Por Yajaira Freites (*)
El lema
de nuestra LXVI Convención Anual de la
Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia (AsoVAC) no es una mera
frase; es una característica de la ciencia
que en el caso del desarrollo de la ciencia en Venezuela ha estado presente.
¿Por qué
traerlo a colación en este momento? Precisamente porque es necesario reconocer
nuestras características, las que nos han permitido surgir y las que
precisamente, juzgo que nos permitirán seguir siendo parte del país.
Son momento en que resulta difícil hacer ciencia. El acceso al conocimiento fuera de nuestras fronteras, casi nos está vedado: por las carencias financieras, la desactualización de nuestras bibliotecas, la dificultad de acceder a las bases de información a través de la internet; igual ocurre con la realización de viajes al exterior a presentar trabajos, hacer pasantías. Y obviamente faltan los reactivos, los equipos y los sueldos de los profesores e investigadores son paupérrimos.
Sin
embargo, los integrantes de la comunidad científica en el país, debemos
intentar seguir, en la medida de lo posible, con nuestras actividades: la
investigación, la formación de jóvenes, la publicación y la divulgación. La realización de esta LXVI convención anual
de la AsoVAC, es la evidencia de la
determinación de nosotros los científicos de seguir siendo parte del país, aun
en los tiempos más difíciles; no somos plantas extrañas, somos parte de
Venezuela.
La
situación actual mueve a la necesidad de explotar nuestras capacidades,
iniciativas y creatividad; de hacer uso de nuestro legado histórico como grupo
social y cultural que existe en Venezuela; que la ha pensado, construido y que
por consiguiente se siente impulsado a participar en el devenir de la misma.
Pero
como indique, hacer uso de nuestro legado histórico, implica tomar conciencia
del valor de nuestro trabajo, del aporte científico y cultural que brindamos a nuestro país, el cual no puede
ser concebido como una tabla rasa en cuanto a la producción de conocimiento.
Nuestro
trabajo, nuestros artículos, libros, actividades pasadas y actuales debemos
valorarlas como parte de la gesta en que los científicos de la nación
venezolana han llevado a cabo, y la continúan para que el conocimiento sea un
aspecto de la misma. Somos participes de la creación de una cultura científica
que el país apenas vislumbraba en los inicios de su creación como sociedad
independiente.
En esos
tiempos de la lucha de nuestra independencia, el conocimiento fue un aspecto
considerado por los creadores de nuestra nacionalidad, aunque en la historia
que se nos cuenta se le ha dado mayor visibilidad a lo político, a lo bélico y
por consiguiente a los militares. Pero, fueron en un primer lugar, los civiles
quienes asumieran la responsabilidad de decidir el destino de los territorios
de la Capitanía General de Venezuela, crearon los argumentos y las razones que
dieron lugar a nuestra sociedad como un ente autónomo y soberano.
En esos
tiempos de exaltación, incertidumbre, la Junta Conservadora de los Derechos de
Fernando VII emitió el decreto de la creación de una academia de matemáticas en
Caracas (1810); el cabildo de Mérida creó la Universidad de los Andes (1810),
sobre la base del seminario de Buenaventura; y en Cumaná las autoridades de la
ciudad, hace otro tanto al fundar la Universidad de Oriente cuya sede sería el
Convento de Santo Domingo (1810).
Los
acontecimientos que siguieron no permitieron que estas empresas educativas
pudieran desarrollarse; pero ello no es solo privativo de Venezuela; por ejemplo en Buenos Aires[1],
individuos como Manuel Belgrano, Bernardino Rivadavia, entre otros, dieron
pasos en la creación instituciones educativas y científicas: la academia de
matemáticas (1816) y la Universidad de Buenos Aires (1821) por ejemplo; tales
tiempos fueron difíciles y se requirió un largo proceso social que permitiera
condiciones de estabilidad para que tales empresas empezaran a fructificar.
Lo
cierto es que nuestros próceres civiles no dejaron de pensar en la necesidad de
que los criollos americanos se apropiaran del saber que la Europa en ese
periodo de principios del XIX nos mostraba como su única exponente.
