Por Orlando Albornoz
Universidad Central de
Venezuela
Las comunicaciones entre los académicos se rigen
por un patrón harto conocido. Esto es, se maneja un lenguaje especializado, se
acatan unos requisitos procedimentales, y se satisfacen ciertas expectativas
formales. Al observar a través de las redes sociales en uso en el país se
aprecia el predominio de lo coloquial, por
encima de la indispensable seriedad académica. Por supuesto, esta es una
actividad que ha ido detectada en otros países, de modo que no hay ninguna
novedad para el caso venezolano.
Este tipo de actitud hacia el conocimiento se observa en forma nítida en, precisamente,
las comunicaciones de las academias venezolanas: Ciencias políticas y sociales,
Historia, Medicina, Físicas, matemáticas y naturales, Ciencias económicas e
Ingeniería y el hábitat.
Véase, por ejemplo el volumen publicado por las
academias (2011) Propuestas a la nación,
un documento preciso, rico en propuestas, serio y elegante ignorado por una
sociedad avasallada por la manipulación política e ideológica que hace uso
monopólico de su discurso y se aísla de cualquier otro. De hecho, sobre el tema
pareciera que una sociedad como la venezolana, a juzgar por el cómo maneja el
discurso público, a través de eventos cuidadosamente organizados y en forma tal
que es de obligación el escucharlos, avanza paso a paso hacia un gobierno que
encaja en el análisis de un libro reciente llamado a ocupar un espacio
interesante en la literatura actual, pues lo hallo al mismo nivel del libro
clásico de Hanna Arendt (1951) The Origins of Totalitarianism. Me refiero al libro por Timothy Snyder (2017) On Tyranny:
Twenty Lessons from the Twentieth Century.
En el otro extremo del discurso académicos se
hallan las comunicaciones coloquiales, que se valen del uso del lenguaje común,
del chiste, del chisme, de la cháchara, de la diatriba política, de la
grosería, esto es, de la banalidad, de lo simple y mostrando pobreza de ideas y
del mismo lenguaje que emplean para comunicarlas. Lo coloquial se caracteriza
por su intrascendencia, pues atiende a lo banal, lo inmediato, con una carga
emotiva elevada y con una retórica intelectual y académica más bien pobre, por
repetitiva. Lo coloquial es endémico en
la ciencias sociales ya que estas operan en el borde de lo opinático, como
analiza Morin el bueno, en su excelente libro sobre el tema. El coloquialismo invade
el pensamiento político hasta ahogar todo vestigio de reflexión y de lo que llamamos
seriedad en el uso del lenguaje, y quien lo dude le bastará escuchar a cualquier
político, que son profesionales que a menudo apoyan su discurso en la mentira,
en la exageración y en el provecho utilitario de sus ideas. No me refiero, en modo algún, a los políticos
del chavismo, sino a los políticos como género. No niego, en modo alguno que
los políticos tienen un discurso interesante, siempre, y personalmente me
detengo en ellos cada vez que puedo, porque me ayuda a esclarecer como operan
las ideas de quienes hablan para justificar a veces lo injustificable, y
tampoco puedo negar que al intentarlo suelen ser simpáticos, graciosos y hasta cómicos.
De hecho, si ello no es tomado como un insulto o sacrilegio soy de quienes
creían en su momento que el fallecido líder Hugo Chávez Frías era bien
divertido, porque era talentoso y llenaba su discurso de ardides intelectuales
bien atractivos. Generalmente terminaba siendo divertente, sin duda. Su sucesor distrae menos, porque tiene un
discurso más pesado, si bien articula adecuadamente y de manera inteligente un
discurso cuadriculado que maneja en forma repetitiva, lo cual aburre. En el
área de lo político coloquial hay otros programas igualmente interesantes,
porque reitero que nos permiten observar de primera mano como manejan las ideas
políticos exitosos. Es el caso de quien es ordinariamente llamado el ‘hombre
fuerte’ del gobierno, pero su programa es desconcertante, pues si bien es
divertido, a su manera, más bien parece un programa de radio de mediados
del siglo pasado pero transmitido por
televisión.
