Por Gregory Zambrano (*)
La legendaria editorial nipona Gendaikikakushitsu ha
incluido a Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, en su colección “Los clásicos”.
Hace apenas unos días comenzó a circular en el circuito de librerías japonesas.
Después de varios años de espera, este logro ha sido
posible gracias a las gestiones de Masakuni Ota y Ryukichi Terao, quien además
de ser el traductor, ha logrado afianzar los apoyos del gobierno de España a
través del Instituto Cervantes y del Ministerio de Educación, Cultura y
Deporte.
Recuerdo cuando, hace ya dos décadas, en 1997, en uno de
los viajes de mochileros, que compartimos con Ryukichi de sur a norte de la
geografía mexicana, entre Veracruz y Mazatlán, hablábamos de literatura
venezolana y Gallegos fue siempre un referente. Lejos estaba entonces esa
posibilidad de que algún día pudiera leerse al gran clásico venezolano en la
lengua de Akutagawa, Tanizaki, Oe, Abe y Dazai. La tarea estaba pendiente. Hace
poco más de un año, luego de múltiples gestiones, logramos ponernos en contacto
con los herederos de nuestro autor, especialmente con doña Sonia Gallegos, su
hija, quien amablemente facilitó el camino para concretar la edición.
En esta oportunidad acompañé literariamente a Terao en el
recorrido por las sabanas venezolanas, llenas de misterios, reciedumbre y
esperanza. Fueron gratas sesiones para conversar y aclarar elementos
contextuales, para encontrar el sentido justo de una expresión, un giro llanero
o un neologismo. Poco a poco algunas obras de la literatura venezolana se
conocen en traducciones. Esta colección de la editorial Gendaikikakushitsu
reúne a los Clásicos en una serie que ofrece obras inmortalizadas en distintas
lenguas, que han sido traducidas al japonés por vez primera.
Distantes en el tiempo, De la conquista a la
independencia, de Mariano Picón Salas; Lope de Aguirre, príncipe de la
libertad, de Miguel Otero Silva y Doña Bárbara, se reúnen en lengua japonesa.
Hasta ahora son las únicas obras de autores venezolanos, específicamente
literarias, que se han traducido a este idioma. Esperemos que pronto puedan
venir nuevos títulos.
La literatura venezolana, como no es secreto, es poco
conocida fuera del ámbito nacional, entre otras razones, por la carencia de
traducciones. Aunque en estos últimos años ha habido un reconocimiento -o mejor
diríamos, un descubrimiento-, que ha sido muy positivo, algunos autores han
comenzado a circular en distintos países, y sus obras a ser conocidas en
traducciones, lo cual es una excelente apertura. En Japón es casi inexistente
la literatura venezolana. Por esta razón, en los cursos y seminarios que
imparto en universidades japonesas me he empeñado en divulgar autores
venezolanos. Y un viejo anhelo era que pudiera ser difundida en japonés una
novela fundamental como Doña Bárbara.
Para esta ocasión elaboré un breve estudio introductorio
y una cronología. El trabajo también consistió en acompañar el proceso de
traducción y apoyar a Terao, quien ha vivido -además de otros países- en
Venezuela y conoce bastante bien los giros de nuestro sociolecto. Sin embargo,
fue necesario desentrañar el sentido de algunos venezolanismos que aparecen en
la novela.
Como se sabe, en el caso del japonés es muy difícil, si
no imposible, hacer lo que se llama traducción literal, porque el sentido del
kanji (ideograma) es el de contener una idea, entonces el traductor debe buscar
el significado más preciso que vierta no solamente la palabra sino la idea al
japonés. De esta manera, el traductor debe hacer ciertas recreaciones o algunas
elipsis que le permitan al lector comprender la idea lo más cercana posible a
lo que el autor quiso decir. Y, además, tratar de conservar el ritmo poético
que contiene obras literarias como la que nos ocupa. En este sentido, traducir también
significa interpretar. Esto siempre es un reto para el traductor porque,
además, una de las características de una buena traducción literaria es que
prescinde de anotaciones al pie o de explicaciones marginales. Todo debe ser
resuelto dentro del texto. Y eso lo ha hecho Terao a lo largo de su ya
abundante labor, de traducir obras que a simple vista serían prácticamente
intraducibles como, por ejemplo, Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera
Infante, que fue vertida al japonés recientemente.
En el caso Doña Bárbara, no solamente es necesaria la
transliteración de nombres extranjeros, en este caso los nombres propios o
apodos, que deben traducirse en katakana (otro de los silabarios japoneses),
sino también los apelativos que concentran en la palabra las características
del personaje, por ejemplo, la “devoradora de hombres”, o el “brujeador”, cuya
traducción debe dar la idea del papel que el personaje representa en la novela.
De igual manera, el sentido que tendría en japonés algún refrán venezolano, el
nombre de animales o ciertos árboles locales que no tienen equivalente en
japonés, como el merecure.
En varias ocasiones en que he impartido conferencias
sobre literatura venezolana, a algunos asistentes les resulta familiar el
nombre de Rómulo Gallegos, y preguntan por esta novela, por Cantaclaro o Pobre
negro, entre otras, y también me he encontrado la sorpresa de conocer a
japoneses que han visitado Venezuela, o han estado en los llanos y mostraron su
interés por las particularidades del habla llanera venezolana o sus maneras de
ser, y se preguntan cómo sería su representación equivalente en japonés.
Aquel bongo que remontaba el Arauca bordeando las barrancas de la margen
derecha, ahora se interna en el archipiélago nipón en busca de nuevos lectores.
Aquí vamos.
Gregory Zambrano, noviembre 27, 2017.
En las fotos: Mariano Picón Salas, Miguel
Otero Silva y Rómulo Gallegos. Tres autores venezolanos traducidos al japonés y
sus obras respectivas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario