viernes, 11 de marzo de 2016

Un tal Don Tulio y sus libros (*)

Tulio Febres Cordero (1860-1938)
Por Álvaro Sandia Briceño

Don Tulio Febres Cordero es el único personaje merideño que no necesita presentación. Se distinguió como investigador, historiador, novelista, etnólogo y antropólogo entre tantas de sus facetas. 

Escribió fundamentalmente sobre la Mérida de sus amores, ciudad a la que le dedicó toda su vida; terminó sus estudios de derecho a los veintidós años y recibió su título doctoral sólo por presión de sus maestros, dieciocho años después, de manos del Rector Caracciolo Parra, el Viejo. 

No aceptó ni le interesaron los cargos públicos de relevancia como cuando el General Eleazar López Contreras, Presidente de la República, lo visitó en su casa y le ofreció el Ministerio de Educación, ante cuya propuesta Don Tulio le respondió que aceptaría el nombramiento “siempre y cuando pudiera despachar desde Mérida”,  porque, como Ministro, hubiera implicado viajar y vivir en la capital de la República, que aún, en esa lejana época, era bien distinta y distante de la apacible y tranquila ciudad de su nacimiento. 

Dicen sus biógrafos que Don Tulio sumando todos sus viajes en el transcurso de su existencia, no llegó a vivir más de cuatro meses fuera de su ciudad.

En “Memorias de un Muchacho”, Don Tulio hace el recuento de la Mérida de su nacimiento en los siguientes términos: “Nos referimos a la silenciosa Mérida de aquellos años, con sus plazas de mullido césped, calles desigualmente empedradas, por donde corrían las acequias en cauces de bronca piedra, y con aceras tan angostas y resbaladizas que la caída era inevitable, si no iba por ellas con los cinco sentidos en los pies; la Mérida modelada todavía por el viejo patrón colonial, con casas puramente encaladas, sin ningún color en los muros, anchas y rojas puertas de postigo, celosías de finísimos calados de madera y patios pintorescos, de hermosos claustros, cerrados por sardineles de mampostería; la Mérida solitaria y triste por fuera, pero galante, caballeresca y profundamente romántica en la vida íntima, de serenatas de guitarra y canto al pie de las rejas, en noches serenas, como en edad de los garridos trovadores; con bailes de alto coturno y danzas de complicadas figuras; con juegos de toros en la plaza mayor, vistosas cabalgatas de damas y caballeros y espléndidos refrescos en las fiestas públicas; en una palabra, la Mérida concentrada en sus altas y ricas montañas, llena de recuerdos y costumbres tradicionales, siempre ansiosa, en espera de algún acto cívico, religioso o académico, para vaciar los pesados cofres de cedro o de caoba y lucir en los estrados, con garbo y gentileza, ropas de galas y esplendentes joyas de pureza insospechable, rica herencia de linajuda familia o de algún patricio o guerrero de la Patria heroica”.

Rafael Caldera, un joven de veinte años, vino a Mérida en los días de la fundación de la Unión Nacional Estudiantil (UNE), en el año 1936, y se acercó a la vieja casona del patriarca con otros compañeros suyos, entre ellos Víctor M. Giménez Landínez, quien tiempo después, escribiría una magnífica biografía de Don Tulio. Así lo describe Caldera: “Lo tengo grabado en mi memoria, en su sillón de suela, sembrado como una semilla de bondad y de ciencia, dentro del almácigo interminable de sus libros. Estaba viejo ya. Había cruzado las bodas de diamante y se preparaba a rendir cuenta serena, nutrida y clara de su vida, a Aquel de quien venimos. Las blancas paredes encaladas y los rojos ladrillos recordaban su Mérida de siempre; su menuda figura, abrigada con espesa bufanda, cubierta con sencilla gorra, los pies menudos ocultos entre las pantuflas caseras, casi no dejaba mostrar como testimonio material ante nosotros otra cosa que sus ojos, pequeños y vivaces, sus manos blancas, finas, pequeñas y expresivas, pero, sobre todo, su voz: su palabra, que era el mensaje paternal y afectuoso de la patria, de la realidad de una patria que nadie como él había penetrado tan hondo y que le daba a la acción de su juventud recientemente incorporada el sentido de un deber histórico. (Rafael Caldera, Prólogo a las Obras Completas de Don Tulio Febres Cordero, Editorial Antares Ltda., Bogotá, 1960).

En las honras fúnebres de Don Tulio, Monseñor José Humberto Quintero, luego Primer Cardenal de Venezuela, en el Panegírico, dijo lo siguiente: “Copiosa es la obra escrita que nos deja, notables los hechos y documentos que sacándolos a la luz de la publicidad, redimió de la tenebrosa esclavitud del olvido; pero más copiosos aún eran los conocimientos que no llegó a estampar en el papel y que nos era dado admirar en la amenidad de su cultísima conversación”. (Mons. J. Humberto Quintero, Discursos, Tomo II) y para Mariano Picón Salas, “El fue el rapsoda de Mérida. Fue el merideño que siempre se quedó, por los otros tantos que partimos”.