Los
políticos son competentes en su modo de construir un discurso, que puede ser banal pero que suele referirse a cosas muy
serias –la noción de competencia la he usado con el riesgo de que no se
entienda que la competencia no es genérica sino relativa, como demostró James
Tarrant, en su artículo (2000) “What is wrong with Competence?” El elemento más
frecuente en el discurso político es la contradicción.
Me ocurre cuando un político, por ejemplo, denuncia que el país no debe nunca
caer en el neo colonialismo y sin embargo financia la promoción de compositores
austriacos y prusianos, y sus fieles seguidores líderes de la burguesía criolla
por millones de dólares, reforzando el neo colonialismo; lo mismo ocurre con el
‘préstamo’ por varios millones de dólares a una universidad privada chilena,
ahora intervenida por irregularidades, por el gobierno, liquidándola, siendo
esta institución la que entre otras otorgó un doctorado honoris causa al
fallecido líder político venezolano Hugo Chávez Frías. Pero si alguien desea
verificar las características del discurso político puede ir al de Jaime Lusinchi
y, sobre todo, a Luis Herrera Campíns, retratada tal extrema banalidad en un memorable
texto de José Ignacio Cabrujas sobre el estado del disimulo.[1]
Un
ejemplo formidable de la audacia, irresponsabilidad e improvisación del
discurso banal es el caso del joven que sin haber visto nieve en su vida es
financiado por el gobierno nacional para competir en el campeonato mundial de
este deporte de invierno que es el esquí sobre nieve, o el caso de aquel ya olvidado corredor de autos que fue financiado en forma grosera
y por el mismo gobierno que se mueve desde
Caracas para reinaugurar una plaza Beethoven en Mérida.[2]
Lo
académicos tenemos la obligación de rechazar el discurso banal y aferrarnos
al académico, que nos define ante la
sociedad. Dejemos a los activistas el cambiar el mundo, que bastante ocupados
estamos tratando de interpretarlo. La
falsa ecuación de Marx es, de por sí, una banalidad: "Los filósofos se han
limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de
transformarlo".
Mientras
tanto mediante el uso de chistes, de palabras que el mismo Rosenblat llamaría
‘malas palabras’, uso de refranes, e insultos, de diatribas, de reclamos salariales,
los campeones de la tontería imponen su ley, pero, por fortuna, el discurso
académico está bien protegido en el país, en manos de quienes creemos que las
ideas exigen su propio lenguaje, y que el discurso de los políticos no podrá
nunca invadirnos, porque simplemente, navegamos aguas distintas, unos en las espesas
aguas del mar en donde nada se hunde y así
flotan indefinidamente, caso en el cual hay más similitudes entre los políticos
banales, que de los políticos serios también por fortuna tenemos pruebas más
que evidentes. Los académicos, por lo demás, somos evaluados y regulados por
las comunidades académicas correspondientes, que son transnacionales y no es
fácil hacer trampa, porque los contenidos académicos son cotejados, contrario a
lo coloquial, que es libre y sin control. Por ello es de rendir tributo a los políticos
serios, tales como Rómulo Betancourt, cuya obra (1955) Venezuela política y petróleo marca historia en el pensamiento
político regional o la de Rodolfo José Cárdenas y su formidable libro (1988) Copei en la Constituyente. La tentación
totalitaria de Acción Democrática o la de tantos otros libros que en función
de la seriedad de sus ideas crean pensamiento trascedente, que los banales se
asoman al balcón de la historia, si bien no llegan a asentarse, pues se asoman
a la historia, como dije, pero no llegan a acercarse ni de lejos a lo que Hegel
llamaba el ‘saber absoluto’.
Justamente,
otro filosofo, también alemán, Martin Heidegger (1933), expuso una idea que me
atrae discutir en este momento, ¿Qué es la universidad si no un compromiso con
el saber? Ciertamente una persona puede
ser sedentario o itinerante pero es su compromiso con el saber lo que le califica
como universitario, no su creencia en una u otra postura del cambio, como
tampoco del anti cambio y además me permite este pensamiento discutir si los
empleados administrativos y los obreros son parte de la universidad ya que
ambos no están comprometidos con la verdad.
