martes, 15 de noviembre de 2016

Lo Universal y lo Local en Ciencia y Tecnología

Por Yajaira Freites (*)

El lema de nuestra LXVI  Convención Anual de la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia (AsoVAC) no es una mera frase; es una característica de la ciencia  que en el caso del desarrollo de la ciencia en Venezuela  ha estado presente.

¿Por qué traerlo a colación en este momento? Precisamente porque es necesario reconocer nuestras características, las que nos han permitido surgir y las que precisamente, juzgo que nos permitirán seguir siendo parte del país.

Son momento  en que resulta difícil hacer ciencia. El  acceso al conocimiento fuera de nuestras fronteras,  casi nos está vedado: por las carencias financieras, la desactualización de nuestras bibliotecas, la dificultad de acceder a las bases de información a través de la internet; igual ocurre con la realización de  viajes al exterior a presentar trabajos, hacer pasantías.  Y obviamente faltan los reactivos, los equipos y los sueldos de los profesores e investigadores son paupérrimos. 

Sin embargo, los integrantes de la comunidad científica en el país, debemos intentar seguir, en la medida de lo posible, con nuestras actividades: la investigación, la formación de jóvenes, la publicación y la divulgación.  La realización de esta LXVI convención anual de la AsoVAC,  es la evidencia de la determinación de nosotros los científicos de seguir siendo parte del país, aun en los tiempos más difíciles; no somos plantas extrañas, somos parte de Venezuela.

La situación actual mueve a la necesidad de explotar nuestras capacidades, iniciativas y creatividad; de hacer uso de nuestro legado histórico como grupo social y cultural que existe en Venezuela; que la ha pensado, construido y que por consiguiente se siente impulsado a participar en el devenir de la misma.
Pero como indique, hacer uso de nuestro legado histórico, implica tomar conciencia del valor de nuestro trabajo, del aporte científico y cultural que  brindamos a nuestro país, el cual no puede ser concebido como una tabla rasa en cuanto a la producción de conocimiento.

Nuestro trabajo, nuestros artículos, libros, actividades pasadas y actuales debemos valorarlas como parte de la gesta en que los científicos de la nación venezolana han llevado a cabo, y la continúan para que el conocimiento sea un aspecto de la misma. Somos participes de la creación de una cultura científica que el país apenas vislumbraba en los inicios de su creación como sociedad independiente.

En esos tiempos de la lucha de nuestra independencia, el conocimiento fue un aspecto considerado por los creadores de nuestra nacionalidad, aunque en la historia que se nos cuenta se le ha dado mayor visibilidad a lo político, a lo bélico y por consiguiente a los militares. Pero, fueron en un primer lugar, los civiles quienes asumieran la responsabilidad de decidir el destino de los territorios de la Capitanía General de Venezuela, crearon los argumentos y las razones que dieron lugar a nuestra sociedad como un ente autónomo  y soberano.

En esos tiempos de exaltación, incertidumbre, la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII emitió el decreto de la creación de una academia de matemáticas en Caracas (1810); el cabildo de Mérida creó la Universidad de los Andes (1810), sobre la base del seminario de Buenaventura; y en Cumaná las autoridades de la ciudad, hace otro tanto al fundar la Universidad de Oriente cuya sede sería el Convento de Santo Domingo (1810).

Los acontecimientos que siguieron no permitieron que estas empresas educativas pudieran desarrollarse; pero ello no es solo privativo de  Venezuela; por ejemplo en Buenos Aires[1], individuos como Manuel Belgrano, Bernardino Rivadavia, entre otros, dieron pasos en la creación instituciones educativas y científicas: la academia de matemáticas (1816) y la Universidad de Buenos Aires (1821) por ejemplo; tales tiempos fueron difíciles y se requirió un largo proceso social que permitiera condiciones de estabilidad para que tales empresas empezaran  a fructificar.

Lo cierto es que nuestros próceres civiles no dejaron de pensar en la necesidad de que los criollos americanos se apropiaran del saber que la Europa en ese periodo de principios del XIX nos mostraba como su única exponente.

