Humberto Ruiz
Foto: H. Ruiz |
El español Salvador Dalí (1904-1989) fue uno de los más grandes artistas plásticos del siglo XX. También fue la excentricidad personificada. Quienes han escrito sobre él indican que, haberle dado el mismo nombre de un hermano mayor que murió de niño, le afectó en una especie de disociación de su personalidad. Puede o no ser verdad ello, pero lo indiscutible fue su genio, manifestado desde muy temprana edad. Fue proverbial su capacidad para innovar el arte y dar respuestas geniales. Cuando el poéta André Bretón lo expulsó del grupo de los surrealistas, dijo algo así como: “no me pueden expulsar porque yo soy el surrealismo”.
Dalí fue un hombre que, pese a su cosmopolitismo, tuvo en Port Lligat, un pequeño poblado de pescadores, al norte de Figueres en Cataluña, la casa en donde vivió de manera continua más tiempo hasta la muerte de Gala, su compañera. Actualmente, la casa de Dalí se puede visitar y a quien le resulte de interés el pintor, su obra y su personalidad, debería conocerla.
De Cadaqués a Figueres hay unos treinta kilómetros por una estrecha pero muy bien pavimentada carretera. Y de allí a Port Lligat, unos diez minutos. Un buen trayecto la carretera va bordeando la costa mediterránea. La luz que se observa aún durante el invierno muestra unas condiciones de luminosidad especiales en el paisaje. El mediterráneo es allí, como lo canta Serrat, oscuro y profundo.
La comarca es azotada por el viento del norte, que dicen afecta a sus habitantes. Por ello no sorprende que un taxista del lugar confesara su angustia existencial cuando le tocaba ser el primero para tomar clientes de la compañía en la mañana.
La casa de Dalí en Port Lligat se visita en grupos no mayores de ocho personas y su recorrido dura unos cincuenta minutos. Un enorme oso disecado flanquea la entrada del recibo. De allí en adelante los objetos y las figuras se suceden abigarradamente sin cesar. Muñecas, libros, espejos, candelabros, la cabeza de un león y pare usted de contar. En el área de la piscina unas figuras se enroscan en unos maderos semejando culebras y varios muñequitos Michelin, parecen asolearse antes de meterse al agua.
En la alcoba principal, Dalí colocó un espejo y así el primer rayo de luz que aparecía en la bahía, llegaba a su cara, cada amanecer. El techo de la casa está decorado con enormes figuras de cabezas absolutamente blancas y con los infaltables huevos que tanto usó también en el museo Gala en Cadaqués.
Ya en Figueres se ve, en una rotonda, una replica de la estatua de la libertad de Nueva York, mucho más pequeña a la original, con una diferencia: La dama tiene ambos brazos levantados y en cada mano una antorcha. De verdad que la excentricidad son parte de la atmósfera de la zona. A quienes pasen por esos lados les aseguro: !el espíritu de Dalí ronda por allí!
Publicado previamente en el Diario de Los Andes, Mérida, martes 7 de septiembre de 2010, p. 7.
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