Néstor –mi padre- tuvo tres hijos. Cada uno tiene sus particularidades.
Del primero lo que más se puede destacar es su extraordinaria memoria.
Recuerda cada nombre y cada anécdota de la familia. Guarda también papeles, fotos y recuerdos no sólo de Néstor y Sofía (su esposa) sino de toda la familia. Cuando nació el primero de los hijos de Néstor, fue también el primer varón de todos los hermanos y de su generación.
Por una tradición familiar que había impuesto el bisabuelo le pusieron de nombre Carlos Fabricio.
La circunstancia anterior, fue motivo de polémica pues el hermano mayor de Néstor, también Carlos Fabricio, no aceptó que el menor de sus hermanos fuera el que tuviera el primer varón de la generación siguiente. Sus cinco hijas, siempre vieron al pequeño primo como el advenedizo, que les quitó la primacía del nombre de su padre y de su antecesor. Y fue tal el distanciamiento con las primas que ya no recuerdo ni sus nombres.
La hija de Néstor llevó como primer nombre el de su madre y como segundo el de su abuela materna, a quien ninguno de sus hijos conoció, ni tampoco su mujer, Sofía. Néstor quedó huérfano de madre a los dos años de edad. Quizás por esa razón quiso preservar en su única hija el recuerdo de su madre. La hija de Néstor no tiene tan buena memoria como su hermano mayor. Pero, tiene una gran facilidad para guardar objetos y muebles de sus familiares. Uno de ellos es un tigre de porcelana que las hermanas de Néstor atesoraron con gran cuidado, y dejaron en herencia a la sobrina. Recuerdo que siempre se decía en la familia que el gato de porcelana había sido comprado en París en uno de los viajes del abuelo, a principios del siglo XX. Y, efectivamente, el tigre es hermoso y lo ven Uds. en la fotografía del texto. A mi se me hacía que pudiera ser de origen chino. Pero un día lo revisé detenidamente y constaté su hechura europea. Al tigre de porcelana que atesora la hija de Néstor se agregan “Últimas Cenas” repujadas en plata, documentos traídos de Roma con indulgencias papales, copas de fino vidrio europeo, vajillas Rosenthal, muebles de finas maderas, elaborados por el famoso carpintero que vivió en Mérida en la primera mitad del siglo XX, Jesús de Berecíbar. Todo lo anterior es parte de los tesoros familiares, que la hija de Néstor conserva. Y muchas, muchas fotos. Fotos de los actos de instalación del Club Mérida, con su junta directiva, integrada entre otros ilustres de la ciudad, por el padre de Néstor, Juan de Dios. Fotos de cuando Lola una de las hermana de Néstor fue reina del carnaval en Mérida, a mediados de la segunda década del siglo XX. Esa que le mandaba la mensualidad a Néstor mientras estudiaba dentistería en Caracas a mediados de la década de los años 30 del siglo pasado.
Cada uno de los objetos sirve para hablar de la familia, de sus historias y de sus remembranzas.
Del segundo hijo varón de Néstor –que realmente es el del medio- no puedo decir nada. Se vería mal que hablara de mi mismo. Pero, sin embargo, tengo que expresar que uno de mis mayores placeres es escribir. Por el placer de hacerlo y con ello recordar. Pero también, dejar anécdotas e historias para quienes vienen detrás de nosotros. En fin, preservar recuerdos familiares como memoria de papel. O quizás para ser más preciso, como memoria digital.
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