domingo, 15 de enero de 2017

Breves notas sobre la ética académica

Clase al Aire Libre (*)
Por Orlando Albornoz
Universidad Central de Venezuela 


Apreciados colegas, sobre una pequeña y entretenida polémica que se aprecia en Noticias Universitarias cometo el abuso de participar, a pesar de que nadie me ha invitado ni me siento aludido:


Palabras son todas, pero según el inolvidable Ángel Rosenblat unas son buenas y otras son lo contrario, malas. Así proponía el filólogo eminente, argentino de origen venezolano por adopción, Ángel Rosenblat [Buenas y malas palabras en el castellano de Venezuela. Caracas-Madrid, Ediciones Edime, 1956. 488 páginas]. Chomsky, como se sabe, por su parte, ha escrito páginas sublimes sobre el tema y otro argentino, Borges, añadía a esos argumentos que la ‘mala’ palabra la usaba quien no sabía que existía la ‘buena’. 


Cierto, además, que el lenguaje es neutro y cabe, para su análisis, es la intención. En la práctica, según parece, cuando el presidente Chávez comenzó a jugar al irreverente y decir en público lo que algunos puritanos llaman malas palabras, el castellano perdió en riqueza lingüística pues las malas palabras eliminan el uso de las buenas, como un virus electrónico, y como instrumento del insulto, y este de la violencia, deleznable, aunque sea sólo en el uso del lenguaje. Vulgar resultaba Chávez, y de hecho ofensivo, cuando expresaba su misoginia en términos ofensivos para con su propia esposa. (Misógino: “quien siente aversión hacia las mujeres o no confía en ellas, si bien depende de las mismas y las usa según su conveniencia”).

Esto último precisamente, al parecer, empleado por quien semeja ser una persona de mucha imaginación y poco recato, líder del grupo Noticias Universitarias, a juzgar por la frecuencia con la cual escribe en el mismo, pero ni mucho menos me atrevería, a desatar la ira de quien haya sido el autor de lo que puede tomarse como algún desaguisado, pero si me permito recordar, admitiendo que sigo el mismo sentido de respeto a la academia, por razones de principio, porque justamente cuando fui incorporado como miembro del personal docente y de investigación de una universidad norteamericana institución parte de la Ivy League, tuve que firmar un documento en donde expresaba mi acato a unas normas de ética que quizás sea oportuno mencionar en este sitio. Dicho código exige, por ejemplo, que lo que llaman sexual harassment es una violación grave a la ética del miembro del personal y que el mismo deba acatar la sindéresis más rigurosa en el uso del lenguaje, en lo cual se es sumamente estricto. No incluye este conjunto de principios cuestiones de sueldos y salarios, que queda para otros espacios, sino que se refiere a la esencia de la profesión académica, cuyo problema es el conocimiento y sus contenidos, siendo del conocimiento básico usar el lenguaje correcto y adecuado. Coloco en el original un párrafo de este documento, que viene a propos, emanado de la la American Association of University Professors (AAUP), que es muy importante en USA y se dedica sobre todo a la defensa de la libertad académica y el mal uso del lenguaje se considera una violación a la privacidad y por ende a la libertad personal y académica. El código de ética de este gremio es riguroso y puede leerse en el documento de 1940: Statement of Principles on Academic Freedom and Tenure with 1970 Interpretive Comments:[1]
“Teachers are entitled to freedom in the classroom in discussing their subject, but they should be careful not to introduce into their teaching controversial matter which has no relation to their subject. Limitations of academic freedom because of religious or other aims of the institution should be clearly stated in writing at the time of the appointment. College and university teachers are citizens, members of a learned profession, and officers of an educational institution. When they speak or write as citizens, they should be free from institutional censorship or discipline, but their special position in the community imposes special obligations. As scholars and educational officers, they should remember that the public may judge their profession and their institution by their utterances. Hence they should at all times be accurate, should exercise appropriate restraint, should show respect for the opinions of others, and should make every effort to indicate that they are not speaking for the institution” (Subrayado de O. Albornoz).[2]
La clave en este caso del uso del lenguaje y cuando está permitida o no una expresión es la palabra que subrayo: utterances y el Webster trae un ejemplo de su uso: “The senator´s recente utterances were promptly rebutted by three of his colleagues on Monday”. Utterances y tomarlas más bien como expresiones propias de una mentalidad que alguien podría juzgar infantil que aun cree que emplear estas expresiones es signo de talento, cuando lo es de lo contrario, quizás, porque es obvio que carece de la capacidad para usar el lenguaje de manera respetuosa y socialmente aceptable. Sin embargo, en Venezuela suelen ser sujeto de admiración quienes emplean malas palabras con el objeto de impresionar a una audiencia, y todos recordamos la entusiasta reacción de quienes escuchaban a Chávez decir alguna mala palabra y en ese línea de pensamiento hasta recuerdo en mi juventud de una persona la de quien se decía que debía ser muy importante, porque decía groserías, al igual que un antiguo rector de una universidad oficial, que en medio de alguna ficción etílica solía ocupar el espacio de discusión, en alguna reunión, profiriendo groserías al por mayor. Menciono como las mismas personas que reían alegres las tristes vulgaridades del presidente Chávez, aplaudían también a rabiar cuando el presidente anunciaba que sus palabras estaban en cadena, una formidable metáfora de la narrativa del chavismo.

