Luis
Ricardo Dávila ofreció una muy
interesante conferencia en la Maestría de Estudios Sociales y Culturales de Los
Andes, que se dicta en la Facultad de Humanidades y Educación de la ULA, con el
título de: Universos Simbólicos de la
Cultura Contemporánea, Representaciones Colectivas e Imaginarios en los Andes.
Al neófito puede
parecer que es un tema abstracto y profundo. Y, ciertamente, lo
es. Pero, en una amena conversación, con
quienes fuimos su auditórium, nos paseó por los aportes de una serie muy amplia
de pensadores de las ciencias del
espíritu, humanas o sociales que han tratado sobre los imaginarios sociales.
Inicialmente se propuso discutir la problemática de la “cientificidad”
de estas producciones humanas, es decir de las llamadas ciencias sociales. ¿En qué medida se puede aseverar la verdad de lo
social y cuál es la relación con la ficción?
Con ello sentó las premisas para problematizar, sí: “¿Existe en las Ciencias Sociales la posibilidad de encontrar una
identificación mediante leyes o mediante formulaciones matemáticas, del sujeto
y el objeto, o simplemente la verdad en este ámbito tiene un carácter
performativo o discursivo, como lo llamaría Michel Foucault?”
Por
medio de textos de muy disímil origen (Ricardo Piglia, Albert Einstein,
reflexiones sobre la Venezuela de hoy, Ortega y Gasset, Wright Mills, entre
otras fuentes) mostró la línea difusa
entre lo que somos capaces de percibir y aquello que socialmente tiene legitimidad y verdad. De éste último autor, Ortega y Gasset, utilizó el
conferencista, una afirmación sobre la distinción entre el pensamiento común y la labor científica, cuando expresó: “Mirar es recorrer con los ojos lo que está
ahí; pero conocer es buscar lo que no está ahí.” O cuando Einstein, el paradigma del pensador
científico del siglo XX, aseguró: “La cosa más hermosa que nosotros podamos experimentar es el misterio.
Este es la fuente de todo arte y ciencia verdadera”.
Así,
en la primera parte de la conferencia quiso dejar sentado que: “Es la naturaleza del propio objeto de
reflexión y estudio la que origina en la respuesta una sensación de que siempre
algo falta, que es posible leerlo de manera diferente, que puede ser de otra
forma o que aún “algo sigue sin verse”. De allí la particular naturaleza de
las ciencias sociales.
Destacó
el conferencista una interesante y actual confrontación cuando, toma de Foucault
que la realidad social tiene carácter discursivo. En ese sentido, la realidad
política debe buscarse en el discurso político. Pero, para Marx y sus seguidores, lo social no puede ser
dominio exclusivo del discurso. Para el genial autor de El Capital, las relaciones sociales de producción y en especial la
dominación de una clase propietaria de los medios de producción, sobre otra
solo dueña de su fuerza de trabajo, hace que la primera imponga la hegemonía
cultural en la superestructura ideológica y política y ella defina "la verdad". En desmedro del aserto
marxista, Dávila insiste que la visión de la lucha de clases es sólo una parte
de lo social. Usando a Foucault, sostiene que “el abuso de la obediencia” y no tanto la dominación o la opresión,
es el concepto político fundamental de este pensador. Dávila por su parte
sostiene que tan importante es el ejercicio de la dominación como las actitudes de
servilismo y sometimiento, para
explicarse lo social. Y se pregunta: “¿Por qué la mayoría obedece a una minoría?
¿Por qué la verdad de una minoría se impone sobre la verdad de la mayoría? De
hecho, ¿existe una verdad de la mayoría? Y lo anterior tiene un correlato
en el campo de la producción de saber y de la ciencia. Por ello se pregunta: “¿Qué hace a un texto político, literario,
sociológico, antropológico, histórico o psicológico más verdadero que otro?
“.
Allí
es donde los imaginarios sociales cobran importancia fundamental para entender
lo social. Así, argumenta sobre las particularidades de los imaginarios
sociales, “son las principales formas de
expresión de la inmaterialidad de la realidad“. Y los componentes del
imaginario social, expresa Dávila, son: el mito, el universo simbólico y el
discurso. No es extraño que en los primeros años del siglo XX, con lo aportes
de Freud y Jung, se da explicación a la conducta individual y colectiva, a la explicación del mundo real, mediante los
aportes del concepto de inconsciente,
inconsciente colectivo y de los arquetipos. A pesar de los cambios que se vivían en la sociedad occidental, argumenta Dávila:“contra la pretensión de la modernidad
ilustrada y positivista, de erradicar el mito de la sociedad mediante la fuerza
racionalizadora del progreso y mostrar la imposibilidad de eliminar … la
energía mítica en las sociedades modernas” alcanzó cotas superlativas.
El conferencista ofrece entonces algunas cualidades que
le permite mostrar su naturaleza de argamasa social al mito: su polisemia; su
anclaje individual humano y a la vez producido en un espacio colectivo; su formato discursivo;
las particularidades que asume según el
contexto en que exista; la doble lógica de permanencia y dinamismo que tiene en su capacidad simbólica humana. Llegando a proponer “que los imaginarios sociales son una matriz productora de lo simbólico. Y, los procesos intersubjetivos que fundan los
imaginaros sociales tienen mucho que decir… en los mecanismos instituyentes de
la sociedad y los sistemas simbólicos de la misma.” Se explica entonces que son también, “múltiples y variadas construcciones mentales socialmente compartidas
de significación práctica del mundo…
destinadas al otorgamiento de un sentido existencial”. En fin, “el imaginario social es una respuesta
plausible a la complejidad de la realidad social”. Así mismo, su función es doble: “sutura los espacios sociales dislocados a
través de la construcción de nuevos espacios de representación… (y a la
vez) reconstruye… la unidad de la sociedad mediante la
absorción de cualquier demanda social y la universaliza de las demandas de
grupos sociales particulares.”