“El
saber en este sentido tiene que llegar a ser el poder formador de la corporación
de la Universidad alemana. Esto implica dos cosas: primero, los maestros y
escolares, cada uno en su modo, tienen que dejarse dominar y permanecer
dominados por el concepto del saber. Y luego, ese concepto tiene que intervenir
como agente transformador en los modos fundamentales respectivos, dentro de los
cuales los maestros y escolares actúan científicamente en común: en las
facultades y gremios”.
Una coincidencia
histórica es la que nos recuerda que Hegel fallece en los mismos momentos en los
cuales surge la república, por ello más allá de la banalidad esperamos,
entonces, es el ave fénix. Hegel, efectivamente, terminaba su libro sobre la
historia de la filosofía señalando que “En el espíritu de la época moderna
dormitan ideas profundas, las cuales, para saberse despiertas, necesitan de
circunstancia y de una actualidad (presencia) distintas aquellos pensamientos
abstractos, oscuros, grises, de la antigüedad”. ¿Sera acaso que podemos creer
que tras la banalidad que nos circunda dormitan ideas valiosas y útiles para el
pensar y repensar de los venezolanos o estaremos condenados a la barbarie del
otro Rómulo? Soy de los que duda de tal taumaturgia, pero la misma es posible,
si no léase a Lorenz von Stein, en la interpretación que hace
Herbert Marcuse (1954: 374-389) en Reason
and revolution. Hegel and the rise of social theory. Disponemos en
Venezuela, por cierto, un aparato analítico de primerísima calidad sobre la
materia, en los textos de la Dra. Adriana Bolívar y sus colegas, en la UCV, de
lo cual cito apenas los siguientes trabajos: (2003) Análisis del discurso y compromiso social; (1999) El discurso político venezolano. Un estudio
multidisciplinario y (2004) Análisis
crítico del discurso de los académicos.
Mientras
tanto prevalece en Venezuela la charlatanería que ampara la opinionitis, que
inevitablemente conduce a la anarquía intelectual y académica, en donde cada quien
sustenta sus juicios en sus opiniones, no en lo que sabe, y por ello, finalmente,
el rigor en la academia se desvanece, porque, después de todo, el problema del conocimiento
no es lo que alguien sabe como su opinión. En estricto lenguaje académico las opiniones
no cuentan, cuentan son los hechos, los análisis, la severidad en la lógica y
en la teoría, como en la metodología que
emplee y finalmente el juicio avalado por sus vínculos con la vanguardia
del conocimiento. En ciencias sociales y humanidades nos manejamos fuera del cálculo de los números, pero disponemos del aparato de
referencias que avala nuestros juicios. No basta, por supuesto, la cita del
tal cual dijo que, sino como se hilvanan
las referencias para, precisamente, construir un discurso que es académico
porque surge del respeto absoluto por su carácter. Pero lo que mantengo es que el problema no es ‘cortar
y pegar’, sino ‘pegar y pegar’, porque cada juicio académico ‘se pega’ del conocimiento
heredado, para mantener a necesaria continuidad en la búsqueda del saber, que es apoyarse en los
otros, para dejarles a los que vengan,
ese tesoro que es el saber y el conocimiento,
en donde no cabe, en modo alguno, la opinionitis, la charlatanería y la anarquía
propias toda estas cualidades del discurso banal e intrascendente. Por ello lo coloquial
es la sobre mesa, la conversa de café, pero de ello no queda sino el momento
amable, quizás simpático y hasta gracioso, pero, a a larga y a la corta,
pensamiento banal.
Quizás
podamos concluir que lo académico no tiene porque cargar con el discurso coloquial,
pues este se resuelve, dialécticamente, en su propia intrascendencia. Por lo
demás no hay motivo de alarma, lo coloquial es a la vida académica lo que la
maleza a los cultivos, esa ‘espesura
de plantas que daña las tierras de cultivo’.[3]
Esto es, lo coloquial forma parte del ecosistema profesional, intelectual y
académico de una sociedad, benévolo o peligroso, según pueda ser absorbido por
la sociedad misma, peligrosa cuando el discurso coloquial sustituye al discurso
académico –un grado aun más dañino ocurre cuando la mentira política invade el terreno
de lo creíble, y fue el caso de la Gran Venezuela de Carlos Andrés Pérez o lo
de Venezuela Potencia de Hugo Chávez Frías. Vale decir, cuando la maleza ocupa
los territorios propios de la academia, que es definida como la sede del pensamiento
sistemático, recuperado según procedimientos evaluados y avalados técnicamente
y que propone y prepara que cada sociedad pueda insertarse, con relativa comodidad,
al flujo internacional del saber. Ese es, en definitiva, el pro domo sua del problema.