Las
ideas de una ciencia aplicada a conocer los recursos naturales de países
integrantes de la Gran Colombia (Nueva Granada, Quito y Venezuela), fue la meta
de individuos como Francisco Antonio Zea, plenipotenciario de la Gran Colombia,
cuando en 1821 en Europa contrató a varios científicos europeos y algunos
iberoamericanos para ir a Bogotá, donde
se establecería una escuela de minas y un museo.
El
entonces vicepresidente Santander en 1826 emitió un decreto por el cual mandó a
crear las universidades nacionales en Bogotá, Caracas y Quito; y colegios
nacionales en Cumaná y Angostura. De estas iniciativas solo quedarían el inicio
de la exitosa carrera del francés Jean Baptiste Boussingault, y la Universidad
Central de Venezuela (UCV).
La UCV
es producto de la reforma de 1827 decretada por Bolívar en su último viaje a
Caracas, a solicitud del propio profesorado de
la Real y Pontificia Universidad de Caracas, que pasó a convertirse en
republicana; y desde ese momento incorporó plenamente en su pensum del llamado
Trienio filosófico o Bachillerato, las materias científicas: la física, la
matemática, la química y la botánica; si bien las dos últimas, tardaron años en
poder ser impartidas, la impronta había quedado; sería la universidad donde el
venezolano tendría su primer contacto con la ciencia.
El afán
porque la América se apropiara del conocimiento, también fue expuesta por los
venezolanos en el exilio; tal fue el
caso de Andrés Bello, mejor conocidos entre nosotros por su actividad como
gramático, jurista, poeta y político.
Bello
formó parte, con otros americanos, de la ofensiva cultural que a partir de 1817 desde Europa buscaba,
por una parte volcar la simpatía hacia la lucha independista americana marcada
por la violencia y el deseo del gobierno absolutista de Fernando VII de
recuperar el control de las colonias hispanoamericanas; y por la otra, dotar a
los mismos americanos de elementos culturales para cuando los tiempos de la paz
llegasen.
Para
explicar las razones de lucha independista, primer aspecto de la ofensiva, se anotó en esta tarea el diplomático barines
Manuel Palacio Fajardo, médico y abogado educado en Santa Fé de Bogotá, quien
escribió Bosquejo de la revolución americana española (1817), en inglés, con
traducción al francés y alemán. Pero a la par, Palacio Fajardo cultivaba la
ciencia. Durante su estancia en Europa dio a conocer tres trabajos científicos
los cuales son publicados en los medios ingleses The Quaterly Journal of
Sciencie: ellos fueron los Apuntes sobre el terremoto de Caracas (1816), y Descripción
de los Valles de Cúcuta (1817); y en
el Journal of Science and Arts en París sobre la relación de un lago de
carbonatos de sal en América del Sur, que trata sobre la laguna de Urao en
Mérida (1816)[2].
Bello,
por su parte participa en esa ofensiva cultural, con una actividad poco
conocida entre nosotros: la de divulgador de la ciencia[3].
Actividad que lleva a cabo, a través de traducciones, del conocimiento que los
europeos habían acumulado sobre el continente; el ejemplo de ello fue el caso
del Barón de Humboldt y su monumental obra: Viajes a las regiones
ecquinocciales del Nuevo Mundo que se empieza a publicar en 1816 en francés; o
entresacando información de los trabajos de Azara sobre Paraguay y las
provincias de Rio de la Plata, entre otros.
Bello
también confecciona artículos de divulgación propiamente sobre astronomía,
historia natural, geografía, economía, química y reseñando noticias científicas
de interés. Usa para ello, las revistas del Censor Americano, La Biblioteca
Americana y El Repertorio Americano, donde vierte sus esfuerzos de mostrar a
los americanos del sur lo que se sabe de la naturaleza que habitan, sobre las
posibilidades económicas de algunos de sus productos como la cochinilla
mixteca, las especies de plantas que los rodean.
