Clase al Aire Libre (*) |
Por Orlando Albornoz
Universidad Central de Venezuela
Apreciados colegas, sobre una pequeña y entretenida polémica que se aprecia en Noticias Universitarias cometo el abuso de participar, a pesar de que nadie me ha invitado ni me siento aludido:
Palabras
son todas, pero según el inolvidable Ángel Rosenblat unas son buenas y otras
son lo contrario, malas. Así proponía el filólogo eminente, argentino de origen
venezolano por adopción, Ángel Rosenblat [Buenas y malas palabras en el
castellano de Venezuela. Caracas-Madrid, Ediciones Edime, 1956. 488
páginas]. Chomsky, como se sabe, por su parte, ha escrito páginas sublimes
sobre el tema y otro argentino, Borges, añadía a esos argumentos que la ‘mala’
palabra la usaba quien no sabía que existía la ‘buena’.
Cierto, además, que el lenguaje es neutro y cabe, para su análisis, es la intención. En la práctica, según parece, cuando el presidente Chávez comenzó a jugar al irreverente y decir en público lo que algunos puritanos llaman malas palabras, el castellano perdió en riqueza lingüística pues las malas palabras eliminan el uso de las buenas, como un virus electrónico, y como instrumento del insulto, y este de la violencia, deleznable, aunque sea sólo en el uso del lenguaje. Vulgar resultaba Chávez, y de hecho ofensivo, cuando expresaba su misoginia en términos ofensivos para con su propia esposa. (Misógino: “quien siente aversión hacia las mujeres o no confía en ellas, si bien depende de las mismas y las usa según su conveniencia”).
Cierto, además, que el lenguaje es neutro y cabe, para su análisis, es la intención. En la práctica, según parece, cuando el presidente Chávez comenzó a jugar al irreverente y decir en público lo que algunos puritanos llaman malas palabras, el castellano perdió en riqueza lingüística pues las malas palabras eliminan el uso de las buenas, como un virus electrónico, y como instrumento del insulto, y este de la violencia, deleznable, aunque sea sólo en el uso del lenguaje. Vulgar resultaba Chávez, y de hecho ofensivo, cuando expresaba su misoginia en términos ofensivos para con su propia esposa. (Misógino: “quien siente aversión hacia las mujeres o no confía en ellas, si bien depende de las mismas y las usa según su conveniencia”).
Esto último precisamente, al parecer, empleado por quien semeja ser una
persona de mucha imaginación y poco recato, líder del grupo Noticias
Universitarias, a juzgar por la frecuencia con la cual escribe en el mismo,
pero ni mucho menos me atrevería, a desatar la ira de quien haya sido el autor
de lo que puede tomarse como algún desaguisado, pero si me permito recordar,
admitiendo que sigo el mismo sentido de respeto a la academia, por razones de
principio, porque justamente cuando fui incorporado como miembro del personal
docente y de investigación de una universidad norteamericana institución parte
de la Ivy League, tuve que firmar un documento en donde expresaba mi acato a
unas normas de ética que quizás sea oportuno mencionar en este sitio. Dicho
código exige, por ejemplo, que lo que llaman sexual harassment es una
violación grave a la ética del miembro del personal y que el mismo deba acatar
la sindéresis más rigurosa en el uso del lenguaje, en lo cual se es sumamente
estricto. No incluye este conjunto de principios cuestiones de sueldos y
salarios, que queda para otros espacios, sino que se refiere a la esencia de la
profesión académica, cuyo problema es el conocimiento y sus contenidos, siendo
del conocimiento básico usar el lenguaje correcto y adecuado. Coloco en el
original un párrafo de este documento, que viene a propos, emanado de la
la American Association of University Professors (AAUP), que es muy
importante en USA y se dedica sobre todo a la defensa de la libertad académica
y el mal uso del lenguaje se considera una violación a la privacidad y por ende
a la libertad personal y académica. El código de ética de este gremio es
riguroso y puede leerse en el documento de 1940: Statement of Principles on
Academic Freedom and Tenure with 1970 Interpretive Comments:[1]
“Teachers are entitled to freedom in
the classroom in discussing their subject, but they should be careful not to introduce into
their teaching controversial matter which has no relation to their subject. Limitations of academic freedom
because of religious or other aims of the institution should be clearly stated
in writing at the time of the appointment. College and university teachers are
citizens, members of a learned profession, and officers of an educational
institution. When they speak or write as citizens, they should be free from
institutional censorship or discipline, but their special position in the
community imposes special obligations. As scholars and educational officers, they should remember that the public
may judge their profession and their institution by their utterances. Hence they should at all times be
accurate, should exercise appropriate restraint, should show respect for the
opinions of others, and should make every effort to indicate that they are not
speaking for the institution” (Subrayado de O. Albornoz).[2]
La clave en
este caso del uso del lenguaje y cuando está permitida o no una expresión es la
palabra que subrayo: utterances y el Webster trae un ejemplo de
su uso: “The senator´s recente utterances were promptly rebutted by three of
his colleagues on Monday”. Utterances y tomarlas más bien como expresiones
propias de una mentalidad que alguien podría juzgar infantil que aun cree que
emplear estas expresiones es signo de talento, cuando lo es de lo contrario,
quizás, porque es obvio que carece de la capacidad para usar el lenguaje de
manera respetuosa y socialmente aceptable. Sin embargo, en Venezuela suelen ser
sujeto de admiración quienes emplean malas palabras con el objeto de
impresionar a una audiencia, y todos recordamos la entusiasta reacción de
quienes escuchaban a Chávez decir alguna mala palabra y en ese línea de
pensamiento hasta recuerdo en mi juventud de una persona la de quien se decía
que debía ser muy importante, porque decía groserías, al igual que un antiguo
rector de una universidad oficial, que en medio de alguna ficción etílica solía
ocupar el espacio de discusión, en alguna reunión, profiriendo groserías al por
mayor. Menciono como las mismas personas que reían alegres las tristes
vulgaridades del presidente Chávez, aplaudían también a rabiar cuando el
presidente anunciaba que sus palabras estaban en cadena, una formidable
metáfora de la narrativa del chavismo.