Más recientemente, Ricardo Gil Otaiza (Tulio Febres Cordero, Biblioteca Biográfica Venezolana, Volumen 60, El Nacional-Bancaribe), se refiere a su biografiado en los siguientes términos: “Don Tulio fue ante todo un gran personaje de su época, su opinión era buscada como referente obligado en todo lo concerniente a la cultura de su región y del país, sumándose sus inmensos afanes por desvelar al hombre común a través de sus costumbres, del habla popular, de los ritos y de las leyendas, que impregnan de un halo mágico y reverencial una obra llevada a pulso, y con grandes esfuerzos personales”.

Si nos dejamos guiar por el índice de las Obras Completas de Don Tulio Febres Cordero, publicadas por la Gobernación del Estado Mérida, siendo Gobernador el Dr. Carlos Febres Pobeda y Secretario General el Dr. José Lubín Maldonado en el año 1960, con motivo del Centenario de su Nacimiento, veremos que están integradas así: Tomo I, Décadas de la Historia de Mérida, Procedencia y Lengua de los Aborígenes de los Andes Venezolanos y el Derecho de Mérida a la Costa Sur del Lago de Maracaibo; Archivo de Historia y Variedades (Tomos II y III); Clave Histórica de Mérida y Documentos para la Historia del Zulia en la Época Colonial, las novelas Don Quijote en América y la Hija del Cacique en el Tomo IV, y la Colección de Cuentos, Memorias de un Muchacho y Páginas Íntimas en el Tomo V. En estas Obras Completas no tuvo cabida su pequeño libro “Cocina Criolla o Guía del Ama de Casa”, tema escogido para el Conversatorio “Crónicas Gastronómicas de Mérida” dentro de la programación del Capítulo Mérida de Venezuela Gastronómica que se celebra durante este mes de Mayo del 2013.
            
Todos estos libros escritos por Don Tulio fueron obsequio de su inteligencia y dedicación para quien los tuviera a su alcance y distribuidos gratuitamente.

Nota y explicación:
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Álvaro Sandia Briceño me tenía prometido el texto de una charla que dio el 03.12.2013 en la Charlorra, en Mérida. Al fin llegó y me autorizó a editarlo, por lo que hemos creído conveniente dividir lo escrito en dos “post”. El primero titulado Un Tal Don Tulio y sus libros y el siguiente Las Recetas de Don Tulio. Por ahora coloco en contexto, el texto usando parte de las palabras expresadas por su autor: 
“Es un verdadero placer y constituye para mi un honor esta amable invitación para compartir con los cómplices charlorros, esta grata Charlorra, a la cual he sido convidado por el Profesor Raúl Estévez y por Ysabel Briceño, Coordinadora de estos eventos.
El término “Charlorra” me ha llamado poderosamente la atención. Charla es según el Diccionario de la Lengua Española publicado por la Real Academia Española (Madrid 1992) “Disertación oral ante un público, sin solemnidad ni excesivas preocupaciones formales” y “Chistorra”, Txistorra (del vasco txistor, longaniza) es un tipo de embutido de origen vasco navarro y aragonés elaborado con carne picada fresca de cerdo, aunque también puede ser una mezcla de carnes de cerdo y de res, y que contiene entre un 70% y 80% de grasa dependiendo de la categoría, además de ajosal y pimentón que suele darle un color rojo característico, así como hierbas aromáticas (generalmente perejil) y se suele consumir frita o asada. Además “Chistorra” es el nombre de este magnífico restaurant donde tienen lugar estas reuniones. 
Unir “charla” y “chistorra” deben constituir la palabra “charlorra” y no debe extrañarnos este término, aunque no esté aceptado por la Real Academia, porque últimamente hemos leído bastante y está muy de moda el “neolenguaje”, con el cual los “neodirigentes” esperan convencer al “neopueblo” que ellos están “neocapacitados” para arreglar este “neopaís”. Además de escuchar  tantos “neos”, hoy nos concita un tema que es sumamente agradable para quienes somos cultores de la merideñidad, como es “Las Recetas de Don Tulio”, y además pertinente después de que la charlorra anterior la Profesora Kathy Vivas nos deleitó con “La Vía Láctea y sus Enanas”, porque después de pasearnos por las galaxias considero que debemos bajar a algo tan terreno como es esta crónica de la cocina merideña de fines del siglo XIX.” (La parte cursiva es la introductoria de la charla dada por Álvaro Sandia Briceño en la Charlorra el 03.12.2013. HRC).

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