El haber
vivido en Londres desde 1810 a 1829, y haber hecho del Museo Británico su sitio
de formación, le permitió a Bello establecer la importancia que el conocimiento
científico sobre la América era una herramienta importante en los tiempos que
se vivían. De allí que cuando en Chile,
en 1843 le fue asignado la tarea de dirigir
la primera universidad republicana del país, la Universidad de Chile, el tiene elementos para poder
proponer que el suramericano que aun
desde lo local puede hacer ciencia universal.
¿Cómo
Bello entendió lo local y lo universal en la ciencia?
Al
pautar cual era la función de la universidad de Chile, él si bien salvaguardo
la tradición por la presencia de los estudios de teología, afirmó la instrucción en las ciencias y las letras
(las humanidades hoy). Pero esa instrucción de la ciencia si bien aplicada
también debía ser por el placer de su ejercicio. Bello razonaba así: Si la
universidad era el lugar donde se generaría una cultura intelectual que
alimentaria a la educación elemental de la población, pero, como Bello indicaba, que aquella no
podía reducirse a ser un mero receptor
“un instrumento pasivo,
destinado exclusivamente a la transmisión de los conocimientos adquiridos en
naciones adelantadas,… ¿Estaremos condenados todavía a repetir servilmente las
lecciones de la ciencia europea, sin atrevernos a discutirlas, a ilustrarlas
con aplicaciones locales, a darles una estampa de nacionalidad?”[4].
Y si la Universidad iba a ser el instrumento
para la propagación de las luces a las distintas clases sociales, era preciso
que se estudiara precisamente esa naturaleza americana, esos cielos del
hemisferio sur, en donde los chilenos podían aportar a la ciencia, corrigiendo
incluso aquellas observaciones hechas por exploradores venidos al continente;
incluso se hicieran correcciones con observaciones inteligentes; en palabras de
Bello:
“… ¿no daremos otro más
enriqueciendo la ciencia con el conocimiento de nuevos seres y nuevos fenómenos de la creación
animada y del mundo inorgánico, aumentando los catálogos de especies,
ilustrando, rectificando las noticias del sabio extranjero, recogidas por la
mayor parte en viajes hechos a la ligera? El mundo antiguo desea en esta parte
la colaboración del nuevo; no sólo la desea; la provoca, la exige.”[5]
Y si
bien, Bello hace hincapié en fomentar la
investigación entre los americanos, no está exento de realismo, al reconocer
que en algunos campos es preciso atenerse a los resultados de la ciencia
europea; pero hay otras áreas que exigen estudios locales, tales como las
relativas a la propia ciencias naturales, historia chilena y la medicina,
preguntándose “¿dónde podrá escribirse mejor que en Chile?... Buscaremos la
higiene y la patología del hombre chileno en los libros europeos?”[6].
Por ello
al referirse a la medicina señalaba que esta debía indagar sobre:
“las modificaciones
peculiares que dan al hombre chileno su clima, sus costumbres, sus alimentos;
dictará reglas de la higiene pública y privada: se develará por arrancar a las epidemias el secreto de su
germinación y de su actividad devastadora y hará, en cuanto es posible, que se
difunda a los campos el conocimiento de los medios sencillos de conservar y
reparar la salud” [7].
Y
ciertamente médicos europeos con Roulin contratado por Zea en 1821 en Paris, se
daba cuenta que el ejercicio de la medicina en la América ecuatorial no era tan
sencillo, desconocía las peculiaridades de las enfermedades de sus pacientes; y
ello, posiblemente le impidió un ejercicio médico interesante que hubiera sido
un aliciente para instalarse definitivamente en Bogotá.
Y esa
misma necesidad de conocimiento sobre lo
local, Bello se expresa al señalar para las ciencias físicas y matemáticas:
“sus aplicaciones a una
industria naciente… sus aplicaciones a una tierra cruzada en todos los sentidos
de veneros metálicos, a un suelo fértil de riquezas vegetales, de sustancias
alimenticias, a un suelo, sobre el que la ciencia ha echado apenas una ojeada
rápida…”[8].
