jueves, 2 de febrero de 2012

La eterna parranda

Humberto Ruiz

La vida cultural colombiana nos interesa cada vez más, ahora que, paradójicamente, estamos tan lejos y a la vez tan estrechamente cercanos con la “hermana república.” Más que por un interés cultural –que lo es-  por la conexión que nos viene de los amigos y familiares quienes, junto con otros miles de venezolanos, han tenido que cruzar la frontera para hacer allá una vida mejor, que les es esquiva en nuestra país. Y ese interés, nos pone en evidencia lo parecidos que somos como pueblos.

Alberto Salcedo Ramos, periodista colombiano, no escribe nunca “empantuflado”: le parece una falta de respeto con el trabajo. Seguro que enfundó sus pies en sus viejos "tenis", para escribir los trabajos que son recogidos bajo el título de: La eterna parranda. Crónicas 1997-2011 (Aguilar, Colombia, pp. 421).[1] En el libro se recogen 27 trabajos periodísticos que muestran una variada realidad cultural y social de Colombia que, dan una imagen nítida de ese país, con sus claros y oscuros así como con sus héroes y villanos. A Salcedo Ramos se le considera un maestro  en América Latina, en aquello de contar historias. Eso queda exquisitamente evidente en sus crónicas. Son más de tres décadas de ejercicio periodístico.


Reseñar un libro como La eterna parraranda, es complejo por la diversidad de temas que se abordan. Algunos de esos trabajos, compartimos con su autor, son algo extensos, aunque no aburridos.[2] Por ejemplo, la crónica que da título al libro: La eterna parranda de Diómedes. El autor siguió durante más de tres años, sin llegar a entrevistarlo, a Diómedes Diáz, un famosísimo músico que fue un verdadero ídolo popular. A lo largo de ese peregrinar lo descubrió con sus luces y sombras, entre ellas sus 49 hijos en un sin número de mujeres.  Un personaje se repite hasta la saciedad en nuestra tierra, por aquello de ir dejando hijos a la vera del camino.

Las crónicas sobre el conflicto de la violencia guerrillera y del narcotráfico -tema  que el autor ha expresado que trató de eludir sin lograrlo- son sencillamente sobrecogedoras por la sencillez y contundencia como muestra la violencia. Quizás la más impactante de todas es: El pueblo que sobrevivió a una masacre amenizada con gaitas. Recoge la historia de un perdido pueblo del Caribe colombiano llamado El Salado.  Para celebrar la matanza  los paramilitares hicieron sonar, luego de los primeros asesinatos  en el centro del pueblo, las gaitas que sacaron de la casa de la cultura. Y ese hecho aberrante los puso como noticia de toda Colombia.     

Resulta de una ternura extraordinaria la inocencia infantil  que logra  expresar cuando narra la historia de  Socorrito Pino: la niña más odiosa del mundo. Es evidente que el autor a los diez años, aún no entendía,  el juego de la seducción. Y muchos años después comprendió la molesta presencia de esa niña que lo persiguió durante algún tiempo en su niñez.

Para  cerrar en el libro se recoge, Las verdades de mi madre, a quien recuerda como un ser irreductiblemente opuesto a la mentira. El más afectuoso recuerdo de su madre lo debe a la mancha grasosa en un hermoso pantalón de estreno decembrino.

Contar historias y hacerlo brillantemente sólo se puede realizar cuando la capacidad de fabulación se lleva tan hondamente arraigada. De hecho, en la entrevista que también hemos referido, Alberto Salcedo Ramos habla vívidamente de los ratos agradables que pasó escuchando a los contadores de cuentos en su pueblo costeño de la niñez. La habilidad le viene de lejos. 


Notas

[1] En una larga entrevista el autor habla de su historia como periodista y también de sus manías para escribir. Ver: Galán Casanova, John (2011): “Mientras vuelve la luz. Una entrevista con Alberto Salcedo Ramos”.  El Malpensante, Núm. 121, de julio, pp. 18-33.
[2] Alberto Ramos Salcedo ha expresado que, en su oficio de periodista tiene siempre muy presente  una frase de Woody Allen: “todos los estilos son buenos, menos el aburrido”. Entrevista citada, p. 26.  Y eso se reconoce en cada una de las crónicas del libro. 

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