Sierra Nevada de Mérida |
Con especial cariño para Hanna,
la más joven de la saga
de Alonso Ruiz Valero.
Dedicado también
a Santiago
quien inspiró
el relato.
Miró con nostalgia y picardía la Sierra Nevada, desde la terraza de su casa. Ese día estaba particularmente luminoso. El ambiente y las montañas de un azul verdoso brillaban y reflejaban el gris plateado de las hojas de los yagrumos. La noche anterior un aguacero muy fuerte había limpiado el cielo de toda la calina y el polvo que subía desde la tierra llana y los rayos del sol reverberaban en la montaña frente a la ciudad. Miró en la distancia la montaña y volvió a contarme el relato que tantas veces me había repetido.
“¿Sabes cuándo y cómo llegó el primer Ruiz a estas tierras?”
Ya el abuelo no está. Pero, recuerdo nítidamente la primera vez que le escuché el relato familiar. Debía tener él, unos sesenta años, y yo estudiaba el tercer año de bachillerato. La maestra de historia nos había puesto la tarea hacer el árbol genealógico de nuestras familias. Supongo ahora que la maestra no esperaba más que el nombre de nuestros abuelos y padres. ¿Qué habían hecho los mayores, de dónde procedía? Quizás la lista de los hermanos… y nada más.
La tarea escolar la habría podido escribir con un poco de ayuda de mi padre. Pero, sabiendo el interés cada vez mayor del abuelo, por sus antepasados que también eran los míos, le propuse que me ayudara en la tarea.
Al día siguiente me citó en su biblioteca. Era un amplio cuarto de ladrillos, con un gran ventanal que dejaba ver el cañón del río Chama y la hermosa Sierra Nevada.
¿Estas dispuesto a estudiar para hacer la tarea y sacar la mejor calificación de tu cursó?. Me preguntó con su mirada fija y penetrante en mis ojos.
Sí, dale -le contesté, aunque creo que no muy convencido-.
Se fue hasta uno de los estantes –y mostrando una sonrisa, que luego entendí- sacó cuatro gruesos volúmenes de la Academia Nacional de la Historia, sobre los primeros pobladores de Mérida.
Miré aquella cantidad de papel y supuse que me iba a poner a leer cada uno de esos libros.
Dios mío. En donde me habré metido –pensé estoicamente-.
El viejo, se rió ladinamente al ver mi perplejidad.
No te asustes, que no tienes que leerlo todo.
Buscó lentamente en el índice general de los cuatro libracos y dijo: Aquí está…
Ciertamente los dos primeros volúmenes al parecer no tenían nada que ver con nuestros ancestros. En el tercero… fue mirando y se paró en la página noventa y nueve. ¿Cómo voy a olvidarla? Era la página anterior a la cien. Me había salvado de tener que leer los dos primeros tomos y casi las cien primeras páginas del tercero. Y para mi tranquilidad, después supe que tampoco tenía que leer el último de los tomos. La tarea no era tan abrumadora como lo supuse al inicio.
Alonso Ruiz Valero, éste fue el primero –dijo el abuelo-.
Los siguientes tres días, luego de salir del colegio, el abuelo me buscaba en mi casa y me llevaba a la suya. Y esas pocas páginas que resumían la vida del primero de nuestro lejano pariente eran leídas por mi y por mi abuelo. Y explicadas con lujo de detalles. Y luego de entender cada circunstancia de Alonso y su descendientes, me hacía escribir en su computadora, la larga historia de éste hombre y de todos los familiares que existieron después que él llegó a Mérida.
Pienso ahora en Alonso. Cuando el abuelo me habló de él me lo imaginaba vestido como Don Quijote, aunque no tan flaco y desvalido. Pero sí con caballo y armadura. Y es que el caballo era el instrumento tecnológico mas eficiente en esos tiempos, daba supremacía cultural a los europeos en estas tierras Americanas.
El largo periplo de mis ancestros partía desde un tal Juan Ruiz y una tal María Pérez, en el lejano reino de Murcia, allá a mediados del siglo XVI. Esos personajes fueron los padres de Alonso.
Al tercer día, casi como la resurrección de Jesucristo, tenía cuatro páginas escritas desde Alonso hasta mi prima Fabiana quien junto conmigo éramos los últimos de la saga para ese momento. Luego vendrían otros más… pero en eso no voy a detenerme, por ahora.
En ese primer acercamiento con mis ancestros familiares, recuerdo que la maestra no creyó que había hecho la tarea y me preguntó quien me la había escrito. Además, sólo me dio una calificación de 18 en la escala de 1 a 20 puntos que se utilizaba en esa época. Yo estaba más que satisfecho.
Mi abuelo, estaba orgulloso de la lectura y mi escritura, que él corrigió con esmero. Quizás por eso la maestra estaba convencida que otro lo había escrito y quién sabe de dónde me lo había copiado.
Cuando se enteró de la calificación el abuelo se enfureció y estuvo a punto de ir a reclamarle a la maestra. Al final dijo: Esa pobre maestra, no ha entendido nada.
Yo tampoco había entendido mucho.
Sí me quedó claro que Alonso Ruiz Valero había llegado a Mérida, creo que en 1580, se había casado con una señora muy mayor, quien había enviudado anteriormente ya dos veces y como ella tenía 62 años y él tan solo 27 no habían tenido hijos. Que durante 20 años habían estado casados y que cuando ella murió Alonso rápidamente se había vuelto a casar. De ese otro matrimonio veníamos nosotros.
Luego la larga cadena genealógica desde ese distante tiempo hasta mi hermano y mi prima, la cabeza no daba para recordar mucho. Eran parrafadas de nombres y apellidos que se sucedían siempre con el Ruiz de primero o en segundo lugar. Eran más de cuatro siglos de matrimonios e hijos que en resumida síntesis me había dictado mi abuelo, sin perder un eslabón, ni darme largas explicaciones.
Yo le aseguraba que comprendía y recordaba cada uno de los eslabones. Pero, eran tantos que sería imposible mantenerlos en mi memoria. Sólo un viejo jubilado, sin nada más qué hacer, recordaba algunos de esos eslabones y agregaba una que otra anécdota de cada personaje.
Me imagino el asombro de la maestra quien no logró entender lo que había pasado. Tampoco yo se lo conté, por supuesto.
Ahora recuerdo a mi abuelo, con el azul de sus ojos descoloridos por los años y encandilados por la brillantez del sol y el cielo azul intenso del mes de diciembre. Vuelvo a escucharle el cuento de Alonso, el primero. Así como ahora se lo cuento a mis nietos y ellos seguro que se lo repetirán a los suyos. Para eso escribo esta historia, sobre Alonso, el que vino del lejano reino de Murcia. El primero de los Ruiz, de los nuestros, que llegó a estas tierras merideñas.
¡Hermosa historia!
ResponderEliminarMe encanta que te hubiera gustado. Gracias por el comentario.
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