Las ideas de una ciencia aplicada a conocer los recursos naturales de países integrantes de la Gran Colombia (Nueva Granada, Quito y Venezuela), fue la meta de individuos como Francisco Antonio Zea, plenipotenciario de la Gran Colombia, cuando en 1821 en Europa contrató a varios científicos europeos y algunos iberoamericanos para ir a  Bogotá, donde se establecería una escuela de minas y un museo.

El entonces vicepresidente Santander en 1826 emitió un decreto por el cual mandó a crear las universidades nacionales en Bogotá, Caracas y Quito; y colegios nacionales en Cumaná y Angostura. De estas iniciativas solo quedarían el inicio de la exitosa carrera del francés Jean Baptiste Boussingault, y la Universidad Central de Venezuela (UCV).

La UCV es producto de la reforma de 1827 decretada por Bolívar en su último viaje a Caracas, a solicitud del propio profesorado de  la Real y Pontificia Universidad de Caracas, que pasó a convertirse en republicana; y desde ese momento incorporó plenamente en su pensum del llamado Trienio filosófico o Bachillerato, las materias científicas: la física, la matemática, la química y la botánica; si bien las dos últimas, tardaron años en poder ser impartidas, la impronta había quedado; sería la universidad donde el venezolano tendría su primer contacto con la ciencia.

El afán porque la América se apropiara del conocimiento, también fue expuesta por los venezolanos en el exilio;  tal fue el caso de Andrés Bello, mejor conocidos entre nosotros por su actividad como gramático, jurista, poeta y político.

Bello formó parte, con otros americanos, de la ofensiva cultural  que a partir de 1817 desde Europa buscaba, por una parte volcar la simpatía hacia la lucha independista americana marcada por la violencia y el deseo del gobierno absolutista de Fernando VII de recuperar el control de las colonias hispanoamericanas; y por la otra, dotar a los mismos americanos de elementos culturales para cuando los tiempos de la paz llegasen.

Para explicar las razones de lucha independista, primer aspecto de la ofensiva,  se anotó en esta tarea el diplomático barines Manuel Palacio Fajardo, médico y abogado educado en Santa Fé de Bogotá, quien escribió Bosquejo de la revolución americana española (1817), en inglés, con traducción al francés y alemán. Pero a la par, Palacio Fajardo cultivaba la ciencia. Durante su estancia en Europa dio a conocer tres trabajos científicos los cuales son publicados en los medios ingleses The Quaterly Journal of Sciencie: ellos fueron los Apuntes sobre el terremoto de Caracas (1816), y Descripción de los Valles de Cúcuta (1817);   y en el  Journal of Science and Arts  en París sobre la relación de un lago de carbonatos de sal en América del Sur, que trata sobre la laguna de Urao en Mérida (1816)[2].

Bello, por su parte participa en esa ofensiva cultural, con una actividad poco conocida entre nosotros: la de divulgador de la ciencia[3]. Actividad que lleva a cabo, a través de traducciones, del conocimiento que los europeos habían acumulado sobre el continente; el ejemplo de ello fue el caso del Barón de Humboldt y su monumental obra: Viajes a las regiones ecquinocciales del Nuevo Mundo que se empieza a publicar en 1816 en francés; o entresacando información de los trabajos de Azara sobre Paraguay y las provincias de Rio de la Plata, entre otros.

Bello también confecciona artículos de divulgación propiamente sobre astronomía, historia natural, geografía, economía, química y reseñando noticias científicas de interés. Usa para ello, las revistas del Censor Americano, La Biblioteca Americana y El Repertorio Americano, donde vierte sus esfuerzos de mostrar a los americanos del sur lo que se sabe de la naturaleza que habitan, sobre las posibilidades económicas de algunos de sus productos como la cochinilla mixteca, las especies de plantas que los rodean.