Finalmente, tengo
respeto por toda expresión de las ideas,
incluyendo lo coloquial pero no tengo estima alguna por el
simple parlotear –‘Hablar de cosas insustanciales o intrascendentes’ que es el
lugar al cual se remiten muchos que navegan por las redes sociales amparados en
la tontería y necedad del puro parlotear, que desdice de la integridad de la
dignidad profesional, intelectual y académica. Más aun, creo, como el mexicano Carlos
Monsivais, fallecido en el 2010, que “…el
deber del periodista y del intelectual es denunciar, prevenir, alertar, apoyar.
Hacerse presente en la vida del país de modo cotidiano, haciendo uso de un
derecho y un deber naturales, no por exhibicionismo sino inscribiéndose en la
tradición nacional que le confiere al escritor el papel de hablar o polemizar
al mismo tiempo con el poder y la opinión pública, con el gobierno y el
proyecto o los inicios de la sociedad civil”.[4]
No deseo terminar este breve ensayo sin acotar, muy a título
personal, que como profesional, intelectual y académico
he seguido los preceptos de mis maestros, físicos y virtuales, que no viene al
caso citar a ninguno en este momento, pues quienes me formaron en las aulas
venezolanas, han sido reconocidos en mis escritos, y en todo caso suelo citar
la influencia del grecologo Gilbert Highet y de quien de la mano me llevó a
procurar el entendimiento de las cosas que estudio y analizo, el suizo alemán
Walter Rüegg, antiguo rector de la Universidad de Frankfurt, ya fallecido. Un
elemento común extraje de todos aquellos que me enseñaron: que la vida del
mundo de las ideas obliga a que seamos serios, respetuosos, obedientes del predicamento
de Hesíodo, de los trabajos de cada día, y ante el volumen aterrador del conocimiento,
en cada área del conocimiento, no queda
de otra -justamente como dicen en México- que abordar ese mundo de las
ideas con pasión, con firmeza, con dedicación, pero nunca con un espíritu burlón,
banal, coloquial o de parloteo, un fácil camino que conduce solamente a la vulgarización
del saber, caso en el cual en vez de conocimientos proponemos ignorancia, que
no es otra cosa que el mundo sin ideas.
La obligación, entonces,
como los que somos habitantes del mundo de las ideas tenemos una enorme
responsabilidad, en relación con el conocimiento. Este crece, exponencialmente,
y cada tres a cinco años el mismo se duplica y ello nos obliga a correr, a
navegar con ímpetu para no permitir que el conocimiento no abandone y nos haga
inertes.[5] Por otra parte, vivimos
los venezolanos un momento estelar de nuestra historia y el país, la nación,
espera que los profesionales, intelectuales y académicos asumamos la enorme y
crucial responsabilidad de estudiar lo que está ocurriendo, el porqué esto
acontece y qué y cómo podemos contribuir para que, en el futuro, estas cosas no
ocurran nuevamente, organizando diques de contención a las ambiciones y
extravíos del poder. Pero una cosa es absolutamente clara: hablando, charlando,
parloteando, sólo contribuimos con el atraso y la decadencia que nos proponen
como horizonte y seremos tan culpables por cómplices de aquellos que sólo quieren
castrarnos, de las ideas que constituyen nuestro arsenal, el poderos arsenal
silencioso de las ideas, que no conoce ni muros ni prohibiciones ni edictos de
la imbecilidad, ni nos obliga a nada excepto a estudiar, a profundizar y asumir
la responsabilidad histórica de los hombres de ideas, en todo tiempo y lugar.
En cuanto a mí ensayo concluyo que, efectivamente, lo coloquial no puede ser un
vector académico, y quien quiera dedicarse a la academia tiene que evitar las
aguas procelosas de lo coloquial y aceptar y operar según las normas, patrones
y procedimientos de lo que desde la creación del pensamiento, en el mundo de
los egipcios del periodo tardío, son el núcleo del pensar profundo.