Personalmente
más me ha interesado como una violación a la academia el uso de lo que en USA
advierten que los profesores “should be careful not to introduce into their
teaching controversial matter which has no relation to their subject” y en
cambio en Venezuela en las universidades algunos profesores emplean el tiempo
disponible, a menudo, con excesiva frecuencia, para expresar sus opiniones
acerca de la vida política nacional, en uno u otro sentido, lo cual es un robo
a sus estudiantes, una violación más grave cuando ello se hace oficial, en la
universidad de creencia que promueve el actual gobierno. Doy fe que conocí a un
profesor que pasó su vida laboral leyendo en el aula los titulares de los dos o
tres periódicos que traía en su maletín, en medio de la aprobación de sus
estudiantes, qué sabían de que se trataba dicho juego.
En
cuanto a mí declaro que soy victoriano tal que cree que las pasiones y utterances
son cosa privada. Esto es, acato la hipocresía victoriana: virtudes
públicas, vicios privados. Además, torpe de mí, siempre creí que ser
académico era de hecho el símbolo de la responsabilidad, dentro y fuera del
aula, la objetividad, la prudencia y hasta la decencia y tan convencional soy
que en mis años de profesor siempre usé corbata para ir a dictar una clase,
amén de estudiarla cuidadosamente, preocupado por la forma y por el contenido,
por igual, incluyendo la forma la distancia apropiada entre quien es profesor y
quien es estudiante, dos roles completamente distintos si bien complementarios
y nunca emplear en el aula y sus pasillos palabras altisonantes. Estas, que
pueden ser hilarantes en su contexto, deben quedar para comediantes como el
maravilloso cubano lamentablemente ya fallecido, Guillermo Álvarez Guedes o el
afortunadamente aun entre nosotros, el venezolano Benjamín Rausseo.
Notas:
[1] Esta organización, por
cierto, fue fundada en 1915, por dos académicos importantes: Arthur O. Lovejoy,
autor de un libro memorable, The Great Chain of Being: A Study of the
History of an Idea (1936) y John Dewey, quien inventó la educación como
disciplina y fuerza política, lo primero en la Universidad de Columbia y lo
segundo visible como tal en el documento del juicio a Leon Trosky, en Ciudad de
México, de cuya Comisión fue Dewey miembro principal.
[2] Hemos traducido el párrafo de esta manera: “Los
maestros tienen derecho a la libertad en el aula en la discusión de su tema,
pero deben tener cuidado de no introducir en su enseñanza la materia polémica
que no tiene ninguna relación con su tema. Las limitaciones de la libertad
académica por motivos religiosos u otros fines de la institución deben ser
claramente establecidas por escrito en el momento de la cita. Los profesores de
educación superior son ciudadanos, miembros de una profesión erudita y
funcionarios de una institución educativa. Cuando hablan o escriben como
ciudadanos, deben estar libres de censura institucional o disciplina, pero su
posición especial en la comunidad impone obligaciones especiales. Como
académicos y educadores, deben recordar que el público puede juzgar su
profesión y su institución por sus enunciados. Por lo tanto, en todo momento
deben ser exactos, deben ejercer la moderación adecuada, deben mostrar respeto
por las opiniones de los demás, y deben hacer todo lo posible para indicar que
no están hablando por la institución.” (HRC).
(*) La fotografía es nuestra (HRC) de la obra: Clase al Aire Libre monumento homenaje a Simón
Rodríguez, de Adela Tarnawiecki y Miguel Alonso. Patio Central de la
Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes (Mérida-Vzla).
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