El haber vivido en Londres desde 1810 a 1829, y haber hecho del Museo Británico su sitio de formación, le permitió a Bello establecer la importancia que el conocimiento científico sobre la América era una herramienta importante en los tiempos que se vivían. De  allí que cuando en Chile, en 1843 le fue asignado la tarea de dirigir  la primera universidad republicana del país, la Universidad  de Chile, el tiene elementos para poder proponer  que el suramericano que aun desde lo local puede hacer ciencia universal.

¿Cómo Bello entendió lo local y lo universal en la ciencia?

Al pautar cual era la función de la universidad de Chile, él si bien salvaguardo la tradición por la presencia de los estudios de teología, afirmó  la instrucción en las ciencias y las letras (las humanidades hoy). Pero esa instrucción de la ciencia si bien aplicada también debía ser por el placer de su ejercicio.  Bello razonaba así: Si la universidad era el lugar donde se generaría una cultura intelectual que alimentaria a la educación elemental de la población,  pero, como Bello indicaba, que aquella no podía reducirse a ser un mero receptor

                        “un instrumento pasivo, destinado exclusivamente a la transmisión de los conocimientos adquiridos en naciones adelantadas,… ¿Estaremos condenados todavía a repetir servilmente las lecciones de la ciencia europea, sin atrevernos a discutirlas, a ilustrarlas con aplicaciones locales, a darles una estampa de nacionalidad?”[4].

 Y si la Universidad iba a ser el instrumento para la propagación de las luces a las distintas clases sociales, era preciso que se estudiara precisamente esa naturaleza americana, esos cielos del hemisferio sur, en donde los chilenos podían aportar a la ciencia, corrigiendo incluso aquellas observaciones hechas por exploradores venidos al continente; incluso se hicieran correcciones con observaciones inteligentes; en palabras de Bello:

                        “… ¿no daremos otro más enriqueciendo la ciencia con el conocimiento de nuevos  seres y nuevos fenómenos de la creación animada y del mundo inorgánico, aumentando los catálogos de especies, ilustrando, rectificando las noticias del sabio extranjero, recogidas por la mayor parte en viajes hechos a la ligera? El mundo antiguo desea en esta parte la colaboración del nuevo; no sólo la desea; la provoca, la exige.”[5]

Y si bien, Bello  hace hincapié en fomentar la investigación entre los americanos, no está exento de realismo, al reconocer que en algunos campos es preciso atenerse a los resultados de la ciencia europea; pero hay otras áreas que exigen estudios locales, tales como las relativas a la propia ciencias naturales, historia chilena y la medicina, preguntándose “¿dónde podrá escribirse mejor que en Chile?... Buscaremos la higiene y la patología del hombre chileno en los libros europeos?”[6].

Por ello al referirse  a la medicina señalaba  que esta debía indagar sobre:

                        “las modificaciones peculiares que dan al hombre chileno su clima, sus costumbres, sus alimentos; dictará reglas de la higiene pública y privada: se develará por  arrancar a las epidemias el secreto de su germinación y de su actividad devastadora y hará, en cuanto es posible, que se difunda a los campos el conocimiento de los medios sencillos de conservar y reparar la salud” [7].

Y ciertamente médicos europeos con Roulin contratado por Zea en 1821 en Paris, se daba cuenta que el ejercicio de la medicina en la América ecuatorial no era tan sencillo, desconocía las peculiaridades de las enfermedades de sus pacientes; y ello, posiblemente le impidió un ejercicio médico interesante que hubiera sido un aliciente para instalarse definitivamente en Bogotá.

Y esa misma necesidad de conocimiento sobre  lo local, Bello se expresa al señalar para las ciencias físicas y matemáticas:

                        “sus aplicaciones a una industria naciente… sus aplicaciones a una tierra cruzada en todos los sentidos de veneros metálicos, a un suelo fértil de riquezas vegetales, de sustancias alimenticias, a un suelo, sobre el que la ciencia ha echado apenas una ojeada rápida…”[8].