Precisamente, un insigne obrero de lo académico –que
leí y estudie bien temprano en mi carrera- escribió alguna vez que “En la
ciencia no hay calzadas reales, y quien aspire a remontar sus luminosas
cumbres, tiene que estar dispuesto a escalar la montaña por senderos
escabrosos”, pensador que al elaborar su teoría económica acuño la frase que
denuncia a los ociosos: “El trabajo es la medida del valor”. Por ello, en el
mismo orden de ideas, lamento informar a
los amigos de lo coloquial y que menosprecian a la academia, que el franco cubano Paul Lafargue
no tenía razón alguna cuando argüía sobre El derecho a la pereza. Eso
define a la vida profesional, intelectual y académica, trabajo sin fin, más a
medida que se más se vive, porque, como ya señalábamos, el conocimiento es un
ente activo con vida propia que crece de manera tal que es el demiurgo de
nuestro tiempo y que si no le obedecemos nos devorará, inevitablemente. Sobre
todo si, de manera estúpida, cultivamos la ignorancia en vez del conocimiento.
No se conoce ninguna sociedad que haya crecido y se haya desarrollado
patrocinando la ignorancia como ‘paradigma’, porque las manos de los ignorantes
no saben distinguir entre la realidad y la fantasía y suelen cometer errores
capaces de desmontar el talento el conocimiento y el elemental sentido de la realidad,
para infortunio de sus naciones. El último de los faraones
egipcios es el testimonio de tal deriva: Cesarión.
Por ello hago la pregunta impertinente: ¿Será acaso que el ciclo de de la
grandeza de Bolívar se difume en el propio bolivarianismo y con ello el fin del
mito? La respuesta la tienen los académicos, si la consideran pertinente, que
no los charlatanes de la vitrina de lo
coloquial en la cual hemos convertido a
la nación.
Apendice
El papel de
la mentira en la vida política venezolana
Washington Post: Van 45 días y Trump ha hecho 194 aseveraciones
falsas o engañosas
5 Marzo, 2017
Washington, 5 mar (EFE) / Beatriz
Pascual Macías.- Las mentiras o acusaciones infundadas del presidente de EEUU,
Donald Trump, se han convertido en un espectáculo del que es imposible desviar
la mirada y que ha conseguido acaparar la atención del público, más pendiente
de las teorías conspiratorias del mandatario que de sus propios problemas.
En sus primeros 45 días desde que
llegó a la Casa Blanca el 20 de enero, Trump ha hecho “194 aseveraciones falsas
o engañosas”, según el cómputo del diario “The Washington Post”.
La última se produjo este sábado
contra su antecesor, el demócrata Barack Obama, a quien el multimillonario
republicano acusó, sin ninguna prueba, de haber pinchado su teléfono durante la
campaña electoral del pasado año.
Día a día, el magnate da un nuevo
giro al drama de su Presidencia y busca un nuevo blanco contra el que descargar
su munición a través de la red social Twitter, ya sea Obama o el fornido Arnold
Schwarzenegger, a quien atacó también este sábado por sus bajos niveles de
audiencia en “The Apprentice”, el programa de televisión que convirtió al
multimillonario en una estrella televisiva.
Expertos consultados por Efe
coinciden en que Trump sigue inmerso en su propia batalla, ya no electoral,
sino por la opinión pública, y hará todo lo posible para imponer su perspectiva
del mundo, sin importar si esa visión es falsa o roza la extravagancia.
“Trump busca ganar y no piensa dejar
que los hechos se interpongan en su camino. Si los hechos están de su lado, los
usará. Si no, se los inventará”, dijo a Efe Mark Carl Rom, el vicedecano de
asuntos académicos de la escuela McCourt de Política de la Universidad de
Georgetown.
Todos los políticos intentan colocar
la verdad a su favor, pero “nunca antes” hubo en EEUU un presidente que dijera
mentiras tan evidentes bien en Twitter o ante la prensa, según dijo a Efe
Michael Kazin, profesor de Historia en la Universidad de Georgetown.