Así en
el campo de las ciencias naturales, Bello señalaba la necesidad que los textos
de Historia Natural para los estudiantes incluyeran las especies chilenas:
“el árbol que crece en nuestros
bosques, la flor que se desenvuelve en nuestros valles y laderas, la
disposición de los minerales del suelo que pisamos y en la cordillera agigantada que los amuralla, los animales que
viven en los montes, en nuestros campos, en nuestros ríos, y en el mar que baña
nuestras costas”[9]
Pero a
la par Bello señala que ese fomento de las aplicaciones no debe no alejar a la
universidad de apreciar
“… en el justo valor el
conocimiento de la naturaleza en todos sus departamentos… porque, para guiar
acertadamente la práctica, es necesario que el entendimiento se eleve a los
puntos culminantes de la ciencia, a la apreciación de sus fórmulas generales.
La universidad no confundirá, sin duda, las aplicaciones prácticas con las
manipulaciones de un empirismo ciego…porque el cultivo de la inteligencia
contemplativa que descorre el velo a los arcanos del universo físico y moral,
es en sí mismo un resultado positivo y de la mayor importancia.”[10]
La
posición de Bello es que el americano puede ser hacedor de conocimiento
científico desde lo local y a la par ser universal. Pero, para que lo anterior
pudiera desarrollarse, era preciso que los americanos se instruyeran bien,
hicieran observaciones inteligentes, y no fueran meros receptores de la
información procedente de Europa e incluso aquella recogida por europeos sobre
la propia América. Por ello, la universidad americana, en tanto institución
educativa debía estimular la investigación, de esta manera se empezaría a
construir la cultura científica que debía ser diseminada a la población.
Su
confianza en que la América meridional
podía contribuir a la ciencia partiendo del conocimiento de su propio
territorio, es coherente con otra faceta por la cual se le conoce más, como fue
su reivindicación de que el castellano de América no era un apéndice del
hablado y escrito en la Península y por ello demandó un status de paridad.
¿Qué
lecciones podemos extraer hoy de las palabras del más universal de nuestros
héroes civiles como es Bello?
En
primer lugar reconocer que hemos hecho en parte lo que el manifestó en el siglo
XIX: nos hemos insertado en la empresa universal del conocimiento desde
nuestros trabajos sobre lo local. Hemos estudiados nuestro país, sus problemas,
pero a la par no nos hemos apartado de
lo universal. Y la historia de la ciencia en el país así lo atestigua.
Acta
Científica Venezolana muestra ese legado científico vertido en sus
páginas. Y durante sesenta y seis años,
en las Convención de la AsoVAC hemos podido ver como los integrantes de la
comunidad científica venezolana han cultivado lo local y lo universal; y a
través de publicaciones, congresos y relaciones
han compartido ese conocimiento con sus pares de la región y del mundo.
Cuando
se observa los resultados de nuestras investigaciones en las distintas áreas
científicas, lo local está presente, posiblemente en ocasiones lo hemos
desdibujado. Incluso nuestras vaguadas forman parte de los más abstractos
modelos matemáticos.
Recordando
a Bello, realizar una ofensiva cultural, tendríamos que hacer un esfuerzo
porque este conocimiento producido en el país, se inserte en la educación de
nuestros niños y jóvenes; que conozcan a Venezuela, en sus diferentes
dimensiones científicas de la mano de los trabajos, debidamente adaptados, de
nuestros investigadores. De esa manera se generaría “una cultura intelectual
que alimentaria a la educación elemental de la población”, tal como lo decía
Bello.
Difícil,
¿pero no sería esa una meta a futuro?, que empezaría no solo por formar mejor a
nuestros maestros y profesores, sino también construir esa ofensiva cultural impulsada tanto por los propios
investigadores como por las instituciones científicas que divulguen el conocimiento producido en el país, usando
las vías usuales, así como las que las tecnologías de la información nos ofrecen,
pero sobre todo: tengamos el orgullo de exponer lo nuestro.
Mostremos
al venezolano que para hacer ciencia
local no es preciso quedarse en la visión parroquial; al usar la ciencia como
un instrumento podemos convertir esos objetos, esas materias en conocimientos
universales y compartirlos con otros latinoamericanos y con el resto del mundo.