Así en el campo de las ciencias naturales, Bello señalaba la necesidad que los textos de Historia Natural para los estudiantes incluyeran las especies chilenas:

            “el árbol que crece en nuestros bosques, la flor que se desenvuelve en nuestros valles y laderas, la disposición de los minerales del suelo que pisamos y en la cordillera  agigantada que los amuralla, los animales que viven en los montes, en nuestros campos, en nuestros ríos, y en el mar que baña nuestras costas”[9]

Pero a la par Bello señala que ese fomento de las aplicaciones no debe no alejar a la universidad de apreciar
                        “… en el justo valor el conocimiento de la naturaleza en todos sus departamentos… porque, para guiar acertadamente la práctica, es necesario que el entendimiento se eleve a los puntos culminantes de la ciencia, a la apreciación de sus fórmulas generales. La universidad no confundirá, sin duda, las aplicaciones prácticas con las manipulaciones de un empirismo ciego…porque el cultivo de la inteligencia contemplativa que descorre el velo a los arcanos del universo físico y moral, es en sí mismo un resultado positivo y de la mayor importancia.”[10]

La posición de Bello es que el americano puede ser hacedor de conocimiento científico desde lo local y a la par ser universal. Pero, para que lo anterior pudiera desarrollarse, era preciso que los americanos se instruyeran bien, hicieran observaciones inteligentes, y no fueran meros receptores de la información procedente de Europa e incluso aquella recogida por europeos sobre la propia América. Por ello, la universidad americana, en tanto institución educativa debía estimular la investigación, de esta manera se empezaría a construir la cultura científica que debía ser diseminada a la población.

Su confianza en que  la América meridional podía contribuir a la ciencia partiendo del conocimiento de su propio territorio, es coherente con otra faceta por la cual se le conoce más, como fue su reivindicación de que el castellano de América no era un apéndice del hablado y escrito en la Península y por ello demandó  un status de paridad.

¿Qué lecciones podemos extraer hoy de las palabras del más universal de nuestros héroes civiles como es Bello?

En primer lugar reconocer que hemos hecho en parte lo que el manifestó en el siglo XIX: nos hemos insertado en la empresa universal del conocimiento desde nuestros trabajos sobre lo local. Hemos estudiados nuestro país, sus problemas, pero a la par no nos  hemos apartado de lo universal. Y la historia de la ciencia en el país así lo atestigua.

Acta Científica Venezolana muestra ese legado científico vertido en sus páginas.   Y durante sesenta y seis años, en las Convención de la AsoVAC hemos podido ver como los integrantes de la comunidad científica venezolana han cultivado lo local y lo universal; y a través de publicaciones, congresos y relaciones  han compartido ese conocimiento con sus pares de la región y del mundo.

Cuando se observa los resultados de nuestras investigaciones en las distintas áreas científicas, lo local está presente, posiblemente en ocasiones lo hemos desdibujado. Incluso nuestras vaguadas forman parte de los más abstractos modelos matemáticos.

Recordando a Bello, realizar una ofensiva cultural, tendríamos que hacer un esfuerzo porque este conocimiento producido en el país, se inserte en la educación de nuestros niños y jóvenes; que conozcan a Venezuela, en sus diferentes dimensiones científicas de la mano de los trabajos, debidamente adaptados, de nuestros investigadores. De esa manera se generaría “una cultura intelectual que alimentaria a la educación elemental de la población”, tal como lo decía Bello.

Difícil, ¿pero no sería esa una meta a futuro?, que empezaría no solo por formar mejor a nuestros maestros y profesores, sino también construir  esa ofensiva cultural  impulsada tanto por los propios investigadores como por las instituciones científicas que divulguen  el conocimiento producido en el país, usando las vías usuales, así como las que las tecnologías de la información nos ofrecen, pero sobre todo: tengamos el orgullo de exponer lo nuestro.

Mostremos al venezolano que para  hacer ciencia local no es preciso quedarse en la visión parroquial; al usar la ciencia como un instrumento podemos convertir esos objetos, esas materias en conocimientos universales y compartirlos con otros latinoamericanos y con el resto del mundo.