“No sorprende que los políticos
traten de poner la verdad de su lado, siempre lo hacen. Pero los líderes
políticos suelen ser muy sofisticados con eso. Lo que sorprende de Donald Trump
es que dice cosas que pueden ser probadas fácilmente como falsas”, subrayó
Kazin.
Por ejemplo, Trump dijo que millones
de indocumentados votaron en las elecciones de noviembre, en las que él ganó
gracias al sistema del Colegio Electoral pero perdió en voto popular ante la
demócrata Hillary Clinton, quien sacó casi tres millones de sufragios más.
Sin embargo, las autoridades locales
de su propio partido encargadas de supervisar los comicios han negado ese
extremo.
¿De dónde saca el nuevo presidente
esas ideas? Los expertos coinciden en que Trump tiene influencias de la extrema
derecha, racista y misógina de EEUU, a la que dan voz medios conservadores como
Breitbart, una web que estuvo dirigida por el actual estratega jefe de la Casa
Blanca, Steve Bannon.
De hecho, Trump ganó popularidad en
la política nacional como uno de los abanderados del llamado movimiento
“birther”, formado por aquellos que creen que Obama no nació en Hawai, sino en
Kenia, por lo que no sería estadounidense por nacimiento y debería haber sido
inhabilitado para dirigir el país.
Los observadores creen que Trump pudo
recurrir a una noticia de Breitbart para extraer la idea de que Obama había
pinchado sus teléfonos con el objetivo de perpetrar un “golpe silencioso” para
impedir que el magnate se hiciera con la Casa Blanca.
Ese portal se hizo eco este viernes
de las alegaciones del locutor de radio conservador Mark Levin, quien alegó que
Obama usó tácticas de “policía estatal” para socavar a Trump en los últimos
meses de su campaña presidencial.
Según el profesor de Política del
Colby College de Maine, Anthony Corrado, difundir mentiras sirve a Trump para
distraer al público y evitar, por ejemplo, que el debate gire en torno a las
reuniones que mantuvo su fiscal general, Jeff Sessions, con el embajador ruso
en Washington, un sonado escándalo desvelado esta semana.
“Crea mucho ruido, capta la atención
de la prensa y sirve de distracción. Les permite seguir trabajando para tratar
de averiguar qué es lo que quieren hacer, ya que todavía están tratando de
marcar una dirección política”, opinó Corrado.
Según este experto, los líderes
republicanos del Legislativo, Paul Ryan y Mitch McConnell, son los que están a
cargo de definir las políticas del partido y están “dispuestos” a aceptar las
mentiras de Trump porque distraen la atención y les da tiempo para, por
ejemplo, elaborar la ley que sustituirá a la reforma sanitaria de Obama, conocida
como “Obamacare”.
El peligro es, sin embargo, que las
teorías conspiratorias de Trump podrían acabar por parecer verdades debido a la
repetición incansable de falsedades, un principio resumido por el ministro nazi
de Propaganda, Joseph Goebbels, con la máxima: “Si una mentira se repite lo
suficiente, acaba por convertirse en verdad”.
“Si tienes al Presidente y a la Casa
Blanca diciendo una y otra vez que hubo fraude en las elecciones y que los
inmigrantes tienden a cometer más crímenes, eso da cierta legitimidad a las
ideas entre ciertos sectores de la población porque vienen de instituciones con
prestigio. Eso no lo habíamos visto antes”, dice Corrado.
Finalmente, lo peor que puede ocurrir
es que el Gobierno de Trump acabe creando políticas que estén basadas en una
interpretación falsa de la realidad, algo que tendría consecuencias desastrosas
para el mundo, según el profesor del Colby College.
De momento, Trump ha conseguido crear
un espectáculo irresistible y absorbente de mentiras (o medias verdades) que
domina los titulares periodísticos, distrae a la ciudadanía y hace que cada
conversación gire en torno al mandatario y su último disparate. EFE
Notas:
[1] Véase “El Estado del disimulo. La entrevista a Cabrujas”. La misma fue realizada por el equipo editor de la
Revista Estado y Reforma, integrado
por Víctor Suárez, Trino Márquez, Luis García Mora y Ramón Hernández. La
revista era una publicación trimestral de la Comisión Presidencial para la
Reforma del Estado (COPRE), de cuya Comisión cual era miembro quien escribe.
