Humberto Ruiz
Pocas veces se lee un libro tan rápida y agradablemente, aunque refleje tan
terrible realidad. En treinta y cuatro
capítulos cortos y un breve epílogo, Alejandro Padrón acaba de publicar: Yo
fuí embajador de Chávez en Libia.
El retrato que hace de Gaddafi y su régimen; el
deterioro de los servicios públicos en Libia y las amabilidades de su
pobladores; la majestuosidad del desierto; las intriguillas del personal de la
embajada; las diferencias familiares que confrontó por haber aceptado el cargo
y un largo etcétera, nos llevan del
asombro a la sonrisa. Con una prosa sabrosa y sencilla cada tema es tratado con
detalle y profundidad.
Cuando acabé de leer el capítulo titulado: “Rumores
lejanos”, no me aguanté y tuve que llamar al autor.
Efectivamente, llamé al autor para felicitarlo y
expresarle mis sentimientos sobre lo
mejor del libro, desde mi punto de vista.
Es una obra de arte, fresco sociológico sobre el ejercicio del poder en
nuestros países latinoamericanos.
En “Rumores lejanos” se narra la visita
que el Presidente venezolano hizo a
Libia en octubre de 2001. La gira se
comenzó a organizar en coordinación con el gobierno Libio y faltando dos
semanas fue suspendida por Caracas. Los argumentos del Canciller sobre qué
hacer para informar al gobierno Libio y la manera de dar las instrucciones al
Embajador, son un poema de ejercicio autoritario, falta de profesionalismo e
ingenuidad que retratan a una clase dirigente absolutamente incapaz para vivir
el mundo de hoy, tan distinto a un cuartel de montonera. Sólo el volumen de los petrodólares y su uso
dispendioso no hacen tan estrepitoso el aislamiento del país y del actual
gobierno venezolano.
El embajador decide presentarle al presidente sus
argumentos por escrito para no suspender la gira a Libia y se los entrega
durante su estadía en París. En esta
parte del relato se repite la relación tirante entre el embajador y el
canciller, pero también se muestran lo que él cree ser una chuscada durante un foro en la Sorbona, que para muchos europeos deben evidenciar lo exótico
de nuestras sociedades.
La gira no se suspende pero se reduce de tres días a
cinco horas. El embajador debió organizar todo muy rápidamente, desde la
madrugada –cuando fue informado por Cancillería- hasta el medio día que llegó la
comitiva venezolana. En el relato se dice cómo lo hizo. Sería interesante conocer
los informes del cuerpo diplomático a sus respectivos gobiernos sobre esta
particular forma de manejar las relaciones internacionales.
Hay muchos detalles de la entrevista entre el Líder libio
y el Presidente venezolano. En un
momento de la misma, nuestro hombre de Sabaneta saca unos dados y los
lanza al suelo y luego se los entrega a
Gaddafi para que haga lo mismo. El
rostro de Gaddafi, las explicaciones de Presidente venezolano y los apuros del traductor son dignos de un fresco del teatro de
absurdo. En ambos caso los datos terminan deteniéndose en doble cinco. ¿Estaban
trucados, se pregunta el Embajador y nosotros también?
De verdad, si no fuera por lo trágico, podría ser cómico.
¡En manos de quien estamos!
El libro no tiene desperdicio: se debe leer. Nos
merecemos otro país y otros dirigentes.
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