Personalmente más me ha interesado como una violación a la academia el uso de lo que en USA advierten que los profesores “should be careful not to introduce into their teaching controversial matter which has no relation to their subject” y en cambio en Venezuela en las universidades algunos profesores emplean el tiempo disponible, a menudo, con excesiva frecuencia, para expresar sus opiniones acerca de la vida política nacional, en uno u otro sentido, lo cual es un robo a sus estudiantes, una violación más grave cuando ello se hace oficial, en la universidad de creencia que promueve el actual gobierno. Doy fe que conocí a un profesor que pasó su vida laboral leyendo en el aula los titulares de los dos o tres periódicos que traía en su maletín, en medio de la aprobación de sus estudiantes, qué sabían de que se trataba dicho juego.
En cuanto a mí declaro que soy victoriano tal que cree que las pasiones y utterances son cosa privada. Esto es, acato la hipocresía victoriana: virtudes públicas, vicios privados. Además, torpe de mí, siempre creí que ser académico era de hecho el símbolo de la responsabilidad, dentro y fuera del aula, la objetividad, la prudencia y hasta la decencia y tan convencional soy que en mis años de profesor siempre usé corbata para ir a dictar una clase, amén de estudiarla cuidadosamente, preocupado por la forma y por el contenido, por igual, incluyendo la forma la distancia apropiada entre quien es profesor y quien es estudiante, dos roles completamente distintos si bien complementarios y nunca emplear en el aula y sus pasillos palabras altisonantes. Estas, que pueden ser hilarantes en su contexto, deben quedar para comediantes como el maravilloso cubano lamentablemente ya fallecido, Guillermo Álvarez Guedes o el afortunadamente aun entre nosotros, el venezolano Benjamín Rausseo.
Notas:


[1] Esta organización, por cierto, fue fundada en 1915, por dos académicos importantes: Arthur O. Lovejoy, autor de un libro memorable, The Great Chain of Being: A Study of the History of an Idea (1936) y John Dewey, quien inventó la educación como disciplina y fuerza política, lo primero en la Universidad de Columbia y lo segundo visible como tal en el documento del juicio a Leon Trosky, en Ciudad de México, de cuya Comisión fue Dewey miembro principal.
[2] Hemos traducido el párrafo de esta manera: “Los maestros tienen derecho a la libertad en el aula en la discusión de su tema, pero deben tener cuidado de no introducir en su enseñanza la materia polémica que no tiene ninguna relación con su tema. Las limitaciones de la libertad académica por motivos religiosos u otros fines de la institución deben ser claramente establecidas por escrito en el momento de la cita. Los profesores de educación superior son ciudadanos, miembros de una profesión erudita y funcionarios de una institución educativa. Cuando hablan o escriben como ciudadanos, deben estar libres de censura institucional o disciplina, pero su posición especial en la comunidad impone obligaciones especiales. Como académicos y educadores, deben recordar que el público puede juzgar su profesión y su institución por sus enunciados. Por lo tanto, en todo momento deben ser exactos, deben ejercer la moderación adecuada, deben mostrar respeto por las opiniones de los demás, y deben hacer todo lo posible para indicar que no están hablando por la institución.” (HRC).


(*) La fotografía es nuestra (HRC) de la obra: Clase al Aire Libre monumento homenaje a Simón Rodríguez,  de Adela Tarnawiecki y Miguel Alonso. Patio Central de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes (Mérida-Vzla).

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