viernes, 16 de septiembre de 2011

El embajador de Esteban

Humberto Ruiz


Pocas veces se lee un libro tan rápida y agradablemente, aunque refleje tan terrible realidad.  En treinta y cuatro capítulos cortos y un breve epílogo, Alejandro Padrón acaba de publicar: Yo fuí embajador de Chávez en Libia.

El retrato que hace de Gaddafi y su régimen; el deterioro de los servicios públicos en Libia y las amabilidades de su pobladores; la majestuosidad del desierto; las intriguillas del personal de la embajada; las diferencias familiares que confrontó por haber aceptado el cargo y un  largo etcétera, nos llevan del asombro a la sonrisa. Con una prosa sabrosa y sencilla cada tema es tratado con detalle y profundidad.

Cuando acabé de leer el capítulo titulado: “Rumores lejanos”, no me aguanté y tuve que llamar al autor.



Efectivamente, llamé al autor para felicitarlo y expresarle mis sentimientos sobre lo mejor del libro, desde mi punto de vista.  Es una obra de arte, fresco sociológico sobre el ejercicio del poder en nuestros países latinoamericanos.

En “Rumores lejanos” se narra la visita que el Presidente venezolano  hizo a Libia  en octubre de 2001. La gira se comenzó a organizar en coordinación con el gobierno Libio y faltando dos semanas fue suspendida por Caracas. Los argumentos del Canciller sobre qué hacer para informar al gobierno Libio y la manera de dar las instrucciones al Embajador, son un poema de ejercicio autoritario, falta de profesionalismo e ingenuidad que retratan a una clase dirigente absolutamente incapaz para vivir el mundo de hoy, tan distinto a un cuartel de montonera.  Sólo el volumen de los petrodólares y su uso dispendioso no hacen tan estrepitoso el aislamiento del país y del actual gobierno venezolano.

El embajador decide presentarle al presidente sus argumentos por escrito para no suspender la gira a Libia y se los entrega durante su estadía en París.  En esta parte del relato se repite la relación tirante entre el embajador y el canciller, pero también se muestran lo que él cree ser una chuscada durante un foro en la Sorbona, que para muchos europeos deben evidenciar lo exótico de nuestras sociedades.

La gira no se suspende pero se reduce de tres días a cinco horas. El embajador debió organizar todo muy rápidamente, desde la madrugada –cuando fue informado por Cancillería- hasta el medio día que llegó la comitiva venezolana. En el relato se dice cómo lo hizo. Sería interesante conocer los informes del cuerpo diplomático a sus respectivos gobiernos sobre esta particular forma de manejar las relaciones internacionales.

Hay muchos detalles de la entrevista entre el Líder libio y el Presidente venezolano.  En un momento de la misma, nuestro hombre de Sabaneta saca unos dados y los lanza  al suelo y luego se los entrega a Gaddafi para que haga lo mismo.  El rostro de Gaddafi, las explicaciones de Presidente venezolano  y los apuros del traductor  son dignos de un fresco del teatro de absurdo. En ambos caso los datos terminan deteniéndose en doble cinco. ¿Estaban trucados, se pregunta el Embajador y nosotros también?

De verdad, si no fuera por lo trágico, podría ser cómico. ¡En manos de quien estamos!

El libro no tiene desperdicio: se debe leer. Nos merecemos otro país y otros dirigentes.       

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