Universidad Central de Venezuela
Para Ignacio
Avalos, hombre de balón y de ciencia
Un colega
norteamericano, amigo de muchos años y de muchas faenas universitarias, David
L. Kirk, publicó un libro de primera calidad académica: (2003)
Shakespeare, Einstein, and the Bottom Line: The Marketing of Higher
Education. Cambridge, USA: Harvard University Press.
Intrigado le pregunté
en alguna ocasión el porqué del título de su libro, si no tenía nada que ver ni
con Shakespeare ni con Einstein. Su respuesta fue simple: No tiene nada que ver
pero los posibles lectores no lo saben y la idea, libros o bendiciones es,
precisamente, el marketing y todos creerán que tenían algo que ver y no
se atreverían a preguntar cuál es la razón del título, para no pasar por ignorantes.
Los potenciales
lectores de este breve artículo, al ver asociado el nombre de la ULA con el del
genial ex jugador de futbol, habrán pensado que el mismo vendría a la ULA para
alguna actividad deportiva de su especialidad. Pero no saben que mi objetivo no
es hablar de Maradona, sino ‘triangularlo’ para destacar cuál es el patrón de
gastos que tenemos en nuestra sociedad y cómo en la ULA ni ninguna otra
institución recibirá cuanto necesita, porque el gasto/inversión académico no es
una prioridad para nuestros gobiernos.
Una de las
cuestiones que me llama la atención de la actual revolución bolivariana
socialista es la ausencia de austeridad. Pero no es solo la revolución la
que gasta en forma arbitraria, sino también los gobiernos precedentes, y sobre
ello recuerdo lo inútil del programa acelerado de becas al exterior, que
promocionó el presidente Carlos Andrés Pérez y que promete continuar el actual
presidente, que habla, curiosamente, del mismo número de becarios que ofreció
CAP en Cumaná cuando anuncio aquel desventurado Programa Gran Mariscal
Ayacucho, para enviarlos a ‘las mejores universidades del mundo’ instituciones
de selección que no están esperando estudiantes venezolanos, muchos de los
cuales posiblemente no podrán ingresar a universidades de primera, y tendrán
que hacerlo en universidades de tercera.
La ausencia de
austeridad es visible en el sistema nacional de orquestas, creado para
costearle el busto al binomio Abreu-Dudamel, excelentes músicos y mejores
comerciantes. Incuso en la ciudad de Barquisimeto se construye un teatro
de excepcional calidad arquitectónica, para el capricho larense,
mientras que las universidades en esa ciudad languidecen ante la indiferencia
gubernamental. Otro ejemplo es el premio al pensamiento crítico, que otorga el
gobierno venezolano, con un monto que despierta la envidia de los intelectuales
y académicos venezolanos, por el monto de $ 150.000.
Entonces, la
pregunta esencial es la siguiente: ¿Por qué no podemos los venezolanos ser
austeros? ¿Por qué nos atrae la parafernalia propia del nuevo rico –porque
somos un petro-state, de dinero fácil cuya culpa-engendrada– nos hace
gastarlos tan rápidamente como se pueda? ¿Acaso no somos Yanomami sino indios
Puebla deseos de hacer nuestro Potlach y quemar los bienes que tengamos?
¿Por qué no invertimos en crear universidades de primera, para que fueran el
motor del desarrollo que proponía Manuel Castell, sino que gastamos nuestros
dineros bajo el precepto según el cual los dineros del Estado son, después de
todo, ‘mis dineros y yo los gasto como yo quiera’? Como, por ejemplo, darle
mucho dinero a los muchachos españoles del partido Podemos, que en
nombre de la patria y los eternos ideales de la revolución siguen ‘haciendo la
América’ como el personaje de la zarzuela de Scarlatti De Aldama El Indiano
y la Planchadora.
Todo ello viene a
cuento después de leer un párrafo publicado por el periodista,
Nelson Bocaranda, que se explica por sí mismo y me alivia de escribir nada más
en función de mis argumentos.
“Maradona pasa unos días en Caracas, a cuerpo de
rey, hospedado en el Hotel Tamanaco en el municipio Baruta donde todos sus
gastos los absorbe el régimen venezolano en medio de la peor crisis económica
de la historia reciente. Para “el Pibe” no hay escasez de productos. En el
hotel hay hasta papel higiénico y champú, amén de los alimentos que en buena
parte de Venezuela escasean. Lo normal y justo para quien recibe turistas,
empresarios y uno que otro “enchufado en rojos negocios” como el argentino. Ya
cualquier establecimiento de hostelería y restoranes ha de pasar su propio
vía-crucis para mantener un inventario estable sin que el gobierno los tilde de
acaparadores. Para el argentino castrista, chavista, kirchnerista, evista,
correista, orteguista y capitalista no le da lo mismo consumir una gaseosa, un
agua mineral, un vino o hasta un escocés. Sus gustos refinados con los años lo
llevan a saborear los mejores champañas del mundo. Y como el gobierno de Maduro
paga todo lo que el deseé, mientras sea su invitado en Caracas, descubrimos que
la semana pasada, el jueves 26, se le antojó pedir una champaña
Moet&Chandon cuyo costo, con su propina rojita de 200 bolívares (también
pagada por todos los venezolanos en su cuenta final) ascendió a la suma de Bs.
75.226,88”.
No me interesa
Maradona, un persona más bien admirable que ha demostrado tener talento tanto
con los pies como con la cabeza –es un líder político recibido con presteza por
los gobernantes como Fidel Castro, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, sino el
análisis de los valores de una sociedad que no alberga aprecio ni estima por
sus universidades. Ciertamente, razón tenía Federico Engels, cuando
anotaba en el Prólogo a la edición británica de El Capital, que Carlos
Marx había puesto a Hegel de cabeza. Lo mismo argumentaba el escritor uruguayo
Eduardo Galeano, en su bello libro (1998). Patas Arriba. La Escuela del
Mundo al Revés. México: Siglo XXI. Pues eso siento en el momento de
escribir este artículo: estamos poniendo las cosas patas arriba. Además de
hacerlo, tenemos el tupé de brindar por ello, lo cual es un exceso, una
gitanada, una mano de Dios.
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(*) La ilustración es tomada de:
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