lunes, 11 de abril de 2022

El sombrero... el sombrero

Foto (*)

El domingo pasado me tocó acercarme, a eso de las 2 pm, a la Plaza Bolívar de mi ciudad (Mérida - Venezuela).  Me llamó la atención ver a una persona en la solitaria plaza principal de mi ciudad.  Decidí acercarme para saber quién podría estar a esas hora en el mas absoluto aislamiento y en medio de un sol abrazador, a pesar de la sombra que los arboles le ofrecían.


Mi sorpresa fue grande cuando descubro que el retraído vecino que permanecía sentado en un banco de la plaza Bolívar, a esa hora tan poco propicia para estar allí, era mi amigo de la felicidad (pueden ver otros textos sobre el personaje en la nota)
[1].

 

Hombre:  ¿qué haces  aquí? – le pregunté casi con un grito.

 

Mi amigo de la felicidad voltio para mirarme y con una sonrisa llena de paz y de contento me respondió: “Es el mejor día y la mejor hora para estar aquí, en el centro de nuestra querida Mérida”. Y continuo: “No hay nadie que te moleste”.  

 

Sonrió y respiró profundamente para continuar su explicación: “No hace frio ni calor y la sombra de estos arboles, te hace sentir que estas en el paraíso terrenal.” 

 

Me miró y desbrozando una sonrisa pícara me dijo: “pensaba en una anécdota que he vivido, estas semanas pasadas, que me hace sentir que, pese a mis años y achaques, estoy muy bien y lo estaré por algún tiempo más”.     

 

Yo quedé pensativo, sin entender de qué se trataba el contento de mi amigo de la felicidad. 

 

Él me miró y descubrió que era imposible que yo, con lo que me había dicho,  entendiera el motivo de su contento y felicidad, en medio de aquella soledad.

 

Hombre, explícate –le dije- haciendo un gesto de interrogación con mis manos.   

 

A él se le iluminó su cara y comenzó a contarme…

 

“En noviembre pasado estuve en una zona turística de México, en donde vive y trabaja uno de mis hijos.”  Y…  -le dije yo, que siempre estoy apurado y que espero entender a todos, casi antes que comiencen a habla-. Y, y…

 

“Ya va, ya va deja el apuro”, me respondió mi amigo de la felicidad.

 

En esa oportunidad yo también estaba sentado en un banco de la plaza principal de San José del Cabo (Baja California Sur). Miraba la cantidad enorme de turistas quienes disfrutaban el solaz y la liberalidad con que allí se han tomado las medidas de control social, contra el Covid19.  

 

En eso estaba yo, cuando pasó un grupo de mujeres jóvenes y llamativas, muertas de la risa por quién sabe qué chiste.  Una ellas se me quedó mirando, y yo me sentí halagado. Pero, hubo algo más, que me llenó el alma de contento y de orgullo varonil. La mujer con cara de muy impresionada y con picardía me expresó en un inglés que para mi, en medio de mi aturdimiento, me costó entender… “I love..” 

 

Pero qué te dijo la mujer, le pregunté yo, desesperado para que no le diera tantos rodeos a su explicación. 

 

“Bueno, bueno”, me dijo mi amigo de la felicidad. “Al principio creí que la cosa era conmigo: I love you”.  Esas tres palabras me subieron el ego hasta la estratosfera. 

 

“Pero no”.  La cosa era más sencilla y yo tenía muy poco que ver con la frase: “I love your…”. 

 

¿Termina de contarme lo que pasó? Le pedí yo casi de rodillas.  Qué fue lo que te dijo la mujer: ¿era bonita?

 

Al principio creí  que la cosa era conmigo. Pero, yo no la conocía. No la había visto nunca. No habíamos hablado.  ¿Cuál era la razón para ese, “I love you”?. 

 

La mujer de marras, me siguió mirando y riéndose se fue alejando. Pero,  yo pensaba: por qué esta mujer me dice: “I love you”.

 

Ya iba lejos y repetía la frase. Esta vez puse mucha atención y pude percibir que mirándome a los ojos la mujer se llevó la mano a su cabeza y repitió la frase, que esta vez sí entendí completamente: “I love your hat”.

 

Ciertamente, en medio de mis ajetreos turísticos llevaba puesto un sombrero panameño, que a pesar del nombre es de origen ecuatoriano. Pero además, se me había perdido la cinta original y le había comprado otra muy hermosa que me vendieron en una de las tiendas de la ciudad y que bien cara me había salido. De tal manera  que, el sobrero tenía sus particularidades.         

 

En fin, aquella expresión de: “I love your hat”, era por mi sombrero y no por mi. Finalmente, entendí que la frase traducida era algo así como: “Me gusta tu sobrero”. Y no, “te amo a ti”.  Definitivamente, me hubiera gustado que, el cumplido fuera para mi y no para el sobrero.  ¿Qué piensas tú?  

 

Yo entonces,  solté la carcajada… 

 

      

 

Nota:


[1]Aquí pueden verse otros textos sobre el amigo de la felicidad: http://comoenboticadehumberto.blogspot.com/2021/11/y-la-fotografia-tambien.html

(*) Foto: flor llamada Cariaquito Morao. Dicen que atrae la buena suerte.  

 

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