[2] El Parque Beethoven es un parque
con un área de 7.000 metros cuadrados, ubicado en la Urbanización San Ana Norte
de la ciudad de Mérida, estado Mérida, Venezuela. Debe su nombre a su principal
atractivo: un reloj musical, del cual cada hora salen unos "enanitos"
mecánicos que hacen sonar unas campanas interpretando melodías de Beethoven.
Para evitar obvias confusiones debe aclararse que el compositor alemán nunca
residió en Mérida y que la manía del joven Gustavo Dudamel por su música es
generosamente financiada por el gobierno venezolano, capaz como es de financiar
el neocolonialismo que le ha impuesto la burguesía criolla para que se pueda
escuchar música de compositores prusianos y alemanes y otras aventuras como la
del recordado corredor de autos de la Formula Uno, el Sr. Pastor Maldonado o
las más cercana a los universitarios, el ver como el gobierno bolivariano
castiga al sector privado de las universidades, entre otros, pero los financia
en el exterior, con la misma irrelevante generosidad.
[3] Me refiero al concepto de maleza para no
emplear el de basura intelectual, los detritus –‘Resultado de la descomposición
de una masa sólida en partículas’- que contaminan el citado ecosistema,
impidiéndole ejercer el papel de al menos pensamiento crítico. La prensa
mexicana es un buen ejemplo de cómo es posible abordar en forma crítica la vida
cotidiana de los líderes políticos, en forma tal que se omite a la maleza y
otros elementos dañinos a la propia utilidad de quienes nos movemos en el mundo
de las ideas; digo mundo, no mundillo, por supuesto. Una exacta interpretación
semántica de este último concepto es el llamado ‘mundillo de la política’,
precisamente, que consiste en comentarios banales, exageraciones, mentiras y
distorsiones y hasta calumnias. Esto es, la cultura oral de sociedades como la
venezolana llevada a terreno de la opinionitis. Las redes sociales han
permitido re-descubrir la inmensa capacidad de los venezolanos para proceder al
subterfugio de hacer creer que lo coloquial es el perfecto sustituto de lo académico.
[4] Citado
por Xavier Rodríguez Ledesma (2001: 190) Escritores
y poder: la dualidad
republicana en México, 1968-1994
[5] Los enfoques de las ciencias cambian
vertiginosamente, en la medida en que los problemas son otros, todo el tiempo.
Por ejemplo, la sociología, que es mi oficio, cambia radicalmente su
bagaje conceptual cada cuatro a cinco años.
Hay problemas que se dejan atrás, porque ya su esencia ha sido calada, y se
asumen otros, novedosos. Nadie estudia hoy en día las causas de la pobreza y
como operarla por ejemplo, ya bien analizada, y lo que se estudia es la
operacionalización de las propuestas que disminuyan la misma porque se sabe que
nunca puede eliminarse –si bien puede medirse, ciertamente. Por otra parte en
este mismo año se organizan grupos de investigación en los países en donde
existe robots ya como parte de la vida cotidiana y se estudia el impacto de los
robots en los humanos y las relaciones sociales entre unos y otros, como el
estudiar el impacto de una escolaridad sin maestros, pues ese viejo rol del
partero del conocimiento queda sustituido por nuevas prácticas pedagógicas,
mucho más eficientes, de menor costo. Frente a estos nuevos problemas surgen
nuevas teorías y las antiguas sirven sólo es de referencia. Los teóricos del
siglo XIX, valga decirlo, no son sólo antiguos, sino cada vez más alejados de
nuestros problemas, no obstante que continúen como referencias esenciales del
tránsito intelectual del hombre y de la humanidad. Mi arrogancia como académico
competitivo en el prime mundo se desvanece, por cierto, ante el hecho objetivo
de que solamente en la literatura sajona se producen, cada año, unos 8 a 14
libros esenciales –que no puedo comprar ni hay biblioteca en el país que lo
haga por mí- para poder permanecer al día en el análisis de las universidades,
pues de lo contrario retrocedo al segundo, luego al tercer mundo y al paso en
retroceso que voy en dos o tres años mis
conocimientos y referencias serán completamente obsoletos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario