Vino desde la cercana Pamplona, la misma
ciudad de donde partieron los conquistadores españoles para fundar a Mérida,
sólo que ella llegó casi cuatro siglos después. La Hermana República era una
sociedad pobre, en esos tiempo. Pobrísima. No vivían bien ni los que tenían tierras
y menos los que ejercieran profesiones liberales. Sociedad paupérrima, sobre
todo si se la comparaba con la pujante Venezuela de la década de los años
cuarenta del siglo XX. ¡Cómo han cambiado los tiempos!
Se vino a Mérida por que su familia
se había dispersado luego de la muerte de sus padres. Llegó para acompañar a una hermana mayor que
se había adelantado y casado en la ciudad con un joven ingeniero, profesor de la ULA. Con su limitada formación, la escasa primaria de
esos tiempos, leía y escribía con la soltura
que muchos egresados universitarios no son capaces de hacer hoy. Eran
famosas las muchísimas cartas que semanalmente enviaba a sus hermanas y a su hermano que se quedaron
en el terruño natal. Ahora que pienso en ella, creo que quizás éste afán por
contar historias, de escribir, sólo por el gusto de ver las
palabras en el papel y ahora en la
computadora, me viene por ella.