Lo
anterior es lo que hicieron nuestros investigadores en malaria, bocio endémico,
parasitosis, virología (como el caso de la encefalomielitis equina tipo Venezuela),
botánica, para nombrar los casos más conocidos.
Pero
igual ha ocurrido con la tecnología. A partir de las características de
nuestros crudos pesados, nuestros investigadores se hicieron de un saber en el
área de catálisis; nuestros químicos e ingenieros desarrollaron respuestas,
soluciones tecnológicas como la orimulsión. Hoy por hoy, si bien las patentes
pueden proteger esas soluciones, la capacidad ingenieril y química de nuestros
investigadores exilados en lugares remotos, pueden hallar soluciones, gracias a
su experiencia local en Venezuela.
En la
hora de hoy a los integrantes más veteranos de la comunidad nos queda una
tarea. Resulta paradójico que en el momento que para varios de nosotros sería
la etapa del retiro, de la jubilación, tengamos que posponerla, dada las
urgencias de estos tiempos.
La
tarea que nos queda es: ser el
puente para aquellos jóvenes que hoy se
inician, en difíciles circunstancias, en la investigación; nuestra labor
formadora es cada vez más importante: el traspasar el ideal, el estimular las
actitudes apropiadas a la investigación, ejercitar las habilidades de los
jóvenes, estimular su intelecto.
Varios
de ustedes se preguntaran que cómo puede
hacerse ello, si no hay reactivos, equipos y referencias bibliográficas. Pero, es
precisamente las actitudes y aptitudes hacia la investigación las que son más
necesarias, porque de nada sirven, si ellas no existen, a pesar de que hubiera
equipos. Esas habilidades de indagar, el buscar respuestas, obtener soluciones
son las bases de los emprendimientos y la búsqueda de alternativas a las
existentes. Y parte de nuestra tarea, es que los jóvenes se abrán a ellas.
Y a los
jóvenes les digo que ellos no están
solos; los acompañaremos por el tiempo que sea necesario; en su momento ellos tendrán
que tomar el testigo y escribir con su propio estilo, esta gesta de hacer ciencia en Venezuela.
Cada
generación de científicos ha tenido sus retos y problemas y ha hecho frente a
ellos; hoy les toca a una generación afrontar los difíciles tiempos presentes;
pero ellos no parten de cero, hay una tradición científica en el país, de la
cual esta asociación es la expresión de ella.
No nos
dejemos vencer por los tiempos de incertidumbre, nosotros estamos aquí para
construir en el tiempo de nuestras vidas útiles, esa parte de la cultura
científica que nuestros padres de la independencia quisieron para Venezuela.
Gracias
por su atención.
[1] Freites, Y. Ciencia e Independencia: la
red de ilustrados americanos y europeos, en Simposio Ciencia e Independencia,
Congreso Internacional del Bicentenario de Francisco José de Caldas,
Bogotá-Colombia, 27 al 29 de octubre de 2016
[2] Freites, Ciencia e Independencia….
[3] Freites, Yajaira (2014) Andrés Bello:
lengua, ciencia, universidad como expresión de independencia americana, QUIPU, Vol.16, No. 3, pp. 235-262;
accesible en
[4] Bello, Andrés “Memoria sobre el estado de la
instrucción pública correspondiente al quinquenio 1844-1848, en Obras Completas, Fundación La Casa de
Bello, Caracas, 1982, Tomo 21, (Temas educacionales I), p. 50.
[5] Bello, Memoria…, p. 62.
[7] Bello, Andrés
“Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile el dia 17 de
septiembre de 1843”, en Obras Completas,
Fundación La Casa de Bello, Caracas, 1982, Tomo XXI, (Temas educacionales I),
pp. 3-21. Esta edición corrige la ortografía de Bello por la actual, p. 14.
[9] Bello, Memoria…, p.52
[10] Bello, Discurso…, p. 15.
(*) Palabras de Yajaira Freites en la instalación de la LXVI Convención en AsoVAC-Caracas, el 14.11.2016.
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