posible que la
Fundación “Simón Rodríguez” de la Lotería del Táchira publicara la obra que hoy se presenta. Así mismo, agradezco tanto
a la Fundación como a Orlando Albornoz que me hayan permitido dar las palabras de
presentación. Así mismo, hago votos
porque Orlando Albornoz siga dando frutos intelectuales que permitan
tener una visión mas completa sobre
nuestra realidad educativa y muy particularmente sobre la universidad latinoamericana y
venezolana.
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