Hay mascotas a las cuales eliges, otras te consiguen a ti.
Existen vínculos con los animales que los convierten en grandes maestros y se vuelven presencias tan importantes como un súper vínculo familiar, en ocasiones aún más cercanos. Yo veo a Ágata y pienso en las vueltas de hojas que tiene cada ser en su historia.
De la primera edad de esta perrita no tengo mucha idea. Se que su dueño era un muchacho, aún hoy en día la voz masculina hace que ella preste mucha atención.
Se nota que la acariciaba con los pies porque tiene la costumbre de subirte las paticas delanteras si te ve una pierna cruzada sobre la otra. Se emociona y se pone para que le toquen la panza con los pies. Sabemos que el dueño la dejó con la mamá, quien pretendía matarla de hambre manteniéndola sin comer, encerrada en un apartamento. Afortunadamente para Ágata la señora fue hablando por ahí sin mucho pudor sobre su plan. El nivel de desnutrición al cual llegó, hizo que perdiera todo el pelaje del lomo, pero fue rescatada con el concierto de vecinos y el conserje, quienes informaron del caso a una Sociedad Protectora de animales (SPA) local, para sacarla del apartamento en un descuido de la señora. Ágata empezó su recuperación hace ya más de tres años.
La perrita llegó a nuestras vidas porque una prima, colaboraba con la SPA que la rescató, gracias a ella llegó Ágata a nuestra casa, con la intención de pasar una noche de tránsito, mientras la ubicaban en otro apartamento. Llegó una noche de luz de luna intensa. La perrita estaba tan inquieta, que mamá se desveló mirándola dar vueltas incesantes en el jardín, conmovida por la sensación de angustia y abandono que observó en ella. Mamá, en su infinita compasión, le dijo a la prima que la dejaran aquí.
Extrañamente ese año murieron los tres perros de la casa. Manú, nuestro perro escapista, rescatado de la calle también, fue mordido por algún animal o insecto que degeneró en una pata necrosada en los tiempos de las Guarimbas en Venezuela en el 2017. Yo estaba de visita en Sarasota, cuando mi mamá me contó que el perrito estaba tan malito que únicamente le recibía suero de sus manos, fue muy triste, la revuelta social del momento exigió dormirlo. La situación política hizo que mi hermano dilatara la vacunación de Negrito, un cachorrito que él mismo buscó con la idea de hacer nueva manada con Bruce, el Pitbull con Mastín Inglés, elegido por mamá con derecho preferencial desde la camada, quien resultó ser un excelente guardián. La noche que llegó Ágata, ambos perros ya compartían la camita en la entrada de la casa, poco después cuando al cachorro finalmente le pusieron la vacuna, ésta actúo sobre la parvovirosis ya contraída y el Negrito murió.
Ágata y Bruce convivieron unos cuatro meses, como todo macho y hembra alfa tuvieron su disputa, ella lo atacó furibunda y casi le saca un ojo, él solo la zarandeó para someterla. Desde entonces mamá insiste en lo mucho que ha aprendido sobre la diferencia entre machos y hembras y sobre las lecciones de la personalidad de los animales. En diciembre, mientras mamá hacía hallacas les llevó un pellejo para consentirlos, el rechazo de Bruce que era un glotón, le anunció que se estaba muriendo. Cuando mi madre regresó a ver cómo seguía, lo encontró muerto.
Desde entonces bendigo el gesto de compasión de ella. Llegar a la casa sin ningún perro habría sido muy triste. Cuando regreséme sorprendió y me consoló que Ágata se parezca tanto a Manú. Es una lobita negra con un lunar blanco en el pecho, son casi idénticos, excepto en que ella tiene una patica blanca y es más pequeña, eso me cautivó. Yo estaba sorteando un largo proceso de separación, así que mis ánimos estaban bajo tierra, sólo saber su historia y verla recuperada casi por completo me dio alientos. Aunque ya tenía todo el pelo recuperado, seguía en su proceso, sufría de una alergia por desnutrición, verla en las mañanas en el patio enorme, con tanto espacio, me hace la vida más ligera, me hace pensar en que después de atravesar el abandono, la soledad y la muerte pueden llegar la alegría y la plenitud.
Ágata es un caso de rehabilitación afortunado, después de tan malos tratos. Obviamente, la perrita llegó con traumas como enfurecerse cuando se topaba con una escoba. Mordió a mamá cuando debajo de la mesa cayó un pedazo de comida, se atrinchera debajo del escritorio de mi cuarto y era imposible sacarla a voluntad de ahí. No fue fácil, esa conducta habría hecho que otras personas desistieran de la adopción, afortunadamente para Ágata somos personas con experiencia teniendo perros y aunque fue un desafío, nunca pensamos en devolverla, entendimos que no podíamos esperar de ella una conducta normal, de un perro criado en casa desde cachorro, así que aprendimos a desactivar sus defensas.
Poco a poco Ágata entendió, que la escoba no es una amenaza. Mamá la alimenta y la acaricia, así que ya no lucha por comida, sabemos que para sacarla de algún escondrijo es mejor activar su curiosidad que, contrariamente, luchar por el territorio. Entendimos que, la capacidad de cambio está en nosotras. La vida parece llanamente suerte, Ágata pasó de amenazada de muerte, a gozar de una vida bucólica en una casa de campo, única guardiana de un enorme jardín, corretea gallinas, pasea entre siembras y vacas. Su historia dio un giro de ciento ochenta grados en la Rueda de la Fortuna, me da pistas de la plasticidad de mi propia historia.
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