Los
mayores aportes a esta reflexión de los imaginarios sociales fueron formulados por la
escuela francesa (E. Durkheim, G. Durand, G. Balandier, M. Maffesoli y C.
Castoriadis). Pero también, más recientemente, hay otra tradición en
construcción de origen Iberoamericana (J.L. Pintos, M.A. Baeza, E. & Coca,
J.R. Hergué, C. Sánchez Capdequi, J. Beriain, A. Silva, N. García
Canclini, O. L. Bedoya, N. Pardo, B.
Quiñonez, entre otros). Pero, el
carácter fundamental sobre el tema es, sin duda alguna, del griego Cornelius Castoriadis (ver en particular: La institución imaginaria de la sociedad,
1975) quien expresa que: “la sociedad no es un conjunto, ni un sistema
o jerarquía de conjuntos (o de estructura). La Sociedad es magma y magma de
magmas.”
Por
su parte, Dávila lo resumen así: “Lo
imaginario social existe como un hacer/representar lo histórico-social; la
forma en que consigue ese despliegue de los histórico-social no es otra que a
través de la institución de las condiciones instrumentales del hacer (teukhein)
y del representar (legein).” Seguidamente
busca una síntesis de lo analizado al
expresar que: “El imaginario radical (Castoriadis,
HRC) es entonces un fenómeno
individual antes que social, que se
presenta relativamente libre e irreductible a cualquier racionalidad. Luego
este imaginario individual pasa a ser social por la necesidad humana de establecer relaciones sociales en
su existir y se colectiviza no como una suma de imaginarios individuales, sino gracias a condiciones históricas
dadas y sociales para lograr ser instituidas.”
Queda
allí con total claridad aquello de que la
sociedad es magna de magmas, lo que da soporte y sentido a lo humano social. Y pasa seguidamente a explicar su otra
cualidad: “El imaginario no tiene una
única voz, una verdad fundamental, el imaginario habla desde la multiplicidad
de voces, desde las probabilidades fundamentales, que resuenan dentro de las
sociedades modernas.” Diríamos nosotros, lo único y lo múltiple, del
pensamiento antropológico del siglo XX, hoy trasladado dinámicamente, a las nuevas discusiones de lo
social.
Para
concluir esta nota y hacer referencia a
Mérida propongo leer a Luis Ricardo Dávila cuando expuso su Mérida Imaginada en donde traduce todo
el andamiaje conceptual mostrado anteriormente, para mostrar una visión de su
ciudad “… una ciudad es menos lo que se parece a ella que lo que la diferencia de
las demás. Una ciudad diferente, que se diferencia, es fuertemente
imaginación, profundo deseo, un lugar imaginado. No se puede vivir en una ciudad como Mérida sin sentir una sobre
excitación imaginativa”.[1]
Hay
sin lugar a dudas un corte de los
imaginarios sociales que acompañaron a
la ciudad de Mérida y sus habitantes,
quizás desde su lejana fundación hasta
el final de la tercera década del siglo XX. Fue el acucioso y detallista Tulio Febres
Cordero quien ha mostrado en síntesis genial lo que fueron los rasgos
singulares de la ciudad desde que se asentó frente a la Sierra Nevada en el
siglo XVI hasta las tres primeras
décadas del siglo XX: “… era Mérida una ciudad sedentaria, de letrados,
eclesiásticos y agricultores, en que abundan los misterios de románticas
bellezas… y los grupos de estudiantes
andariegos…”[2].
Por
nuestra parte, aseguramos: lo que caracteriza a Mérida hoy son otras cosas, mas
afines con la contemporaneidad global, de la cual está también imbuida: el peso
del aparato simbólico institucional, el cine y el espectáculo de los medios de
comunicación y la noticia, el peso de lo
audiovisual, la inmediatez y lo efímero de los 140 caracteres del twiter o la
velocidad de los contenidos culturales que nos llegan e intoxican cada segundo
de nuestra vida actual. También la violencia, la protesta y el espectáculo de creer que
las mayorías deciden en la ciudad, como insistentemente se afirma. O con
una mayorías domesticada, haciendo inhumanas colas para comprar alimentos, peleándose por un pote de leche o un rollo de
papel “toilet”. Pero, dejemos esto hasta
aquí, para estimular la discusión. Agradecemos a Luis Ricardo Dávila su exposición y habernos prestado sus notas (que aparecen entrecomilladas a lo largo del escrito que acaba aquí) para producir el texto que Uds. acaban de leer.
Notas
[1] Dávila, Luis Ricardo (2012): “Mérida
Imaginada. El secreto de nuestra psique y Viaje
al Amanecer”. Discurso de
incorporación a la Academia de Mérida como Miembro Correspondiente
Estadal, 24 de octubre, p. 7-8. Ver una reseña del discurso en: http://comoenboticadehumberto.blogspot.com/2012/11/merida-imaginada.html
[2] Febres Cordero, Tulio(1960): “Historia de un
muchacho”. Obras Completas. Tomo VI,
Bogotá
, Editorial Anatares, pp. 248-251.
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