Lo anterior es lo que hicieron nuestros investigadores en malaria, bocio endémico, parasitosis, virología (como el caso de la encefalomielitis equina tipo Venezuela), botánica, para nombrar los casos más conocidos.

Pero igual ha ocurrido con la tecnología. A partir de las características de nuestros crudos pesados, nuestros investigadores se hicieron de un saber en el área de catálisis; nuestros químicos e ingenieros desarrollaron respuestas, soluciones tecnológicas como la orimulsión. Hoy por hoy, si bien las patentes pueden proteger esas soluciones, la capacidad ingenieril y química de nuestros investigadores exilados en lugares remotos, pueden hallar soluciones, gracias a su experiencia local en Venezuela.

En la hora de hoy a los integrantes más veteranos de la comunidad nos queda una tarea. Resulta paradójico que en el momento que para varios de nosotros sería la etapa del retiro, de la jubilación, tengamos que posponerla, dada las urgencias de estos tiempos.

La tarea  que nos queda es: ser el puente  para aquellos jóvenes que hoy se inician, en difíciles circunstancias, en la investigación; nuestra labor formadora es cada vez más importante: el traspasar el ideal, el estimular las actitudes apropiadas a la investigación, ejercitar las habilidades de los jóvenes, estimular su intelecto.

Varios de ustedes  se preguntaran que cómo puede hacerse ello, si no hay reactivos, equipos y referencias bibliográficas. Pero, es precisamente las actitudes y aptitudes hacia la investigación las que son más necesarias, porque de nada sirven, si ellas no existen, a pesar de que hubiera equipos. Esas habilidades de indagar, el buscar respuestas, obtener soluciones son las bases de los emprendimientos y la búsqueda de alternativas a las existentes. Y parte de nuestra tarea, es que los jóvenes se abrán a ellas.

Y a los jóvenes les  digo que ellos no están solos; los acompañaremos por el tiempo que sea necesario; en su momento ellos tendrán que tomar el testigo y escribir con su propio estilo, esta gesta de hacer  ciencia en Venezuela.

Cada generación de científicos ha tenido sus retos y problemas y ha hecho frente a ellos; hoy les toca a una generación afrontar los difíciles tiempos presentes; pero ellos no parten de cero, hay una tradición científica en el país, de la cual esta asociación es la expresión de ella.

No nos dejemos vencer por los tiempos de incertidumbre, nosotros estamos aquí para construir en el tiempo de nuestras vidas útiles, esa parte de la cultura científica que nuestros padres de la independencia quisieron para Venezuela.

Gracias por su atención.
                                         




[1] Freites, Y. Ciencia e Independencia: la red de ilustrados americanos y europeos, en Simposio Ciencia e Independencia, Congreso Internacional del Bicentenario de Francisco José de Caldas, Bogotá-Colombia, 27 al 29 de octubre de 2016
[2] Freites, Ciencia e Independencia….
[3] Freites, Yajaira (2014) Andrés Bello: lengua, ciencia, universidad como expresión de independencia americana, QUIPU, Vol.16, No. 3, pp. 235-262; accesible en
[4]  Bello, Andrés “Memoria sobre el estado de la instrucción pública correspondiente al quinquenio 1844-1848, en Obras Completas, Fundación La Casa de Bello, Caracas, 1982, Tomo 21, (Temas educacionales I), p. 50.
[5] Bello, Memoria…, p. 62.
[6]  Bello, Memoria…, p. 51.
[7] Bello, Andrés “Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile el dia 17 de septiembre de 1843”, en Obras Completas, Fundación La Casa de Bello, Caracas, 1982, Tomo XXI, (Temas educacionales I), pp. 3-21. Esta edición corrige la ortografía de Bello por la actual, p. 14.
[8] Bello, Discurso…, p. 15.
[9] Bello, Memoria…, p.52
[10] Bello, Discurso…, p. 15.
(*) Palabras de Yajaira Freites en la instalación de la LXVI Convención en AsoVAC-Caracas, el 14.11.2016. 

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